En términos económicos, las chorreras y volantes representan una válvula de escape de lo más lucrativa. El mayor best-seller de Mathew Williamson en los 2000, cuenta el propio británico, fue un vestido de seda gris estampado con bajos irregulares tipo pañuelo, inspirado por el diseñador bohemio Ossie Clarke. Sienna Miller (quién si no) fue uno de sus principales catalizadores. Que estrellas como Mick Jagger luciesen casacas militares antiguas en sus actuaciones se traducía en hordas de fans arrasando en locales vintage como I was Lords Kitchener’s Valet. Los Beatles probaron suerte con la ropa a través de su tienda, Apple, que equiparon con creaciones de Thea Porter. Sus vestidos boho de los 60-70 hoy pueden superar los mil euros en eBay y son de una actualidad abrumadora (lo sabe bien Kate Moss, que en 2011 llevó uno para su preboda).
En 2024 todavía es pronto para avanzar resultados, pero los pronósticos parecen positivos: “Podemos esperar que el boho tenga un desempeño bastante bueno en el retail, con vestidos y blusas de poeta volviendo a entrar en el territorio de moda”, medita Sofia Martellini. “Estos son estilos que históricamente han sido populares entre los consumidores, lo que significa que tienen mucho atractivo comercial, algo que la mayoría de las marcas realmente necesitan en este momento”. Como sostiene, la industria ha cambiado drásticamente desde los 2000. Hoy impera una coexistencia de microtendencias que dificulta determinar cuál será el look por excelencia de la temporada. Pero el boho ha comenzado a ganar impulso en verano, con figuras como Miller, Suki Waterhouse o Daisy-Edgar Jones, y parece tener cuerda para rato: “Una vez que los consumidores compren las colecciones del otoño, y dado que el ‘boho’ es una victoria fácil para los eventos musicales, se trasladará a la primavera de 2025 a medida que avance la temporada de festivales”, vaticina esta experta.