Junto a Yoseli Arias están en Reas Estefy Hartcastle o Carla Canteros, entre muchas otras actrices no profesionales. También Nacho Amador, la única presencia masculina. Todas ellas, personas que pasaron en realidad por el sistema penitenciario argentino y que no tuvieron problema a la hora de aparecer en pantalla recreando su estancia en prisión, con todo lo que eso conlleva a nivel social. “Hay una gran estigmatización de las personas que estuvieron en la cárcel, es un tatuaje del que nunca se desprenden. Obviamente no ayuda cuando las representaciones de la cárcel lo único que hacen es mostrar a quienes están ahí como personas violentas, sin capacidades y solo víctimas o victimarios. Para mí era importante que la película representara otra cosa: la solidaridad de la cárcel, la potencia y la posibilidad de sus talentos”, reflexiona la directora. “Logré que las personas quisieran participar en la película cuando se dieron cuenta de que no era una historia tan organizada y buscaba otra representación del realismo carcelario habitual, que lo único que hace es volver a estigmatizar a las personas que pasaron por ahí. Los personajes se ven geniales, son graciosas, inteligentes y lúdicas. Hay mucha belleza en la película y creo que eso les hizo tener ganas de hacerla”, apunta. “Yoseli me dijo en un principio que no porque me contó que en su barrio nadie sabía que había estado en la cárcel. Me dijo que quería olvidar todo eso y que para ella era algo del pasado. Vino a uno de mis talleres y ahí se dio cuenta que era algo diferente. No era un documental de entrevistas al uso ni observacional. Cuando vio que todo trataba de actuar, dijo que sí”.
Los talleres a los que hace mención Arias son unos cursos para reclusas que nacieron hace más de seis años, cuando la cineasta acudió a la cárcel a mostrar su anterior película, Teatro de guerra –otro documental que ahondaba en las historias de los soldados británicos y argentinos que lucharon en la Guerra de las Malvinas– , y se convenció para empezar a trabajar con las presas en talleres de interpretación. “Varias internas me dijeron que querían hacerlo y lo empecé en 2019. Nos llevó cinco años hacer la película y yo estuve mientras dirigiendo talleres fuera de la cárcel una vez quedaban liberadas. Fue un proceso largo y requirió de formación, tanto musical como actoral. Ellas iban adquiriendo herramientas, transformándose en artistas y entendiendo qué es actuar. Se dio de manera orgánica y las catorce personas que quedaron en los talleres fueron las personas que aparecen en la película”.