Músculo emocional: hábitos para desarrollarlo (y comer mejor)
Comer bien para solo verse bien no debería ser el fin. Pero aún a día de hoy, cuando somos muchos los empeñados en desterrar el concepto operación biquini y todas las ideas dañinas que implica, cuesta entenderlo. Sin embargo, el fin de comer bien debería ser sentirse bien. Si nos sentimos bien, todo lo demás llega. Y cuando se entiende este punto de partida, la vida, la salud (y también el peso) mejoran. La experta en nutrición Isabelle Junot, especializada en alimentación intuitiva, habla de esto largo y tendido en su libro Eat Girl. De la obsesión a la ilusión (Rocaeditorial), en el que, entre otras cosas, da recomendaciones para crear ‘una caja de herramientas mágicas’ para no comer en modo automático y respetar nuestro apetito porque una eat girl, dice Junot, “prioriza su bienestar físico, emocional y espiritual. Entiende que no solo la comida determina su salud, también lo hace el entorno que crea para sí misma, la manera de hablarse y otros muchos factores. Busca comer para sentirse bien y no para verse bien”.
Todo eso implica, entre otras cosas, desarrollar un músculo del que no habíamos hablado hasta ahora: el músculo emocional que, por cierto, está más vinculado de lo que creemos al músculo físico, ya que comer bien es una concatenación de buenos hechos que repercuten a nivel emocional y corporal. “Desarrollar el músculo emocional significa entrenarnos para gestionar lo que sentimos sin recurrir automáticamente a la comida como vía de escape. Igual que no vas a hacer un push-up perfecto a la primera si nunca has entrenado los brazos, no puedes esperar gestionar tus emociones sin haber trabajado antes en entenderlas o si nunca has sido realmente consciente de por qué estás comiendo con ansia, estrés o emocionalmente”, explica a esta cabecera la experta (y ex concursante de Masterchef). E insiste en la importancia de construir una manera diferente de relacionarnos con la comida, sin castigos, pero entendiendo que cambiar de hábitos y dejar de lado creencias aprendidas, cuesta.
Claro, en la era del bienestar y de la cultura del wellness, a veces la sobredosis e información nos impide desarrollar este músculo. “Hoy en día hay una sobrecarga de información y, muchas veces, información contradictoria. No es de sorprender que haya personas confusas a la hora de alimentarse. Que si ayunar, que si el desayuno es lo más importante, que si ser vegano o hacer la dieta carnívora… Pero lo más importante es entender que lo que funciona para una persona no necesariamente funciona para la otra. No hay que copiar lo que hace uno a ciegas simplemente porque esté de moda. Todo esto nos hace desconfiar de nuestros propios cuerpos y buscar respuestas fuera de nosotras. Lo que necesitamos es volver a mirar hacia adentro. La alimentación intuitiva nos invita a desconectarnos de todas esas reglas externas para reconectar con nuestras señales internas: el hambre, la saciedad, el placer, la energía. No hay una fórmula mágica que funcione para todas. Aprender a escucharte, a observar qué te sienta bien a ti, en qué cantidades, con qué combinaciones…”, explica.
He aquí un resumen de algunos hábitos que nos pueden ayudar a desarrollar ese músculo para comer desde el placer, respetando nuestro apetito y abrazando un autocuidado lógico sostenible en el tiempo:
#1. Identificar y aceptar sentimientos incómodos
Imagina la escena: has comido, estás saciada pero te gustaría seguir comiendo lo que te gusta porque no quieres renunciar a ello aunque realmente ya no tengas hambre. Probablemente decidir dejar de comer en ese momento sea una sensación incómoda, pero es cuestión de darse unos minutos. “Desarrollar el músculo emocional sería por ejemplo identificar que te genera tristeza dejar de comer algo que te gusta porque ya estás saciada/satisfecha. Aceptar que ese sentimiento es incómodo y estar dispuesta a sentirte incómoda unos minutos (luchando contra las ganas o la necesidad de seguir comiendo a pesar de estar llena). Se trata de dejar pasar unos 15/20 minutos y al cabo de ese tiempo valorar si realmente quieres seguir comiendo. Al principio cuesta aceptar esa sensación incómoda pero luego se vuelve más natural”.
#2. Encontrar el balance entre saciedad y satisfacción
Significa aprender a alcanzar ese punto en el que te sientes saciada pero has disfrutado con la comida. Ambas cosas pueden suceder. “Yo personalmente intento siempre priorizar ambas cosas: comer para saciarme y nutrirme, pero también para disfrutar. Cuando solo comes para llenarte, sin placer, es muy fácil acabar picando sin control después, buscando inconscientemente esa satisfacción que te faltó”, explica Junot.
#3. Buscar satisfacción en cada plato haciendo esto
Al hilo de lo anterior se trata de que las comidas nos sacien y nos aporten placer. Y para buscar ambos objetivos, Isabelle Junot tiene algunos recursos prácticos: “La saciedad la consigo combinando proteínas, grasas saludables, fibra e hidratos de carbono, eso me da energía sostenida. Y la satisfacción la busco a través del sabor, las texturas, el volumen, la temperatura… incluso el entorno: no es lo mismo comer con prisas de pie en la cocina que sentarte, saborear y disfrutar con calma”, dice.
#4. Dejar de esconder los alimentos que nos gustan (pero nos tientan)
Aunque no comprar esas galletas que tanto nos gustan podría ser el atajo rápido para no comerlas, cuando se desarrolla ese músculo emocional del que habla Junot, el fin es alcanzar una relación saludable y natural con todos esos alimentos sin demonizarlos ni esconderlos. Porque ya se sabe, los extremos nunca traen cosas buenas. “El problema no es tener las galletas en casa, el problema es la relación que tenemos con ellas. Curiosamente, desde que me permito tenerlas presentes y disponibles, las como mucho menos que cuando me las prohibía. Cuando escondemos ciertos alimentos o evitamos tenerlos ‘para no caer en la tentación’, en realidad les damos más poder. Se vuelven un objeto de deseo, y eso activa una mentalidad de escasez: ‘Mejor me las como todas ahora porque después no habrá’. La solución no es evitarlas a toda costa, sino poder elegir conscientemente. A veces eso será decir ‘no’, y otras veces será disfrutarlas sin culpa… y seguir con tu día”, explica. Como bien dice la experta, comer lo que te gusta no significa comerlo todo el rato, ni no comerlo nunca. “El primer paso es mental: darte permiso real para comer lo que te gusta, sabiendo que eso no significa que lo vas a comer todo el tiempo. Tener esos alimentos disponibles ayuda a romper con la urgencia, a salir de la mentalidad de ‘todo o nada’, y poco a poco disminuye el impulso de comer sin hambre”.
#5. Gestionar nuestra relación con el azúcar con naturalidad
El azúcar blanco es lo más parecido al demonio para algunas personas, pero si bien es cierto que tiene inconvenientes para la salud si se toma en exceso, los pensamientos radicales hacia algo que está tan presente pueden ser contraproducentes. “Para mí la clave ha sido dejar de demonizar el azúcar y entender que puede formar parte de una vida saludable. Se consigue, sobre todo, dejando de prohibirla para que deje de tener ese efecto tabú sobre ti. Se trata más bien de darte el poder de elegir comerla o elegir no comerla siempre con la intención de comer para sentirte bien física y emocionalmente. Porque cuando algo está prohibido, se vuelve más deseado, más cargado de culpa, y muchas veces más difícil de manejar. En cambio, cuando te das permiso real para comerlo, el azúcar pierde ese poder casi magnético”, concluye.