Es El cuento de una noche de verano una obra de veinte minutos sobre, hay que insistir, el consentimiento. Un consentimiento que se ejemplifica en una práctica muy concreta. “En lo que yo escribí en septiembre de 2021–he pasado tres años para conseguir sacar esto adelante a pesar de tener a Avalon detrás– ya era importante ese consenso. Cuando estaba en plena escritura se estaba dando el debate de la Ley del solo sí es sí y yo descubrí que había un nombre en inglés para lo que sucedía en el guion: stealthing”, explica María Herrera. “Si aquello tenía un nombre es que era una práctica mucho más común de lo que podía haber imaginado. En California, si no recuerdo mal, lo querían regular como delito sexual. En algunos países nórdicos y en Reino Unido ya lo era. Aquí lo estábamos hablando pero se trataba de lo mismo”, continúa. “Era importante contarlo porque a mí y a muchas amigas nos había pasado esto. Puede que no lo hubiéramos hablado porque las mujeres miramos a otro lado para no estar pensando que siempre sufrimos violencia, resulta agotador. Le restas importancia, pero como un mecanismo de supervivencia. Gente que no era muy amiga, a la que quizá conocía en un contexto de industria, también admitía que le había pasado. Ahí me di cuenta de lo común que era”.
Una sola pareja sirve para escenificar lo que María Herrera quería contar en El cuento de una noche de verano. Olivia Delcán es ella y Nacho Sánchez es él. El actor, de nuevo, se involucra en un papel ciertamente turbio. “Cuando yo se lo ofrecí no había visto todavía Mantícora”, confiesa Herrera entre risas. “Cuando tuve que decidir quiénes iban a ser los protagonistas pensé en los dos, Olivia y Nacho. Ellos me cuadraban muy bien y nos conocíamos porque tenemos varios amigos en común. Era alguien de quien venía siguiendo su trayectoria, lo había visto en teatro y lo tenía en el radar. A Olivia también. Eran actores de mi generación con los que quería trabajar y ambos me dijeron que sí”.
Hace María Herrera también en El cuento de una noche de verano una disección de la intimidad pocas veces vista en pantalla. Ese encuentro sexual entre los protagonistas dura casi la mitad del corto y se grabó como un plano secuencia. “Como mujer heterosexual me faltan escenas donde se dieran encuentros íntimos como yo los veo en mi vida. Ante esa falta de ficciones, he intentado hacerlo yo. A mí me gusta mucho Chantal Akerman y recogí un poco esa manera que tiene ella de mostrar las cosas, con un plano de quince minutos de una mujer haciendo un filete”, explica la realizadora. “No solemos ver esas escenas en tiempo real, más o menos, ni tampoco teniendo en cuenta el placer femenino. Están todas formadas por muchos cortes y yo necesitaba ir a la contra de la elipsis. Lo que se suele elidir no lo iba a elidir. Y ahí es cuando decido mostrar el ritual del condón. Empieza cuando ella le pide ponérselo y acaba cuando él decide quitárselo sin consentimiento, lo que para mí rompía el cuento del título”, continúa. “Yo hay una cosa que le copié a Céline Sciamma y es que ella dice que el consentimiento puede ser erótico, no está reñido con ello. Intenté que fuera así”.