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Mahin disfruta de su día a día, más o menos, dentro de lo que puede, pero no se siente viva. Adora la cocina, su pequeño jardín -un respiro en medio del incesante trajín de Teherán- y las tardes de tomar té con sus amigas. Pero, al final del día, está sola. Tiene 70 años y nada que perder en el amor, en un país que mira todo con mil ojos, que prohíbe la pasión, que ignora la vejez, que ataca a la mujer, que reprime los sentimientos.
‘Mi postre favorito’ es una película tan inteligente como malvada, que engaña y dribla a un espectador resabido que cree saber con qué se va a encontrar, convirtiendo un drama romántico de la tercera edad en una alegoría de la situación actual de Irán, tan podrida desde sus mismos cimientos que a sus habitantes no les queda otra que aprender a vivir con la carcoma.
Dulce como un pastel, agria como un limón
Durante los últimos años, los directores iraníes se ha vuelto más críticos que nunca contra su país, ese que, paradójicamente, persigue y condena cualquier señalamiento contra el sistema. Películas como ‘La semilla de la higuera sagrada’, ‘Tatami’ o ‘Un héroe’ reflejan, ya se rueden o no en la clandestinidad, una condena absoluta hacia el régimen social, político y religioso de los ayatolás. ‘Mi postre favorito’ sigue esta línea: aun siendo mucho más sutil en su fachada, realmente oculta una sinceridad a gritos imposible de callar.
La pareja formada Maryam Moghaddam y Behstah Sanaeeha, a los que se prohibió ir a Berlín a presentarla (y, por tanto, no pudieron recoger ni el premio que le otorgaron los críticos ni el ecunémico del jurado), dotan a ‘Mi postre favorito’ de una sensibilidad exquisita, que parece celebrar la vida y derrotar a la soledad de un plumazo.
Realmente, esta alegría oculta una pesadumbre tras de sí que se hace notoria en un final que viene a señalar que no hay nadie en el Irán de hoy en día que pueda permitirse sentir felicidad. En un mundo gris, repleto de sinsabores, con una sociedad oscurecida y unos líderes repletos de odio, incluso compartir la soledad es motivo de reproche y de amargura.
Pero, además de una árida queja hacia el sistema iraní, ‘Mi postre favorito’ es, también, uno de los mejores retratos que se han hecho jamás del amor en la tercera edad. Durante una noche, Mahin y Faramarz se permiten ser felices, reflexionar sobre su vida, comer pastel, regar el jardín, bailar, reír, incluso volver a sentir pasión en un mundo que parece no solo dar la espalda a las personas de edad avanzada, sino, también, ignorar cualquier tipo de deseo.
Durante unas pocas horas, esta pareja que ni siquiera ha empezado a ser y al mismo tiempo ya lo ha sido todo, se concede los lujos que nunca confesarían a puertas abiertas. Se permiten, por una vez, soñar con un futuro que les parecen haber negado, con un amor que la vida les prohibió volver a vivir, con una felicidad que les arrebataron de lleno.
¿Cine romántico-social iraní? Por supuesto y gracias
Es difícil acostumbrarse, de primeras, al ritmo de ‘Mi postre favorito’. No porque sea lento (el típico sambenito injusto del cine iraní), sino porque estamos hechos a historias excesivamente rápidas y vacías que temen al silencio y la reflexión. Aquí, Moghaddam y Sanaeeha no temen centrarse en una mirada que dice más que cientos de apasionados diálogos, en un jardín que necesita algún arreglo, en una cocina capaz de hacer recordar una vida y crear nuevos momentos, si cabe, más felices que los anteriores. La película confía en su público y no teme perderle en ningún momento, apostando a que creamos en esta historia de amor inusual que acaba yendo por derroteros inesperados para todo el mundo.


‘Mi postre favorito’ tiene la increíble capacidad de destrozarte el corazón con tan solo dos fotos que resumen la tristeza más absoluta: el hecho de saber que acabas de vivir la noche más feliz de tu vida a los 70 años, nunca vivirás nada igual, y no tengas cómo volver a recordarla.
En lugar de ser un panfleto, muy conscientemente, se aleja de ello lo suficiente como para crear una metáfora que no moleste tanto a los censores y, al mismo tiempo, muestre una realidad insufrible al resto del mundo: la de un país que obliga a las mujeres casi al anonimato, les prohíbe la pasión, el sexo, el amor y la vida que merece la pena ser vivida. De alguna manera, esta película es consciente de su propia incapacidad para cambiar las cosas, condenando al cine iraní a ser una constante denuncia sin solución en el horizonte.
Es imposible no quedar fascinado ante la pureza, la delicadeza y, en el fondo, la rotundidad de una obra como ‘Mi postre favorito’, tan valiente como única. Una de esas pequeñas joyas que suelen pasar injustamente desapercibidas en la taquilla en favor de naderías veraniegas, y que se merece mucho más que el olvido. Porque, en el fondo, aunque la propia película parezca negárselo a sí misma, el cine, como ventana a otros mundos y sensibilidades, puede cambiar el mundo. Solo hace falta que nos demos cuenta de que es tan deliciosa como un buen pastel.
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