No hablemos de dieta (ni de alimentos buenos o malos)

Como dijo la escritora estadounidense Rita Mae Brown “el lenguaje ejerce un poder oculto, como la luna sobre las mareas”. Y de eso va precisamente este tema, de derribar ciertas palabras que cultural y socialmente hemos asociado a ideas que poco o nada benefician a nuestro bienestar y a nuestra salud. Durante mucho tiempo mayo era el mes de la ‘operación biquini’ y septiembre el de la dietas, dos conceptos innecesarios que a lo largo de años (demasiados) han ejercido una gran presión, sobre todo entre las mujeres, que ansiábamos y buscábamos una perfección irreal, unos cuerpos normativos y acercarnos a unos cánones de belleza, en ocasiones, alejados del verdadero bienestar. Una cosa es querer recuperar buenos hábitos tras los excesos del verano –el dolce far niente es eso y también es necesario– y otra iniciar el curso desde la restricción y la idea de tener que compensar y corregir como si el disfrute fuese algo malo. Precisamente por eso la vuelta de las vacaciones puede ser un buen momento para superar esas creencias limitantes o negativas que pueden conducir a la frustración y a adoptar hábitos extremos (las dietas hipocalóricas son un ejemplo), poco o nada sostenibles en el tiempo, y tremendamente dañinos para la mente y el cuerpo.

Objetivo: mejorar la relación con la comida

Septiembre siempre ha sido un mes de comienzos y mejorar la relación con la comida desde una perspectiva consciente, respetuosa y saludable puede ser el mejor de los propósitos. Es cierto que etimológicamente la palabra dieta no se refiere a un concepto negativo, pero en cierta medida nos hemos empeñado en que lo tenga. “Asociamos este término a la idea de restricción, aunque su significado correcto es el de un conjunto de hábitos y alimentos que se comen cada día y constituyen una alimentación saludable y equilibrada. Pero la cultura de la dieta tan impregnada entre nosotros, focalizada en la idea de un peso ideal y basada en cánones de belleza que marca la sociedad y que se alejan de los conceptos de salud, es lo que ha hecho que en nuestra mente se asocie con restricción. Por eso es mejor hablar de comer de forma saludable, de mantener el metabolismo activo y los niveles de energía óptimos. Cuando abordamos la alimentación desde la prohibición conectamos con una sensación de privación que genera más presión y estrés”, explica la psiconutricionista Itziar Digón, creadora del programa C.O.M.E de alimentación consciente.

A mayor restricción, mayor descontrol con la comida

Este enfoque equivocado ha llevado a la contradicción que caracteriza la paradoja de la vida: “Lo que más observamos en consulta es que a más restricción, más descontrol con la comida y también mayor hambre mental. Por eso la principal manera de abordar estos casos es por medio de la psicoeducación de la implicación y consecuencias físicas y mentales que tiene llevar a cabo una reducción alimentaria”, afirma Laura Jorge, fundadora del centro de nutrición y psicología que lleva su nombre. La nutricionista se muestra rotunda con las consecuencias que tienen el discurso y la cultura prodieta y todos esos regímenes con nombres y apellidos efectistas –la (dosmilera) dieta de la piña es un ejemplo–. “Todas estas ideas pueden ser un factor de riesgo para el desarrollo de trastornos de cultura alimentaria, problemas de mala imagen corporal y relación disfuncional con la comida. Este concepto de dieta con un marketing tan agresivo ha llevado a generar una insatisfacción y una culpa constante con nuestra relación corporal que afecta a nuestra autoestima”.

Ni buenos, ni malos

En este peregrinaje de limitación en el que poco (o nada) se hablaba de aprender a comer de forma sana y sostenible, la dicotomía entre alimentos buenos y malos, permitidos y prohibidos, ha sido otro clásico con tremendas consecuencias. Esa criminalización de ciertas comidas ha provocado, entre otras cosas, que se asocien los alimentos saludables con aburrimiento, “desnaturalizando la relación que debemos tener con los alimentos más naturales y, al mismo tiempo, magnificando el deseo por los malos que me estoy prohibiendo”, señala Digón. Cuando se categorizan en ‘permitidos’ y ‘prohibidos’ la comida deja de ser una fuente de nutrición y placer para convertirse en un ‘campo de batalla’ de voluntad y control. La restricción puede aumentar la ansiedad y la obsesión por lo que se come, así como elevar los niveles de cortisol, y también influir en la capacidad natural de nuestro cuerpo para regular el hambre y la saciedad. Estas emociones negativas no solo afectan el bienestar emocional, sino que también pueden desencadenar ciclos de comportamiento disfuncional, como el atracón y la posterior compensación, perpetuando un ciclo de dieta yo-yo”, explican Irene Domínguez y Lourdes Ramón, responsables de los departamentos de Nutrición y de Orientación, respectivamente, de Palasiet Thalasso Clinic & Hotel.



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