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En el mundo de los cómics, pocos conflictos son tan emocionantes como el de los mutantes de ‘X-Men’ reivindicando su identidad. Es un nivel de existencialismo que pocas veces vemos en las historias de Marvel, y que incluso se atreve a hacer paralelismos reales como convertir a Magneto en una víctima del holocausto.
Resulta que a principios de los dosmil, cuando los héroes de tebeo estaban inmersos en la lucha por encontrar su lugar entre los humanos, Marvel ya decidió por ellos si merecían ser considerados como tal o no. La discusión vino del lugar más inesperado: un conflicto legal con el gobierno de Estados Unidos. Concretamente, una disputa por cuánto debería que pagar la compañía en impuestos a la hora de vender figuras.
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Mirando por el bolsillo
Es aquí donde hay que pararse a hablar de una distinción particular que hacía la ley estadounidense por aquel entonces. Por alguna razón, para los organismos regulatorios no eran los mismo las muñecas («dolls») que los juguetes («toys»). La primera diferencia era morfológica. Las muñecas eran todo aquello que representase a un humano de carne y hueso, mientras que los juguetes cualquier otra cosa, fuera un camión, un perro o un robot. Más importante para lo que nos acontece, las muñecas pagaban 12% de impuestos mientras que los juguetes la mitad, un 6,8%.
Estas cifras interesaban mucho a Marvel porque encabezando el juicio estaba una empresa subsidiaria, Toy Biz, encargada de hacer juguetes de personajes de la compañía y que tenía un chollo en mente: si podían ganar el argumento de que el gobierno concediera la no humanidad a los mutantes, podrían ahorrarse un buen pico en futuros impuestos.


Colección de figuras de Toy Biz. Fuente: Delta Toys vía Youtube
De un modo que habría avergonzado al mismísimo Charles Xavier, Marvel no dudó un segundo en echar por tierra la humanidad de sus mutantes de cara al gobierno, insistiendo en los muchos aspectos que los hacían diferentes (como las largas garras de Lobezno) pese a que físicamente algunos pudieran pasar por seres humanos normales y corrientes.
Curiosamente, era la oposición la que no lo tenía tan claro. En el gobierno estuvieron analizando hasta 60 figuras diferentes, e insistían en que el aspecto era lo suficientemente humano para ser considerado muñeca. El veredicto, no obstante, acabó dándole la razón a Marvel. En un documento de 32 páginas sentenciaron que pese a compartir características humanas, no lo eran, y pertenecían a una categoría más afín a los «monstruos» o a los «robots».


Hoy en día, que a los mutantes no se les llame humanos es casi visto como un halago. Las historias más recientes de la franquicia han incidido mucho en el deseo de independencia de lo que en esencia se concibe como una especie separada a los humanos. Es un espíritu que podemos ver muy claro tanto en la recomendable saga de cómics de Krakoa como en la reciente serie ‘X-Men 97’.
Pero esto no estaba tan claro a principios de los 2000, donde mutantes y humanos no eran especies necesariamente excluyentes y los lectores se habían encariñado con unos tebeos que insistían una y otra vez en que, pese a sus diferencias, sus personajes favoritos eran como cualquier otra persona. El veredicto dolió lo suficiente como para que Marvel hiciera un comunicado afirmando que sus héroes eran tan especiales que merecían esa categoría. Lo irónico es que su victoria no sirvió para mucho, porque años más tarde se eliminó la distinción entre muñecas y juguetes.