Mary Barra, la ambivalente responsable de pilotar el salto eléctrico de General Motors | Opinión

Es como si hubiera nacido para el cargo. O si, como mínimo, hubiese sido criada para ello. Mary Barra (Royal Oak, 63 años) es del estado de Míchigan, la cuna del automóvil estadounidense, e hija de un trabajador con más de tres décadas de experiencia en General Motors. También ostenta el cargo de máxima ejecutiva de la firma desde hace 13 años, en los que ha tenido tiempo de vivir casi todo. Desde algún que otro escándalo, a la intensificación de la mayor transformación que ha vivido el sector en toda su historia: la electrificación. La única mujer que lidera una de las grandes del automóvil mundial afronta el reto en una vorágine de presiones políticas, giros radicales y la propia idiosincrasia del mercado.

Nieta de inmigrantes finlandeses, Barra estudió una Ingeniería Eléctrica en el Instituto General Motors –renombrado más tarde como Universidad Kettering– y, posteriormente, se sacó un máster en Administración de Empresas en la escuela de negocios de la Universidad Stanford. Toda su etapa formativa –y profesional– es indivisible de las siglas GM: su alma mater llevaba el nombre de la firma a la que su padre dedicó su vida; fue a Stanford con una beca del grupo y, desde los 18, trabajaba en una de sus firmas como becaria.

El siguiente paso al acabar sus estudios era obvio. “Tenía un conocimiento básico de la industria automotriz y de cómo era el mundo de la fabricación, solo por la oportunidad de pasar tiempo con él (su padre), simplemente hablando, porque era un apasionado de los coches”, contaba en 2013 al New York Times. Comenzó como ingeniera rasa; después, ostentó toda una serie de cargos, como directora de planta, directora global de recursos humanos –un antecedente atípico en los consejeros delegados y presidentes de las grandes empresas– y, antes del salto a lo más alto, responsable de productos globales de GM y vicepresidenta ejecutiva.

En 2013 se convirtió en la primera mujer en liderar el legendario grupo estadounidense, en un movimiento que ella siempre ha desvinculado de la discriminación positiva. Cuando fue nombrada, su antecesor, Dan Akerson, afirmó que para él era “como ver a tu hija graduarse en la universidad”. Todo quedaba, pues, en familia. Barra no asumió la presidencia ejecutiva del grupo en su mejor momento: la firma con base en Detroit no era el supergigante en el que trabajaba su padre, sino un grupo que venía, apenas seis años antes, de declararse en bancarrota.

Sus primeros meses dejaron claro la dificultad del cargo: en su primer año en la presidencia tuvo que afrontar hasta 84 retiradas de modelos, lo que afectó a más de 30 millones de coches, por problemas de seguridad de fábrica, entre otros. Barra tuvo que testificar ante el Senado estadounidense por este escándalo. Y, ya desde el principio, tuvo que asumir el principal reto del sector, la electrificación, como la primera marca y más emblemática de un país en el que la gasolina corre por las venas –donde el precio de los carburantes puede acabar con Gobiernos– y que es su mayor mercado.

Aunque en un primer momento mostró una apuesta firme por la electrificación, la ejecutiva y el grupo que lidera –como todo el sector, por otra parte– se ha abandonado a la ambivalencia que imponen los tiempos y el mercado. En 2022 hablaba de la “oportunidad y la responsabilidad de crear un mejor futuro” y avanzaba 30 modelos eléctricos, con la promesa de convertir la mitad de las fábricas de GM en Norteamérica a plantas de fabricación de vehículos eléctricos. Tres años después, Barra ya no menciona en sus comparecencias su objetivo de producir solo coches eléctricos en 2035.

El gran giro eléctrico

De la mano de un cambio en la Casa Blanca –con un inquilino que, a pesar de poseer un Tesla, se pronuncia a menudo en contra de los vehículos electrificados– la ejecutiva hace lobby contra ofensivas de estados progresistas en EE UU para regular sus emisiones. Según el Wall Street Journal, la compañía gastó más de 11,5 millones de dólares en hacer lobby de enero a junio –más que cualquier otra empresa en EE UU, salvo Meta–, buena parte para frenar las políticas de reducción de emisiones. “GM nos ha vendido. Mary Barra nos ha vendido”, concluía hace poco el gobernador de California, Gavin Newsom.

Las intenciones de Barra eran claras hace años, pero la realidad tiene múltiples aristas: el mercado eléctrico está yendo peor de lo que se esperaba. Además, las ventas apuntan a derrumbarse en EE UU, tras el fin, este martes, de un crédito fiscal que ayudaba con 7.500 dólares (unos 6.400 euros) a los compradores de vehículos eléctricos. En una carta a los accionistas en julio, Barra aseguraba que GM está bien posicionada para triunfar en un mercado de motores de combustión interna “que ahora tiene más recorrido”.

Además, la presidenta ejecutiva de General Motors ha sabido adaptarse el imprevisible presidente de Estados Unidos. Tras una relación complicada en el primer mandato de Donald Trump, se ha posicionado a favor de los aranceles, medida estrella de la segunda estancia del dirigente en la Casa Blanca.

Al volver al cargo, Trump prometió en su discurso de investidura que iba a acabar con el mandato de que los coches nuevos vendidos en el país estuvieran libres de emisiones. Tres meses después, la Fábrica Cero, nombre de una mítica planta de GM rebautizada y enfocada en la construcción de eléctricos, despidió a 4.000 trabajadores.

La breve biografía que muestra el grupo en su página web subraya que, bajo el liderazgo de Barra, “GM imagina un mundo sin accidentes, para salvar vidas; sin emisiones, para que las generaciones futuras puedan heredar un planeta más saludable”. La única gran ejecutiva del mundo del automóvil sigue defendiendo que el eléctrico es el futuro, aunque quizá esté algo más lejos.

Gran cilindrada

Amante de la velocidad.  Aunque se ha pronunciado en muchas ocasiones –para luego moderarse– a favor de la transición eléctrica del coche en Estados Unidos, a Barra le gusta la velocidad y los coches de gran cilindrada. Su modelo favorito de General Motors es un muscle car, el Chevrolet Camaro, que surgió como respuesta al Mustang de Ford, su gran rival. Antes de su ascenso a lo más alto de la compañía, no era raro verla probar los modelos en las pistas de pruebas, como responsable de desarrollo de producto, y como amante del motor.

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