Los Kretz tienen una norma: no se habla de negocios en la mesa. Pero se la saltan a la mínima de cambio, reconocen entre risas tres miembros de esta familia francesa de consultores inmobiliarios, que se han hecho conocidos por protagonizar un reality de Netflix en el que muestran cómo es su día a día vendiendo viviendas de lujo. “Nuestra abuela siempre se queja cuando come con nosotros porque todo el rato estamos hablando del sector inmobiliario. También Charina, la esposa de Valentin, que dice que ni en vacaciones paramos cuando estamos juntos”, cuenta Louis, codirector, junto a su mujer, Adriana Pinos, de Kretz Spain.
Al lado de ambos, asiente con una sonrisa Rapahel, el más pequeño de la saga y responsable del desarrollo internacional de la empresa familiar. Sentados en el amplio salón de un piso en plena Gran Vía, que tienen en cartera por algo más de cinco millones de euros, los Kretz hacen balance de sus casi dos años implantados en España. En 2024 alcanzaron una facturación de 1,3 millones de euros y vendieron 18 inmuebles. La previsión para este año es superar la veintena, teniendo en cuenta que ya han hecho las mismas transacciones que en el ejercicio anterior y tienen algunas más por cerrar en los próximos meses. “España es el segundo país en términos de ventas para el grupo, por detrás de Francia. Y también en número de agentes, 15”, explica Pinos.
“España es un mercado muy dinámico, muy atractivo para inversores tanto extranjeros como nacionales. Hay más oportunidades inmobiliarias aquí que en Francia, donde hay mercados ya saturados como París. Madrid, en cambio, aún tiene potencial de crecimiento. Y hay un perfil amplio de compradores. Por ejemplo, en la capital hay más clientes de América Latina, mientras en Barcelona o Costa de Sol, predominan los de habla inglesa, como estadounidenses o nórdicos. Sin olvidar a belgas y franceses, que nosotros tenemos muchos por ser de allí”, narra Louis, antes de apuntar que además de en los lugares señalados, tienen presencia en Baleares.
La principal diferencia que encuentran entre el mercado español y el francés es que los plazos de ventas aquí son más cortos. Llegando a cerrarse transacciones en una semana, en el caso de ciertos inmuebles en el centro de Madrid, donde, reconocen, la competencia es feroz. Con respecto a otros actores del sector, se quejan de que, a diferencia de París, en España no haga falta obtener una licencia para poder vender inmuebles.
Consideran una mala práctica que haya gente que usa la palabra lujo para atraer compradores que cuando llegan a visitar la vivienda se decepcionan al comprobar que no posee los estándares mínimos que buscan, y que simplemente es que tiene un precio alto. “Con el término lujo hay abusos, porque quieren atraer clientes y para ello se usan palabras claves que salgan en páginas web o en buscadores viviendas que no lo son”, sostiene Pinos.
Los Kretz se sienten más “cómodos” trabajando con clientes particulares que con inversores institucionales, promotores o empresas de house flipping, es decir, aquellas que compran un activo, lo reforman y lo venden más caro. “Estos pisos de firmas de flipping al final los tienen muchas inmobiliarias. Es un mercado más transaccional, por decirlo de alguna manera”, cuenta Pinos. Por su parte, Louis apunta que, por lo general, lo que los promotores dan a las consultoras son viviendas complicadas de vender, si no, lo hacen ellos directamente. “Nos gusta más trabajar con particulares, que escuchan la valoración que hacemos sobre el precio al que se debe poner en el mercado una casa, mientras los promotores tienen una idea muy fija y quieren vender por una cuantía más alta”.
Una parte de su trabajo es también saber dónde poner los límites a un cliente, aunque eso signifique perderlo. “Preferimos decir la verdad que dar una expectativa a los vendedores y hacer una valoración que no nos parece justa. Hay quienes no están conforme, se van a otras consultoras y acaban volviendo”, comenta Louis.
Y hablando de límites, aún no ven cuál puede ser el que alcance el metro cuadrado de las viviendas prime en el centro de Madrid, donde los 20.000 euros ya es una cifra que no parece tan disparatada como hace unos pocos años. “Cada año se llega y se supera una cantidad que no pensábamos”, argumenta Pinos. Los codirectores de Kretz Spain se muestran confiados al asegurar que no ven riesgo de burbuja inmobiliaria en Madrid, como se apuntaba en un reciente informe del banco de inversión UBS. Argumentan que, a diferencia de 2008, las hipotecas no se financian al 100%, y que muchos de los clientes de este tipo de activos ni siquiera usan dicho producto financiero para adquirirlos. Además, la demanda sigue siendo alta y la oferta escasa, especialmente en obra nueva en el centro de la capital. Otra cosa es, añaden, que se lleguen a moderar los precios, con subidas menos agresivas, un escenario que ven más plausible.
A la hora de explicar por qué decidieron mostrar su trabajo, y su vida, en un reality de Netflix, Negocio familiar: viviendas de lujo, que ya lleva cinco temporadas, es Rapahel el que toma la palabra. “Nos pasamos la vida enseñando las casas y entrando en la intimidad de otras personas, por lo que decidimos abrir también las nuestras y crear así una relación de confianza. Mostrar que somos una empresa familiar en la que se trabaja muchísimo y que no vivimos con grandes lujos, aunque trabajemos en este sector”.
Lo de trabajar en familia tiene más inconvenientes, además de no parar de hablar del negocio ni en vacaciones, por lo que se hace complicado desconectar, narran los Kretz. Una de las principales desventajas es tener que unir las visiones y los objetivos que tienen las diferentes generaciones. Pero también tiene su lado bueno. “Podemos tomar decisiones más rápidamente. Y si hay un problema entre nosotros, lo hablamos y al poco es como si no hubiera pasado nada”, explica Louis, mientras Rapahel asiente conforme va escuchando sus palabras. En un gesto de complicidad que deja patente que, al fin y al cabo, son, como ellos dicen, “una familia que vende casas a otras familias”.