Hay una viñeta de humor que siempre me ha corroído por dentro porque representa, mejor que ninguna otra, gran parte del humor boomer que ha sobrevivido de alguna manera hasta nuestros días. En ella, una mujer que se está lavando el pelo le pide el secador a su marido, que en su lugar le da una pistola. Humor.
Es, al fin y al cabo, el mismo desprecio a la pareja que vivimos en subproductos como ‘Escenas de matrimonio’ y que, por suerte, los años han ido moderando y rebajando este tipo de bromas a medida que las nuevas generaciones se han preguntado «¿Por qué es gracioso odiar a tu pareja?». ‘Los Rose’ viene a responder a esa pregunta, tratando al mismo tiempo de contentar a todo el mundo. El resultado es, siendo generosos, dispar.
Una guerra convertida en peleílla
En sus mejores momentos, ‘Los Rose’ es una modernización de las screwball comedies con dos actores en estado de gloria como son Benedict Cumberbatch y Olivia Colman, que se dedican todo tipo de barbaridades interpretando un guion inteligente y rápido que no dudan en desmembrar a toda velocidad. Cuando la pareja de actores no encuentra una pausa en sus continuos dimes y diretes es cuando la película brilla por sí misma: es magnética, carismática y brillante. Tristemente, en su afán por alejarse de ‘La Guerra de los Rose’, baja el nivel de crueldad y humor negro hasta convertirse en una masa excesivamente blandita e irreconocible.
Esta nueva adaptación de la novela de Warren Adler vive obsesionada con que tengamos claro que, pese a las dificultades, el matrimonio se ama con todo su corazón, y la guerra entre ambos no se basa en no aguantarse, sino precisamente en la incapacidad de aguantar la idea de desprenderse el uno del otro. Es un giro bonito pero ineficaz, que en última instancia no consigue ser tan divertida en el slapstick y la destrucción como la cinta protagonizada por Michael Douglas y Kathleen Turner, sustituyendo las vejaciones de todo tipo por meras travesuras que, al final, saben a poco.
No cabe duda de que Jay Roach no es Danny DeVito, pero más allá de las comparaciones, la película tiene una dirección excesivamente plana, acompañada de una fotografía a la que le faltan detalles y tridimensionalidad. En ocasiones, ‘Los Rose’ parece incluso un episodio de una sitcom bien apañada, lo que se suma a la constante sensación de incredulidad ante un remake absolutamente innecesario más allá de la puesta al día. Ahora la pareja (y sus hijos) tiene móviles, se hace videollamadas y disfruta de un asistente virtual para torturarse entre sí, pero, en retrospectiva y en pos del humor, hubiera agradecido que todas estas novedades se hubieran utilizado en búsqueda de la mala leche.
Una rosa es una rosa
Mientras que en ‘La Guerra de los Rose’ se podía respirar el odio y el resentimiento, aquí cada acción tiene su posterior reencuentro, subrayando constantemente que, en el fondo, están hechos el uno para el otro. Las jugarretas no son del todo inofensivas, pero distan mucho del festival de golpetazos, caídas, cinismo y dolor que vivimos a mediados de los 80, añadiéndole, además, un final innecesariamente edulcorado. ‘Los Rose’ parece tener miedo de asustar a un público que no quiere ver a una pareja discutir de manera constante, y de esta manera pierde su esencia. El guion tiene partes fantásticas, sí, y los dos protagonistas están estupendos, pero eso no lleva necesariamente a una buena película.
Al final, lo que podría haber sido una estupenda puesta a punto en otras manos más atrevidas (o menos controladas) se queda en un quiero y no puedo terriblemente frustrante: están los ingredientes, la receta y el molde, pero el pastel ha salido a medio cocer. Y ojo, no es que nada falle especialmente: es todo abrumadoramente correcto y tiene escenas, como la cena repleta de sarcasmos constantes, hilarantes que dan en el clavo. Además, se niega a que podamos escoger un bando fácilmente, porque ambos tienen razones tanto para querer dejar la relación como para quedarse en la casa que han construido. Pero las piezas no están engrasadas, y se acaba notando.
Hay que sumarle, además, que ‘Los Rose’ hace algo criminal: no es capaz de sacarles toda la gracia a Andy Samberg y Kate McKinnon, que, aunque en ocasiones son divertidos dentro de sus frustraciones maritales, en otras resultan cargantes por culpa de unos personajes mucho más atrofiados de lo que deberían. Al menos hay que reconocerle que, dentro de sus posibilidades, logra crear una estupenda química entre sus protagonistas y hacer que los momentos íntimos resulten realmente adorables. Quizá demasiado: para que nos quede claro que la caída en desgracia del matrimonio es sutil y sucede poco a poco, ocupa demasiado tiempo en reforzar el amor entre la pareja, de tal manera que las venganzas finales acaban perdiendo fuelle.
Puede que ‘Los Rose’ vaya a quedar como un pie de página en la historia, pero al menos hay que reconocerle la valentía de no ser un remake plano a plano del original, sino atreverse a tener su propio ADN. Ojalá este fuera el de una película más gozosa, divertida y loca, más allá de la batalla dialéctica. Es entretenida, sí, pero su temor a dejar huella es, a la postre, su mayor, gran y más definitorio defecto. Más que guerra, se queda en simple batallita.
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