La nostalgia no siempre es idílica
La nostalgia es un perfume embriagador: se presenta dulce, evocadora, casi siempre con un tono sepia. En 2025, como revela el informe Trend or Hype de Publicis Groupe, seguimos hablando mucho de lo vintage, lo retro y lo de antes. Queremos volver a las cartas manuscritas, a los amores sin algoritmo, a los veranos sin filtro. O eso decimos. Porque, en realidad, no lo hacemos.
La conversación existe, el cambio no
En el informe —que analiza fenómenos sociales y determina si son tendencias reales o simples modas pasajeras—, el fenómeno del “pasado idealizado” está clasificado como un hype. Hay conversación, sí. Pero no hay acciones concretas. La sociedad habla de volver, pero no regresa. Y no es casual: idealizar el pasado es una defensa psicológica ante la incertidumbre del presente y el vértigo del futuro.
Según la psicóloga y escritora Stephanie Coontz, autora de The Way We Never Were, “la gente tiende a romantizar el pasado como una forma de lidiar con la complejidad del presente”. Y lo hacemos todos. Recordamos con ternura los veranos de nuestra infancia, aunque haya habido broncas en la piscina. Atribuimos a nuestras exparejas cualidades que, en su momento, nos desesperaban. Evocamos los años 90 como una época dorada, cuando en realidad también hubo recesión, ansiedad colectiva y chaquetas con hombreras.
Idealizamos porque olvidamos
“La nostalgia es una forma de edición emocional de la memoria”, explica el psicólogo Clay Routledge, experto en nostalgia y autor de Nostalgia: A Psychological Resource. Es decir: nuestro cerebro hace un montaje de recuerdos en el que elimina el ruido y amplifica los momentos de luz. Como si aplicáramos un filtro de Instagram a la memoria.
Este sesgo tiene nombre: se llama “sesgo de positividad retrospectiva”. Es un fenómeno cognitivo que nos lleva a recordar los eventos pasados con más positividad de la que realmente sentimos en ese momento. ¿El motivo? Nuestro cerebro busca consuelo. Y nada consuela más que una escena que ya conocemos y que, en retrospectiva, sentimos que controlamos. La nostalgia, según Routledge, puede ser “una herramienta útil para la autorregulación emocional”. Pero —ojo— también puede inmovilizarnos si nos instala en un pasado imposible de recuperar.
¿Por qué necesitamos mirar atrás?
En parte porque el presente es demasiado líquido. Zygmunt Bauman ya lo advirtió: vivimos en una modernidad líquida donde todo es efímero. Las parejas, los empleos, las certezas. En ese contexto, el pasado aparece como lo sólido, lo seguro, lo que “sabíamos cómo funcionaba”.
Además, el exceso de opciones y la sobrecarga digital nos abruman. Barry Schwartz lo llama “la paradoja de la elección”: cuantas más opciones tenemos, más ansiedad sentimos. Idealizar el pasado, en el que supuestamente todo era más sencillo —menos apps, menos ruido, menos likes que gestionar—, es una forma de reducir el estrés de la sobreestimulación actual.
¿Qué pasa con el amor?
En nuestras relaciones también somos nostálgicos selectivos. Lo decía Milan Kundera: “El amor es la exaltación de la diferencia entre un recuerdo y una realidad”. Volvemos mentalmente a historias que nos dolieron, pero que con el tiempo se llenan de un barniz romántico. Y muchas veces confundimos nostalgia con deseo.