Nunca he entendido la necesidad de algunas mujeres de vestirse como las muñecas con las que jugaban de niñas. Los cuellos de Peter Pan con volantes y los adornos de encaje no me van. Ni siquiera me apetecía hacerlo cuando tenía la edad suficiente para vestirme como si fuera a hacer la Primera Comunión.
Pero últimamente algo ha cambiado. Desde hace un par de meses, me apetece incorporar a mi vestuario los mismos detalles que antes me repugnaban. Eso sí: en lugar de vestirme como una muñeca de estética antigua pero recién comprada, me inspiro en las inquietantes muñecas de las tiendas de segunda mano. Ya sabes: ojos vidriosos y vagamente amenazadores y vestidos amarillentos y andrajosos, desgastados por el tiempo. Las prendas imperfectas se oponen a su propósito como objetos de colección, destinados a ser preservados.
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No soy la única que ha sucumbido a su extraño encanto: la moda de las muñecas encantadas ha estado muy presente en las últimas temporadas. En Chloé, Chemena Kamali sacó a la pasarela dla primavera de 2025 capas de encaje y pantalones ondulantes. En McQueen, Seàn McGirr ofreció esa misma temporada cuellos de ópera y dobladillos deshilachados. En la Semana de la Moda de Nueva York, los estilos deconstruidos de Zoe Gustavia Anna Whelan me recuerdan a una muñeca abandonada a la intemperie, y las siluetas victorianas de Colleen Allen imitan viejos armazones. El estilo ha llegado incluso a las grandes cadenas: Free People vende un par de pantalones bombacho de encaje que son una alternativa económica a las propuestas de lujo.
Quizá el mejor ejemplo de las mujeres que se visten como muñecas antiguas es la señorita Havisham de Grandes esperanzas. Plantada en el altar, Charles Dickens la imagina pasando el resto de su vida con el vestido de novia hecho jirones y el banquete intacto sobre la mesa, cubierto de telarañas. Sin embargo, a mí me parece fabuloso. En la interpretación que hizo de ella de Helena Bonham Carter de este papel en la película homónima de 2012 vimos a la señorita Havisham engullida por un aparatoso vestido de novia, con la falda de organza arremolinada y las mangas de campana hechas jirones.
La ropa tiene un gran poder emocional y refleja cómo queremos que nos vean los demás. Vestirse con prendas femeninas pero desgastadas es ir a corazón abierto. Nos recuerda que las cosas no tienen por qué estar siempre inmaculadas para seguir siendo bonitas y dignas de llevar. Así que, aunque nunca fui de las que se ponían trajes a juego con las muñecas peponas, ahora que soy adulta me inspiraré en las hechizantes muñecas antiguas.