Cuando una serie como Malditos se desarrolla en un territorio poco habitual de los rodajes como es La Camarga, un paraje situado entre los dos brazos del Ródano y a orillas del Mediterráneo, y si sus protagonistas son los gitanos parece sorprendente que entre los temas musicales no conste ningún tema de los Gipsy Kings, grupo musical que reúne todos los requisitos para convertirse en emblemáticos de la región francesa sureña.
Quizá sea una decisión consciente de sus creadores Jean-Charles Hue y Olivier Prieur por alejarse de lo previsible, de lo tópico, pero en ese caso resultaría difícil justificar una trama con tintes shakespearianos en los que el amor, las pasiones y la violencia no dejan de ser temas que, como los tópicos, son muy repetidos en las historias de ficción.
Los seis episodios de la primera temporada que exhibe Max ofrecen una información complementaria de los usos y costumbres de los gitanos de la zona: en primer lugar distinguen nítidamente lo que ellos consideran “nómadas”, como los protagonistas de la serie, de los que despectivamente llaman “de barriada”, los que aceptaron dejar las caravanas para afincarse en viviendas sociales, diferencias que encubren un cierto clasismo al considerarse los unos superiores a los otros en un mundo en el que, al parecer, el estatus social lo es todo.
Malditos comienza con unas importantes inundaciones por el desbordamiento del Ródano y la exigencia de las autoridades de trasladar a la comunidad, una orden que encuentra una férrea resistencia encabezada por Céline Sallette, la matriarca, y secundada por su hijo mayor, un excelente Pablo Cobo, que tendrá que asumir la importante deuda que dejó su difunto padre con los “de barriada” por un trapicheo de cocaína.
Los tópicos, como se ve, son frecuentes lo que no impide que la serie mantenga un interés y calidad notables, que se ve potenciada por un romance entre miembros de distintos clanes que recuerda al Romeo de los Montesco y a la Julieta de los Capuleto, y de ahí lo de la trama con tintes shakespearianos.
Y si el paisaje de La Camarga no deja de tener unos ciertos ribetes de desolación aumentados por el desastre de las inundaciones, justo es de señalar que en ningún momento se menciona a Carlos Mazón, un personaje ya lamentable y definitivamente asociado a las terribles consecuencias de las lluvias torrenciales en las comunidades rurales, pero así es la vida.