Nos enfrentamos, por tanto, a un ideal de belleza canónica que cambia constantemente y maneja estándares irreales. Lo que no implica que tratemos de alcanzar ese físico deseado, dedicándole tiempo, sacrificio y energía, en tanto en cuanto este se relaciona con otros valores alejados de la supuesta belleza como son la salud, la juventud, la productividad o la clase social. “Así, se genera en todas nosotras una autocrítica y una autoexigencia brutal; una hipervigilancia de todo lo que tiene que ver con lo corporal y una suerte de obsesión con una perfección inalcanzable que hace que nos hablemos de maneras muy violentas”, continúa Arranz.
Una relación con nuestro cuerpo que se traduce en una culpa constante: culpa por no ir al gimnasio, culpa por comerse unas patatas fritas al llegar del trabajo, culpa por quejarnos de nuestro aspecto físico delante de nuestras hijas (en caso de tenerlas)… En definitiva, nos volvemos implacables con nosotras mismas. “Y lo somos aunque seamos feministas y nos sepamos la teoría al dedillo. Además, jamás seríamos así de brutales con los cuerpos de otras personas”, matiza la periodista y escritora. Porque lo cierto es que jamás le hablaríamos así a una amiga. Y no por compasión o hipocresía, sino porque nunca la observaríamos con esa mirada tan severa.
La realidad, porque lo vemos a diario en nuestros cuerpos y en los de las demás es que estos cambian. Pero esta cuestión puramente fisiológica se invisibiliza y se castiga en el caso de las mujeres. “Sabemos de sobra que, con el tiempo, el cuerpo cambia, pero nos cuesta muchísimo abrazar esos cambios, porque todo a nuestro alrededor nos dice que no cambiemos, que no debemos cambiar. Ni cuando nos hacemos mayores ni cuando somos madres ni cuando estamos deprimidas, ni tampoco cuando somos felices. Engordar, perder peso, envejecer o estar enferma son procesos naturales por los que pasa cualquier cuerpo, pero en el caso de las mujeres no se nos permite que dejen huella”, explica Arranz.
Correa considera que las redes sociales basadas en la imagen como Instagram podrían contribuir a revertir este sentimiento. “Potencialmente podrían ser buenas para dar a conocer y difundir muchos más estilos de vida, muchos más tipos de realidades corporales, de bellezas… Incluso podrían albergar un potencial transformador”, cavila.