En su primer desfile al frente de Chanel, Matthieu Blazy tenía dos opciones: o hacer un debut canónico sostenido por los códigos de la maison, o hacerlo como si fuese el último. Ayer por la tarde tomó esta última opción: una traca multicolor y refrescante que apela a la historia de la casa desde una perspectiva intimista, casi improvisada, y que culminó con el abrazo en el que se fundieron el creativo franco-belga y la modelo negra Awar Odhiang, encargada de cerrar el desfile. El lugar elegido para esta nueva era fue el Grand Palais de París, en una promesa de espectáculo a la altura de los que dio Karl Lagerfeld en su paso por la casa. Si en 2017 el Káiser llegó a incluir un cohete en su escenario, Blazy ha ideado varios planetas gigantes para hablar de una galaxia propia que evoca también sus propios comienzos, con aquella colección de graduación inspirada en Claudie Haignere, la primera mujer francesa en el espacio.
El debut de Blazy es una historia de amor, la que tuvo Gabrielle Chanel con Arthur ‘Boy’ Capel hasta que se lo llevó por delante un accidente de coche, en 1919. Del idilio surge la chispa: tres camisas de popelín, fruto de la investigación de archivo. Blazy descubrió que Boy Capel solo vestía camisas de Charvet, icono de sastrería parisina desde 1838. Su alianza con Jean-Claude y Anne-Marie Colban, los dueños de la histórica casa, no es tanto una colaboración, sino más bien una relación que se nutre del marco artesanal que fundamenta los Mètiers d’Ar que apoya la maison francesa. “Comencé a ser muy creativo, porque con esa camisa, cerré el círculo, sabía por dónde empezar, así que sabía adónde ir”, ha confesado Blazy a Tim Blanks en una entrevista para Business of Fashion.
Carlo Scarpato
Carlo Scarpato
Carlo Scarpato
La camisa (blanca, rosa y a rayas azules, abotonada con perlas y con el logo bordado de Chanel en la letra cursiva que solían llevar sus etiquetas en los años 20) no es una alusión exclusiva al romance. También evoca, como el resto de la colección, aquella primera etapa de Gabrielle, cuanto todavía era una modista que llamaba la atención con sus rompedores sombreros. Unos comienzos en los que su persona era su mejor escaparate y su predilección por las prendas masculinas, un desafío al barroquismo femenino de la Belle Époque. El Chanel de Blazy es igual de espontáneo: la primera chaqueta que abre el desfile parte de una propia que el diseñador desguazó a la cintura y al cuello durante los fittings. Combina trajes sastre con calzoncillos a la vista, camisas de esmoquin por encima de faldas negras y pantalones sutilmente más anchos con zapatos ‘brogue’. En ese mismo sentido, los vestidos siguen partiendo del hombro hacia el suelo, al puro estilo flapper, desdibujando el cuerpo femenino en las líneas rectilíneas con las que Gabrielle asentó ese nuevo ideal andrógino. Con Blazy, el espíritu nonchalant sigue sobrevolando la marca de la que fue su pionera y mejor embajadora.