Lo cierto es que he tenido la suerte de haber trabajado muchísimo y tener pocos parones de los que nos aterran, pero es verdad que es esencial aprender a convivir con la incertidumbre. La pregunta de si te llamarán mañana puede significar una angustia excesiva que te impida vivir el día a día de una forma más normal, y eso no tendría sentido. Hay que procurar tener la suficiente serenidad para saber que forma parte de este oficio.
¿Y qué vidas te comenzaron a interesar más a ti, a la hora de elegir unos u otros guiones?
Te vuelves más cómoda con el tiempo a la hora de elegir papeles, dentro de lo que cabe, porque siempre hay riesgo. A mí me gustan las historias donde todo, de alguna forma, está en la cabeza del director. Es decir, que tenga la capacidad suficiente, sea novel o veterano, de transmitir todo aquello que la historia puede expresar. Hacer una buena película es muy difícil. Puede tener un reparto excelente y no salir; siempre hay una parte misteriosa que implica riesgo. Arriesgarse es hacer y puedes llegar a conseguirlo o no. Yo he tenido varios proyectos que me han parecido redondos, pero no me gusta dar títulos. Creo que no es una cuestión de algo total. Las películas siempre tienen su parte misteriosa. Tú, como actriz, haces tu trabajo, pero, por supuesto, no conoces el montaje, la música final, cómo va a resultar todo. Puedes llegar hasta donde puedes llegar: tu interpretación. El resto del proceso, a ti se te escapa. Y es en ese proceso que no has visto ni vivido porque no te pertenece, donde ponen de sí los demás. Lo que sí es cierto es que, cuando una obra sale perfecta, es porque cada elemento que ha participado en esa historia ha logrado su parte. Desde el señor que pone la luz al que le ayuda a poner ese cable.
Al recoger su Goya a Mejor actriz protagonista en 2000 por Solas, María Galiana le dedicó el premio a “todas las actrices, ya maduras, que todavía no han perdido la esperanza”. ¿A qué crees que aludía?
Creo que el paradigma de injusticia entre actores y actrices, con respecto a su edad está cambiando. Pero lo que nos ha pasado siempre a las actrices ha estado intrínseco a la propia historia de este país. El llamado machismo, que hoy sufrimos de una manera tan clara y evidente, es algo que ha imperado siempre en España, y es una parte terrible de nuestra cultura. La visión que se tenía en general de cualquier historia era que el señor podía tener siete amantes, una más joven, otra más mayor, y además aguantarlas a todas muy bien. La mujer, en casa y con la pata quebrada. ¡Y venimos de eso! Esa es la raíz. Naturalmente, aunque eso va cambiando según cambia la sociedad, faltan generaciones. Pero, en la medida en que ahora hay directoras, mujeres de teatro y de cine, también su punto de vista va cambiando. Las historias que cuentan son otras y las protagonistas femeninas tienen ya la posibilidad de ser ellas mismas sin depender del señor equis para existir. Todo tiene que cambiar, y lo bueno es que ya ha empezado.