No por muchos ‘likes’ se amanece más artista: el ‘boom’ de las ‘influencers’ que hacen arte | S Moda: Revista de moda, belleza, tendencias y famosos

Las imágenes que la gente cuelga en Instagram funcionan muy rápido, de un vistazo el usuario sabe si le gustan o no. Se trata de una cuestión de segundos. Según Metricool, una blog sobre redes sociales y marketing, un usuario de esta plataforma puede dar hasta 1000 likes al día.

Existen más de 2000 millones de personas que usan este medio para mostrar su trabajo, muchos de ellos artistas, pero lo que sucede es que el arte es algo más profundo que una tostada de aguacate con toppings y merece un tiempo de observación que la vida moderna no concede.

Según Fernando Castro, crítico de arte y profesor de Estética en la Universidad Complutense: “Sufrimos y disfrutamos o, mejor, nos entretenemos (en un entremés que es pura charada) con naderías, en ese imperio del kitsch que tiene la (elogiable) virtud de desmantelar las jerarquías estéticas. Aunque la mayor parte de lo que se viraliza sea una completa idiotez, tampoco faltan (de cuando en cuando) cosas excitantes o desbarres que nos animan.” Aunque también añade: “Tal vez tenemos que escapar de un discurso apocalíptico sobre la cultura distraída porque (acaso) estemos, sin quererlo, contribuyendo a legitimar posiciones harto reaccionarias.”

Hay imágenes y “obras de arte” que impactan de inmediato por el colorido exagerado, algo así como reconocer a un payaso entre gente uniformada; también puede funcionar una textura singular, o un diseño molón, pero eso no quiere decir que todo lo que se vende en Instagram como arte lo sea. “Si bien el arte de hecho se somete a fines más serios y produce efectos nobles, no obstante, el medio que utiliza para ello es el engaño. En efecto, lo bello tiene su vida en la apariencia. Ahora bien, puede reconocerse fácilmente que un fin verdaderamente último no ha de ser producido por la apariencia. Y por más que ésta sea capaz de promoverlo en ocasiones, sin embargo, eso sólo puede suceder en forma limitada; e incluso entonces el engaño no podrá tenerse por el recto medio. Pues el medio debe corresponder a la dignidad del fin, por lo cual sólo lo verdadero, y no la apariencia y el engaño, es capaz de engendrar lo verdadero.” Lo dice Hegel en Lecciones sobre la estética.

Son obras que están más cerca de estar colgadas encima de un sofá en una foto de Idealista que en un museo o galería. El arte va mucho más allá.

Juan Francisco Casas, artista, comisario y poeta que recrea fotografías a gran escala en pintura al óleo sobre lienzo y que en ningún momento ha menospreciado el valor de la redes para vender arte explica: “Existen muchas personas que se dedican a las prácticas artísticas que no son arte, puesto que lo que diferencia una cosa de otra es lo que hay detrás. El algoritmo premia la estas fotos donde aparece la figura delante del cuadro. Esa práctica de tener que estar alimentado todo el tiempo a esta plataforma hace que estas ‘performances’ sean vistas como arte”.

La misma formación que necesita un artista para llegar a hacer una buena obra es casi pareja a la que requiere un espectador para comprenderla, por eso Juan Francisco Casas apunta que por ese mismo motivo: “Muchas de esas personas que se dedican a estas prácticas artísticas que no son arte, sí se creen que están haciendo arte. Y este es un poco el problema de Instragram, que nadie ve lo que hay detrás o ni siquiera se lee lo que hay debajo de la foto.”

¿Por qué tanta gente que prefiere comprar una pintura cualquiera de Instagram a dejarse aconsejar por un profesional?

Existe un trabajo por parte de galerías y museos para que la gente se acerque sin miedo, con visitas guiadas y actividades. Las redes sociales de los grandes museos se han puesto las pilas en estas cuestiones. Por poner un ejemplo patrio, el Museo del Prado hace visitas guiadas con profesionales del mundo del arte a través de directos en Instagram que se puede disfrutar hasta fregando los platos.

Bien por temor a demostrar ignorancia, bien por estar muy seguro del gusto propio, la comprensión intelectual del arte sigue siendo algo que sigue generando cierto rechazo entre el gran público. Y dado que existe un cierto desconocimiento a lo que es arte, no resulta muy difícil engañar a un público que en ese momento estará sentado en el baño o esperando el autobús. Así lo explica Casas: “Si criticas un cuadro abstracto puedes ser señalado como gañán, frente a lo figurativo donde es más fácil percibir si tiene valor artístico o no.”

