He de hacer una confesión: aunque me encantó la serie Sin Medida (he escrito sobre ella, le he dedicado stories y tuits, la he recomendado), al inicio se me atragantó la actriz principal. No le pillaba el punto, ni siquiera me parecía una intérprete destacable. Digamos que la serie me gustaba A PESAR de su protagonista. Por eso me sorprendió enterarme de que Lena Dunham —creadora, guionista y directora (y mujer talentosísima en cuyo criterio confío)— había estado convencida desde el principio de que Megan Stalter era la indicada para encarnar a Jess, la alocada estadounidense que viaja a Londres con el objetivo de superar una ruptura. Conforme avanzaban los episodios, no obstante, me fue conquistando su extraño carisma y, desde entonces, he consumido entrevistas y podcasts, vídeos y artículos, y he aprendido a quererla. ¿Tanto como sus adeptos? No estoy segura, quizás.
Imaginad a la clásica chica no normativa, perteneciente al club de teatro del instituto, que siempre aspira a protagonizar la obra de fin de curso, pero a la que, sin importar su nivel de entusiasmo o entrega, nunca se le concede el rol central. Pues esa era Meg. Aun así, en los escenarios se sentía libre de las presiones sociales adolescentes, de pronto algo más que la empollona marginada: allí hacía amigos, era feliz. Después de graduarse y saltar por un par de universidades, abandonó sus estudios para concentrarse de lleno en su sueño. Con poco más de veinte años probó suerte en el circuito cómico de Ohio, en el área de la improvisación. No tuvo ningún éxito (de hecho, a menudo recibía rechazos explícitos). Lo cierto es que es un milagro que insistiera en avanzar por la senda del espectáculo, pues infinitos indicios llevaban a concluir que no era lo suyo. ¿Cómo es que, entonces, ha terminado contratada por superproducciones de HBO y Netflix?.
La fama de Meg explotó gracias a las redes sociales. Durante la pandemia concibió distintos personajes que mostraba en pequeños sketches a través de Instagram. Si entráis en su cuenta y retrocedéis en el tiempo, os encontraréis reels que reflejan su tono humorístico y que explican que ganara popularidad. Es desternillante. Fueron estas caricaturas las que llamaron la atención del equipo responsable de Hacks, serie que la fichó para dar vida a Kayla, un personaje alineado con sus identidades ficticias online. Recuerdo que el otro día pregunté a mi madre (fan de Hacks) cómo era la tal Kayla y ella me respondió lo siguiente: “desconcertante, sorprendente, incluso molesta… Una mosca cojonera”. Igual que Jess, la de Sin Medida, e igual que los sujetos en los que Meg basa sus escenas virales. Es probable que la propia Meg sea desconcertante, sorprendente, a veces incluso molesta (una mosca cojonera).
Algo que comparten todas estos perfiles (inventados por ella y por los directores que inventan personajes para ella) es que poseen una autoestima superior a la que cabría suponer que les corresponde. Megan Stalter interpreta a gente subida a la parra, con un punto de ignorancia con respecto a sus limitaciones que en ocasiones puede crispar, pero también enternecer. En Megan (la Megan real) convergen algunos de estos elementos. Por ejemplo: siempre ha estado convencida de que, tarde o temprano, iba a triunfar. Esa especie de amor propio innegociable se manifiesta también en su relación con su cuerpo. Presumo que le habrá costado alcanzar este grado de aceptación, pero ahora Megan carece de complejos: lejos de ocultarse (como el mundo dicta que hagan quienes poseen cuerpos grandes), ella se ciñe, se exhibe, se planta formas extravagantes y colores chillones. Lo contrario de la discreción.