Técnicamente, La Veronal es una compañía de danza. Sin embargo, esa etiqueta se queda bastante corta para dedefinir el artefacto creado por Marcos Morau (Ontinyent, Valencia, 1982) en 2005. La fotografía, la dramaturgia, el movimiento, la música, la imagen y, por supuesto, la danza, se retuercen, se conectan y se hibridan en los espectáculos concebidos por él, tanto en aquellos que desarrolla para su propia compañía, como en los que crea para otras instituciones por todo el mundo, desde el Ballet de la Ópera de Gotemburgo al Royal Danish Ballet, entre muchos otros. El lenguaje de sus piezas, siempre singulares y vanguardistas, bebe del movimiento abstracto y del teatro físico y propone una nueva forma de expresión que trasciende escuelas y géneros. Estos días, el equipo está inmerso en el último espectáculo del valenciano: La mort i la primavera, una obra inspirada en la novela homónima de Mercè Rodoreda que, tras su estreno en la Bienal de Venecia a principios de agosto, recalará en el Teatre Nacional de Catalunya –donde tuvo lugar la entrevista y las fotos de este reportaje– el 24 de septiembre. Hablamos con Morau para descifrar las coordenadas que guiarán sus pasos –y los de La Veronal– en el futuro próximo (y no tan próximo).
¿Qué te ha llevado a plantear ahora un montaje como el de La mort i la primavera, inspirado en la novela de Rodoreda?
Llevo casi 20 años viviendo en Barcelona y nunca me había fijado en una artista de aquí para desarrollar una pieza, como sí había hecho con otros, como Ennio Morricone, Nick Cave, Benjamin Clementine… Tenía muchas ganas. Mercè Rodoreda es una creadora increíble que siempre tuve presente y esta novela me hizo sentir la necesidad de querer darle vida. Llamé a María Arnal, que es amiga mía, y nos inventamos un nuevo concepto, una especie de concierto performance. La gente conoce a la escritora por otro tipo de trabajos más costumbristas, igualmente modernos, feministas y revolucionarios, pero en La mort i la primavera, de alguna manera, da rienda suelta a una imaginación oscura, una libertad creativa, una crítica social –por la dictadura y el exilio que vivió– que hacen de ella una mujer adelantada a su tiempo. Me parecía que era muy pertinente hacerle este tipo de homenaje post mortem.
Tu caso es bastante insólito porque diriges una compañía de danza y no eres bailarín, ¿cómo has navegado esta circunstancia a lo largo de tu carrera?
Al principio fue un inconveniente, pero este hándicap se ha convertido en una virtud, porque me ha forzado a tener que crear, explicarme y dirigir a través de referencias que no solo tienen que ver con el cuerpo, sino con otras muchas formas de expresión. Me gusta moverme, leer y mirar; soy un gran observador y creo que analizando y sabiendo liderar, no necesitas saber bailar. Evidentemente hay que tener una sensibilidad, unos conocimientos y un interés por la corporalidad, por la virtuosidad, por la técnica –tanto la clásica como la contemporánea, el amenco, la danza española…– para saber dirigir a un bailarín, pero creo que siendo tan curioso, incisivo y obsesivo no me ha hecho falta. También me rodeo de bailarines dispuestos a participar de este proceso y dar forma a intuiciones que yo propongo. Evidentemente ellos son cocreadores. En mi trabajo, la danza es algo importante dentro de una imagen que está compuesta por el color, la plástica, la escenografía, el vestuario, el movimiento, pero también el concepto, la dramaturgia y el texto. Todo esto hace que La Veronal esté atravesada por muchas lecturas, el cuerpo es una más.