Están proliferando “artistas”, la mayoría mujeres, que aparecen al lado de sus obras absolutamente sexualizadas para vender algo que no tiene valor por sí mismo puesto que no hay absolutamente nada detrás de esos trazos o texturas y el foco se pone en la persona que se encuentra delante a la obra.

La galerista Diana Llamazares, cuya galería apuesta de forma firme por el arte creado por mujeres, comenta al respecto que: “Considerando que cada vez existe menos formación y criterio, resulta casi lógico que en un escaparate donde todo parece válido, como es Instagram, proliferen perfiles en los que la relevancia no radica en la calidad de la obra ni en la trayectoria de los artistas, sino en la imagen proyectada y resumida en likes. De ahí la importancia y la necesidad de las galerías”.

Esas ventas a través de Instagram existen. Tal vez por el auge de cursos de marketing para artistas donde coachs aconsejan incidir en factores que nada tienen que ver con el arte en sí sino otro tipo de cuestiones más propios de un mercado donde no se encuentran figuras profesionales como los propios artistas, galeristas o críticos.

Esas “claves mágicas para vender tu arte” se encuentran en perfiles donde te preparan para ser un producto de Instagram dejando tu trabajo en un plano completamente secundario. Un marketing dónde te proponen que seas tú la que busques a los compradores como si se tratasen de víctimas de una estafa.

Juana García-Pozuelo, artista feminista cuya obra gira en torno a los mitos románticos matiza que “no es que esté mal querer mostrarse sensual o tener buen aspecto —eso es decisión personal; a todos nos gusta causar buena impresión—, pero llamar “arte” a lo que presentan roza la autoparodia. La pintura, en muchos casos, queda reducida a un accesorio: un pretexto para rodear de solemnidad lo que, en esencia, es porno soft disfrazado de estética bohemia”.

Como matiza Casas: “No hay mejor marketing que la obsesión por tu trabajo.” Gracias a estas obsesiones podemos disfrutar hoy de una historia del arte universal absolutamente llena de genios y genias.

La comisaria Teresa Arroyo de la Cruz, historiadora del Arte, crítica y comisaria independiente opina sobre estos perfiles: “Últimamente muchas artistas aparecen sexualizándose delante de sus propias obras. Sí, no nos vamos a andar con paños calientes, más bien sin paños. Se suele leer como un gesto de empoderamiento, pero en realidad vuelve a caer en un lenguaje viejuno ya escrito por la mirada masculina y por el mercado de la carne. El problema es que la obra pasa a un segundo plano, reducida a telón de fondo de la imagen de la artista, anulando por completo el empoderamiento y la obra en sí misma. Imagino a Artemisia Gentileschi haciéndose un TikTok, junto a Judith, decapitando a Holofernes: la idea es tan absurda que sobran más ejemplos. Y, sin embargo, aquí estamos, preguntándonos si todavía es necesario plegarse a los algoritmos y a la mirada deseosa de esa posible venta o fichaje. No lo hagáis más, chicas, por favor, que hablen vuestras obras no vuestro escote”.

María Maquieira, que trabaja el erotismo en varias series de su trabajo, opina sobre este tema: “El deseo forma parte de nosotros y es una fuerza maravillosa. Expresarlo, ser conscientes de él y vivir nuestro erotismo de la forma más plena posible, es extraordinario. De la mano del arte, desde y con esta pulsión, se han creado interesantísimas obras a lo largo de la historia. El problema aparece cuando el uso de todo ello se convierte en una herramienta de captación más relevante que la calidad de la obra en sí; cuando creemos que la exhibición de nuestro cuerpo, junto a un superficial simulacro creativo, es lo único necesario para convertirnos en “artistas”; o cuando nos engañamos, buscando que nuestras carencias técnicas e imaginativas puedan ser compensadas a través de sugerentes y frívolos posados que relegan a último lugar el resultado artístico. Y esto lo digo porque, precisamente, esa distracción priva a los ojos eclipsados del público de lo más poderoso que puede brindarles el verdadero arte: la emoción, la transformación, la reflexión o incluso la incomodidad que conduce al diálogo y a la conexión con el verdadero espíritu de su tiempo mientras, paradójicamente, también los aleja del genuino deseo”.



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Farándula y Moda

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