No es solo un poeta. Hablamos de una especie de gurú, un icono para varias generaciones. Si a muchos no iniciados les preguntaran por un nombre vivo en el género, probablemente saldría el suyo en primer lugar. Pero Luis García Montero (Granada, 66 años) no es un poeta encerrado en una torre de marfil, sino que no deja de pisar calle o, además, a veces, de buscar gresca. Y a su vocación literaria y docente —es catedrático de la Universidad de Literatura en Granada— une una sistemática acción política como militante de izquierdas. Nada entre un impulso guerrero, contestatario y sus habilidades diplomáticas, fundamentales para un puesto, el de director del Instituto Cervantes, que depende del ministerio de Asuntos Exteriores.
En ambos campos se ha granjeado siempre grandes apoyos y sonadas enemistades. Muy pronto destacó dentro de la generación de los ochenta como líder de los poetas de la experiencia con un primer poemario: Y ahora ya eres dueño del puente de Brooklyn a los que sumó en los noventa y comienzos de 2000 títulos que han logrado pasar la criba del tiempo como Habitaciones separadas (Premio Loewe y Nacional de Poesía), La intimidad de la serpiente (Premio de la crítica), Completamente viernes, Vista cansada…
Mientras se abría paso en su carrera literaria también en el género del ensayo con títulos como Poesía, cuartel de invierno, Almanaque del fabulador o Gigante y extraño. Las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer, entre otros, militaba en el Partido Comunista y después en Izquierda Unida. Establecía continuamente alianzas en ambos campos. También conflictos. En la poesía, se exacerban. Entran a veces por razones éticas. Pero a menudo los poetas se las toman a la tremenda por causas estéticas y estas les granjean odios hasta la muerte.

Sin embargo, a la par que altercados que han llegado hasta hoy —desde una polémica en Granada contra algún compañero de departamento que le obligó a pedir excedencia, hasta discusiones y desencuentros con las viudas de Rafael Alberti o Ángel González—, García Montero siempre buscó vínculos y conexiones con mundos de más resonancia donde su prestigio era indiscutible. En la música, por ejemplo. Ha labrado amistades y aventuras de por vida en ese campo principalmente con figuras como Joaquín Sabina, Miguel Ríos, a quienes les ha hecho algunas letras o del flamenco y la clásica, como Rosa Torres Pardo. Todos amplificaban así la poesía de García Montero o sus círculos cercanos, algo que le hacía acercarse a públicos más extensos y a conquistar con sus versos un terreno radicalmente popular.
En los años noventa conoció a Almudena Grandes. Se casaron en 1994 y hasta la muerte de la novelista en 2021 fundieron dos esferas en torno a ambos que inauguró en Madrid algo así como una deriva de lo que fue en Barcelona la Gauche Divine. Una alegre izquierda castiza, podríamos calificar, que alternaba reuniones cachondas con mítines. Congregaban en su casa o quedaban en tabernas con grandes grupos de amigos. Conspiraban y se divertían a base de ensaladilla, croquetas o quedadas para partidos de fútbol no sin rivalidad —Almudena era del Aleti y Luis del Real Madrid— en un círculo puño que extendía la camaradería en verano a Rota (Cádiz).

En torno a ellos cuajaron un mítico grupo intergeneracional que iba de los grandes santones cuidados con esmero por ellos como Rafael Alberti, Ángel González o José Manuel Caballero Bonald hasta los que circundaban la generación de los nacidos en los sesenta, después de los setenta y ha llegado hasta la camada de los noventa, donde tanto él como Benjamín Prado o Felipe Benítez Reyes son auténticos ídolos y maestros entre muchos de ellos.
Almudena y Luis levantaron la bandera republicana, se hicieron fuertes con el No a la Guerra, pronto los pretendían para sus listas la izquierda más radical —García Montero encabezó las de Izquierda Unida para las regionales en Madrid en 2015— pero también en el PSOE. Fue Carmen Calvo, vicepresidenta primera del Gobierno salido de la moción de censura contra Rajoy quien le propuso a Pedro Sánchez que lo nombrara director del Instituto Cervantes en 2018. Así entró como cargo dependiente del ministerio de Asuntos Exteriores, aunque rápidamente, por destreza política, habilidad, pero también por sus posiciones bien articuladas sedujo al presidente del Gobierno hasta convertirse en una especie de asesor para todo.
Se mueve en el gobierno de coalición con la misma empatía para agradar a los polos opuestos que lo componen y logró al tiempo ser amigo de Yolanda Díaz y de su antagonista, Nadia Calviño. Por eso habla con la libertad que habla. Se sabe intocable mientras resista Sánchez en la Moncloa. Es tan hábil que hasta la Casa Real ha hecho oídos sordos a sus proclamas republicanas y los monarcas disfrutan en todos los encuentros del Cervantes por medio de su representación y compañía.
Discurso novedoso en el Cervantes
Al Instituto aportó un discurso coherente y novedoso. El contexto internacional le acompañaba en la competencia como idioma global predominante frente al inglés. Si este, en medio de la deriva estadounidense hacia el fascismo, se ha convertido en un idioma antipático y de frontera, García Montero reivindica el español ante el mundo como una lengua amable de paz y diálogo.
Por eso nadie entiende muy bien qué le pudo pasar justo antes del congreso de Arequipa con aquella discordia que dejó a todo el mundo sin habla, blandió las espadas de la RAE en su contra y animó con algo de vidilla un congreso sin previsión de tormentas.