¿Merece la pena pagar 500 euros por un secador de pelo o un moldeador multifunción?
“¿Merece la pena pagar casi 500 euros por el secador Supersonic de Dyson o los casi 600 que vale el Airwrap de esta misma marca?”. Reproduzco la pregunta que más me hacen las personas que saben que soy editora de belleza cuando fantasean con la idea de invertir en alguna de las herramientas más famosas (y caras) del mercado. En la mayoría de los casos me preguntan varias veces sobre el tema hasta que se deciden. Normal, es una compra que tiene que meditarse, por lo que la secuencia de hechos suele ser la siguiente: primero ven la idea de gastarse ese dinero como una remota posibilidad y con el tiempo, las necesidades diarias y el halo de fama y viralidad que atesora esta marca, se vuelven a replantear la compra pero con una voluntad mucho más real. Digamos que primero se informan por mera curiosidad –el hype es el hype– y luego terminan bajando a tierra la posibilidad de gastarse ese dinero. Sin duda, una decisión nada fácil cuando en el mercado hay otra tantas opciones muchas más económicas.
Mi respuesta, siempre suele ser la misma. “Creo que es una cuestión de necesidades y prioridades. Si te secas el pelo casi a diario, o si usas tenacillas, para mí sí lo es. O si te importa mucho tu pelo, y no me refiero solo a su aspecto, sino a su salud, también”. Y añado para zanjar mi respuesta: “Depende de tu escala de valores en ese sentido”. Está claro que es una gran inversión y que si te secas el pelo al aire o lo recoges en un moño a diario, aunque los cientos de ingenieros que están detrás de su tecnología te dijeran que sigue siendo la mejor opción para tu pelo, probablemente prefieras invertir en otra cosa. Más que nada porque si el pelo no está en tus prioridades beauty, no apreciarás los detalles de la tecnología (por ejemplo, para el primer secador se trabajaron 600 prototipos hasta llegar a la versión final y se analizó el flujo de aire en más de 1500 kilómetros de pelo). Y terminarás lamentando la compra. Pero cuando el pelo es algo que te importa –estudios recientes confirman que para un porcentaje importante de la población la salud y el aspecto del cabello afectan directamente a su confianza. Ya lo dijo Ivana Trump, “un pelo espléndido es una gran revancha”–, es raro lamentarse después de haber hecho la compra. (Spoiler: de todas las personas que me han preguntado y han decidido invertir, no ha habido arrepentimiento manifiesto después).
Invertir en tiempo: ¿sí o no?
Como dice una amiga que tiene el moldeador Airwrap –y que nunca lo factura cuando viaja por si le pierden la maleta, prefiere minimizar riesgos y llevarlo en el bolso– “al final inviertes en tiempo”. Y lo dice porque ella, que se hace unas ondas surferas que son la envidia de cualquiera (la mía también) ha comprobado que necesita menos tiempo para hacerse el mismo peinado que antes se hacía con tenacillas. De hecho, una parte importante del total de consumidores de esta herramienta son personas que hacen el esfuerzo económico precisamente para hacerse más fácil el día a día, sobre todo cuando no puedes ir a menudo a la peluquería. Mi amiga también dice que nota que su pelo está más sano. Y lo comenta de forma honesta y sincera, como persona que volvería a invertir en esta herramienta si fuese necesario. Y también como mujer a la que le preocupa el aspecto de su pelo. Probablemente, si no le diera importancia, no lo consideraría tan buena compra.
¿Cubrir necesidades o elegir lo que crees que es lo mejor para ti?
Como explicó la psicóloga Silvia Congost durante la presentación de la campaña de San Valentín de Dyson –la edición limitada está a punto de agotarse, lo que confirma el fenómeno más allá de razones capilares tangibles y evidentes-, hay dos maneras de cuidarse y autocuidarse. O cubriendo las necesidades básicas o eligiendo lo que es mejor para tu cuerpo. Y en este caso creo que es el símil que mejor puede explicar tomar una decisión u otra ante la duda de comprar este tipo de herramientas. Está claro que es una decisión personal en función de posibilidades económicas y prioridades, pero entronca también con una idea que sobrevuela la conversación en 2025: el consumo consciente. Es decir, comprar de forma responsable pensando en el recorrido de ese objeto que se adquiere: los recursos que se emplean para fabricarse, la vida útil que tiene y lo que implica para el medioambiente y a nivel social tanto su fabricación, como utilización y desecho. Priorizar calidad sobre cantidad (puedes comprarte un secador, una plancha y unas tenacillas o invertir en un moldeador multifunción. Si lo piensas no hay tanta diferencia). Y meditar cada compra antes de entregarse al consumo masivo de cosas sin analizar el impacto que ese maximalismo material puede tener: tanto en los residuos que genera en el planeta como en nuestro día a a día. Al final simplificar el número de cosas materiales que poseemos es otra manera de hacerse la vida fácil.
Y volviendo a cuestiones meramente prácticas, que haya tantos ingenieros pensando en la dirección exacta y el ángulo que tiene que tener el flujo del aire de estas herramientas para no dañar el cabello y darle forma, tiene un valor económico. Y una recompensa en el día a día y en la melena, si me preguntan.