Nos dicen que somos charlatanes, que simulamos que sabemos lo que no sabemos; yo creo que lo peor es que simulamos que no sabemos lo que sí. Como dicen en mi barrio: nos hacemos los boludos —y nos sale muy bien—.
Este domingo, la Argentina —o lo que queda de ella— enfrenta unas elecciones que, como casi todas, parecen definitorias. En estas se definirá en qué nivel de indefinición seguirá viviendo el país. Aunque hay algo que parece definido: el señor Milei seguirá presidiéndolo.
En términos prácticos, estas elecciones tan cacareadas apenas decidirán, aritmética primaria, si el presidente consigue legisladores suficientes como para evitar que el Congreso rechace su veto cada vez que intenta ejercerlo. Digo: al señor Milei no le alcanzan los congresistas para votar sus leyes, y el Congreso empezó a promulgar las suyas propias, así que el gran poder presidencial consistiría en vetar esas leyes del Congreso. Pero, con los números actuales, el Congreso puede a su vez vetar el veto y reafirmar sus leyes, y eso es lo que está haciendo, un verdadero vodevil politiquero, nada entre dos insultos. Milei espera que, si este domingo le va muy bien, podrá empezar a vetar de verdad.
Así que sus expectativas concretas son bajitas. Pero, mientras tanto, nos está ofreciendo los últimos acordes de su ópera —extremadamente— bufa, su triste sainete libertario. Es como un striptease lento y aburrido en que un robot más o menos mal hecho se va a despojando poco a poco de su ropa y termina por mostrar que, pese a las apariencias, no era un robot macizo sino un perrito pequinés.
Algunos decían que lo disimulaba; ahora se le nota demasiado. Para muchos exciegos la caída empezó en febrero, cuando el señor Milei participó en una estafa con criptomonedas por 286 millones de dólares: la justicia norteamericana está ocupándose del caso. Pero las cosas se pusieron peores cuando su hermana —que él llama El Jefe— fue denunciada por un alto funcionario por cobrar un 3% de comisión en licitaciones para adjudicar contratos sanitarios: la señora se volvió el blanco de todas las burlas, y una canción con la música de Guantanamera la celebra en todas las canchas. Es cierto que al mismo tiempo murieron más de 100 personas que recibieron fentanilo adulterado en hospitales públicos y que, en unas elecciones parciales en la provincia de Buenos Aires, el peronismo le ganó al Gobierno por más de 13 puntos, y que el dólar y otras variables económicas se descontrolaron, y que los ministros del señor no hacen más que pelearse los unos con los otros.
Y entonces llegó el golpe más sonoro. La provincia de Buenos Aires es la gran circunscripción electoral del país, con 14 millones de votantes. Allí, la lista oficialista de candidatos a diputado estaba encabezada por un tal José Luis Espert, quien hace unos días, tras mucha resistencia y muchas mentiras, debió renunciar porque ya no tenía forma de negar que un narcotraficante llamado Machado le había dado cientos de miles de dólares, quizá millones. Cuando lo hizo, ya era tarde: su foto y su candidatura seguirán estando en todas las boletas para que ningún votante pueda olvidarlo. De todos modos, lo reemplazó un señor Diego Santilli, político de muchos partidos, de quien el señor Milei dijo hace solo dos años por televisión que “no hay nadie que no diga que Santilli es un corrupto” —y, de su propia cosecha, agregó que era un inútil y un comunista—. Ahora es su candidato.
Seguir la política argentina requiere una capacidad de atención y olvido difícil de lograr. El señor Milei, vaya a saber por qué, se ve nervioso. La semana pasada, se desesperó ante un periodista adepto que le decía que el 80% de los argentinos no llegaba a fin de mes. “¿Y cómo quiere que haga? ¿Cómo le pongo plata a la gente?”, le gritó, tras un torrente de balbuceos, el presidente economista.
Por todo eso y mucho más y, sobre todo, por la pobreza tan generosamente repartida, estas elecciones se ven muy confusas. Tienen, además, dos ingredientes especiales. El primero ya está amortizado: la enorme mayoría de los argentinos confirmó su idea de que sus políticos son una banda de estúpidos corruptos. El problema es que el partido del señor Milei se apoyó en esta creencia para ganar en 2023 y ahora es el mejor ejemplo de ella, un ejemplo de una intensidad desconocida. Lo cual complica todo: resulta muy difícil respetar el mecanismo democrático cuando sus protagonistas son gente como esta. Después nos sorprendemos.
El segundo ingrediente es más extraño: la economía argentina está, una vez más, reventada y, de hecho, este Gobierno se sostiene porque el presidente —de los Estados Unidos— Donald Trump le prometió un insólito rescate de 20.000 millones de dólares, al que podrían seguir otros 20.000 millones de inversión privada: una fortuna o dos. Pero hace unos días, cuando el señor Milei fue a visitarlo a su casa —Blanca—, el presidente dijo ante los periodistas que sólo mandaría ese dinero a la Argentina si su amigo Milei gana estas elecciones.
(Este lunes, una periodista le preguntó por su intención de importar carne argentina, y Trump se lo explicó: “Argentina está luchando por su vida, jovencita. Tú no sabes nada sobre eso. Están luchando por su vida, nada beneficia a Argentina. Están luchando por su vida, ¿entiendes lo que significa? No tienen dinero ni nada, están luchando para sobrevivir. Resulta que a mí me gusta el presidente de Argentina, está tratando de hacerlo lo mejor posible, pero no digas que le va bien, se están muriendo, se están muriendo”, repitió, con la fluidez y el encanto que lo caracterizan).
Si las personas pensaran un poco más su voto se podría decir que la elección de este domingo será un referéndum sobre el estado del nacionalismo en la Argentina: cuántos quieren que el país mantenga cierta autonomía, cuántos aceptan que se la entreguen al secretario del Tesoro de Estados Unidos y a su jefe naranja. Eso supone una oposición atractiva y supone, sobre todo, personas que votasen evaluando más las consecuencias de su voto que sus filias y fobias y los rencores de su abuela Pepa. Espero que no me malinterpreten: no tengo nada contra los rencores de la abuela Pepa; de hecho, pienso mucho en ellos. Solo trato de que no me guíen cuando tengo que ejercer mis deberes democráticos.
Lamentablemente —y me disculpo por decirlo así—, pensar y votar no siempre se rozan. Prefiero suponer eso a suponer que, por ejemplo, millones decidieron reflexivamente elegir al señor Milei después de que dijera, en un discurso electoral, que “el Estado es el pedófilo en el jardín de infantes con los nenes encadenados y bañados en vaselina”. Por ejemplo.
Desde entonces ha dicho mucho más, ha hecho mucho más, lo conocemos mucho más, lo hemos sufrido mucho. Ha dejado sin remedios, sin techo, sin comida a millones de personas. El que lo vote ya no podrá decir que no sabía.