Hasta que finalmente, la mudanza a España por motivos laborales de su marido hizo que Renate Jacob entrase en juego. “Conocí a alguien que me animó a probar suerte con los zapatos y me ayudó con los proveedores”, explica. “Yo diseño, pero luego hay que jugar al ensayo y error con los prototipos: la punta es demasiado picuda, en el siguiente es demasiado chata… Es cuestión de seguir probando hasta dar con el definitivo”. Ese tira y afloja creativo la ha llevado hasta los tres modelos definitivos con los que hoy cuenta Renate (el Oma, el Mar y el Zeb) y planea abrir el abanico a dos diseños más. “Siempre voy creando los zapatos en función de mis propias necesidades. El primero surgió porque quería un calzado que pudiese usar tanto de día como de noche y tanto en verano como en invierno; en el caso de los segundos (unos jazz shoes de piel), la idea era sustituir a las zapatillas, porque al final, en el día a día, siempre acababa con ellas puestas por comodidad”, bromea. Ahora, lo próximo que promete son unas babuchas como esas de las que se enamoraba en sus viajes a Estambul. Un modelo que, de nuevo, rendirá homenaje a su familia. “Decidí llamar Renate Jacob a la firma porque es el nombre de mi abuela materna, que era alemana. Después, el primer zapato recibió el nombre de Oma porque precisamente significa abuela en alemán; más tarde llegaría el Mar en honor a mi hija Martina y al último, como es más masculino, le puse Zeb, que es como le dicen a mi marido”, cuenta entusiasmada.
Esa pasión con la que la diseñadora habla de sus allegados se traslada del mismo modo a la propia firma donde, dice, el trato es tan cercano que la relación va más allá de la compra. “Muchas veces, cuando vendo algún par de zapatos online, la gente me envía después sus fotos vistiéndolos. Eso yo creo que no pasa con otras firmas, ¿verdad? Por eso valoro tanto la relación con ellas, porque no termina en la transacción. Es, sin duda, algo más”.
