El Santo Grial de los polvos bronceadores
En todo neceser de maquillaje hay ciertos productos imprescindibles: una buena máscara de pestañas, un colorete favorecedor, un labial nude y, por supuesto, unos polvos bronceadores todoterreno, de esos que se adaptan al tono de la piel para elevarla, pero sin verse pesados ni dejar parches. Bien, hasta aquí estaremos todos de acuerdo pero, en la práctica, no resulta tan sencillo dar con el ideal. En mi caso —poros dilatados, tono desigual y alguna que otra marca de acné—, encontrar un bronceador ni demasiado cálido ni demasiado frio, que no resaltase los poros ni marcase imperfecciones, ha supuesto un difícil trabajo de campo de varios años. Más aún si tenemos en cuenta que soy extremadamente pálida durante todo el año, sin distinciones entre verano e invierno, y que la mayoría de los bronceadores que probaba sólo conseguían que me viese como Britney en los 2000, cuando el maquillaje estilo fake tan era la tónica de cada día.
El giro de guión de esta historia llegó cuando probé los polvos protagonistas de este artículo, guiada de forma impulsiva por su packaging. Sí, no se puede juzgar un libro por su portada, pero es que en esta ocasión esa ‘portada’ bien lo merecía: de efecto cuero, acolchada, y con las iniciales de la firma en dorado presidiéndola: YSL. La sorpresa vino cuando descubrí que el contenido de su interior no solo hacía honor a su exterior sino que, incluso, lo superaba. ¿El motivo? Una fórmula de 24 horas de duración, de acabado natural y modulable con un ligero y sutil brillo, un 90% de ingredientes de origen natural, ácido hialurónico, niacinamida y limón dulce de los Jardines Comunitarios de Ourika de la firma, YSL Beauty. ¿El resultado? Un efecto sunkissed apto para las cuatro estaciones del año gracias a unos polvos transpirables que no levantan la base de maquillaje, ni se quedan a parches, ni resaltan los poros. Conclusión: tenía ante mi al Santo Grial de los bronceadores.
El paso a paso para aplicar polvos bronceadores
- Presta atención a la brocha: Puedes tener unas pinturas preciosas, pero si el pincel con el que pintas no es el adecuado el cuadro no quedará todo lo bien que debería. Pues lo mismo con el maquillaje: sin las herramientas adecuadas no sacarás todo el potencial a tus productos, y el resultado final no reflejará el acabado natural que buscabas. Con esta premisa, para aplicar los polvos bronceadores escoge una brocha mediana, no demasiado tupida —así evitarás levantar la base de maquillaje y los temidos parches— y de forma abobedada o ligeramente biselada.
- Aplícalo siempre a toques: Si arrastramos la brocha, por ejemplo, en los pómulos, descargaremos la mayor parte del producto al principio y sólo conseguiremos una mejilla a manchas e irregular. En cambio, si lo hacemos a toquecitos en las zonas que deseemos remarcar, el resultado será más natural y el producto se integrará de una forma mucho más profesional con la base del maquillaje.
- Sigue la regla del 3, y siempre de fuera hacia dentro: Es de sobra conocida esta norma no escrita, consistente en seguir la forma del número 3 en nuestro rostro a la hora de broncearlo, aplicando el producto en la sien, los pómulos y la mandíbula para contornearlo. El truco que marcará la diferencia es hacerlo siempre de fuera hacia dentro, descargando el producto en la parte externa y difuminándolo (a toques) hacia el interior.
- Y recuerda: Very demure, very mindful: Es decir, aplica el bronceador de forma un tanto recatada, y es que en este caso es mejor quedarse corto que pasarse. Lo ideal es escoger un bronceador un tono (o como mucho un tono y medio) por encima del tono natural de la piel, y aplicarlo modulando el acabado hacia un resultado más o menos pigmentado, a gusto del consumidor. Et voilà!
