“¿Querías esto?”, pregunta Lola a su mejor amiga, madre de una niña, cuando busca respuestas para sí misma. “¿El qué?”, reacciona Paula, que por un segundo nos deja adivinar el otro gran tema gemelo a éste: que la maternidad voluntaria y consciente tampoco es la definición de la integridad de una persona, por mucho que haya condicionado su vida.
La soledad atraviesa a Lola en tres días que su cuerpo se convierte en un abismo entre lo que es y lo que podría ser, si no fuera tan testaruda como para negarse a vivir como predican los bots enfurecidos de internet. Y, aunque esta es su historia, la historia de Lola, algo parece no encajar del todo, porque soledades femeninas, hermanadas, afloran en cada rincón por el que Lola pasa. Hace pensar en aquellas pancartas del 8 de marzo que rezan me cuidan mis amigas. La soledad de su madre, la de su amiga que acaba de someterse a un duro proceso de inseminación artificial, la de Paula como madre soltera, la de su hermana y su precaria posición laboral a causa de la crianza de dos niños pequeños, la de sus otras amigas que también decidieron ser madres son reflejo, reminiscencia, de lo poco que les separa, aunque la maternidad parezca ese muro, identitario e insalvable, que ha venido a acabar con nuestras amistades femeninas, separándonos en dos categorías. Como si ser madre o no serlo pudiera condicionar la afinidad que sentimos entre nosotras. Mamífera intuye una polifonía encerrada en la maternidad desde el deseo de no ser madre, la pluralidad de formas de transitar la feminidad y sus condicionantes sociales, y por eso es lo contrario a un relato ensimismado. Solo la generosidad en la mirada de Lola puede hacerle entender lo que quiere, o que lo que quiere está bien, y acortar la distancia que sentía con las otras. La comprensión hacia las demás le da la que necesita para sí misma.
Cortesía de Filmin