La moda como hechizo en la gira más ambiciosa de Lola Índigo
Hay artistas que se hacen a golpe de éxito y otros que se construyen capa a capa, era tras era, canción tras canción y Lola Índigo es una de ellas. Desde aquel grito inaugural de Ya no quiero ná, donde el ritmo y la actitud eran una promesa hasta el rugido feroz de El Dragón, la granadina, Miriam Doblas Muñoz (1992), ha tejido su carrera con los hilos de la reinvención y el coraje. De elegir el misterio y la fuerza convirtiéndose en La Bruja pasó a ser La Niña cuando necesitó ternura y color y ahora es el fuego de El Dragón el que ilumina su momento. En cada una de sus etapas musicales la también conocida como Mimi ha sabido vestirse con una nueva piel sin abandonar su esencia, y si algo ha sostenido su discurso –más allá de sus letras– es la estética que baila con ella y que desvela lo que las palabras no pueden describir.
En su gira más ambiciosa hasta la fecha, Lola Índigo se transforma con cada uno de sus looks alimentando así la narrativa que lleva años construyendo. Cada estilismo ejerce de guiño directo a quienes han seguido su viaje desde el primer paso, un mapa visual donde estilo y música no son caminos paralelos, sino que siguen el mismo rumbo. “Queríamos que, en un primer golpe visual, ya se supiera a qué era pertenece cada look”, explicaba Lola. Cada etapa –La Bruja, La Niña, El Dragón y el momento emocional de GRX– está marcada por una paleta de colores tan distintiva y emocionalmente reconocible que resulta casi natural identificar de inmediato dónde están localizados dentro de su universo.
Desde que irrumpió en la escena musical, Lola Índigo ha demostrado que es mucho más que una artista pop. Es una visionaria con instinto de espectáculo y una ética de trabajo que desafía los moldes. Lo suyo, lejos de definirse como un ascenso inmediato, se acerca a una evolución firme y decidida que se ha materializado en un crecimiento sin miedo al cambio, pero con la coherencia interna que solo tiene quien entiende que reinventarse no es traicionarse, sino saber contarse de otra manera. En un panorama saturado de fórmulas, la de Huétor Tájar –localidad lojeña que la vio crecer– destaca por haber hecho de su carrera un proyecto artístico en mayúsculas en el que la música, el baile, la moda y el mensaje dialogan en perfecta sincronía. Con cada disco ha levantado un universo distinto y en cada gira ha reafirmado que lo suyo no es seguir tendencias, sino crearlas. En ella conviven las raíces y la vanguardia, la calle y la fantasía, la disciplina de quien ha luchado paso a paso y el carisma natural de quien nació para estar en lo más alto.