Ya tardaba el ensayo que por fin pusiera negro sobre blanco lo que todos intuimos con la boca pequeña y un teatrillo ficticio de humildad desolada: la inteligencia en el mundo da muestras cada vez más flagrantes de estar abocada a la extinción. Es la tesis central de este librito maravilloso, solo que no puede decirse exactamente así, porque practica la vieja tradición del diálogo renacentista adaptado a nuestro tiempo, es decir, pasado por la genialidad contorsionista e irónica (que aquí también disfrutamos tiempo ha) de un Indro Montanelli, un Umberto Eco o un —el auténtico referente— Carlo M. Cipolla, autor de una obra maestra absoluta que, en buena lógica, se lee cada vez menos dada la incalculable velocidad a la que se destruye la inteligencia en las sociedades contemporáneas: Allegro ma non troppo. Las leyes fundamentales de la estupidez humana. Por supuesto, la mejor de esas leyes es irrebatible: el estúpido no solo toma decisiones que hacen daño a los demás, sino también a sí mismo.
Ahí se instala sin decirlo este ensayo cuajado de buen humor e inteligencia coloquial (y una vaga impregnación muda de Schopenhauer y su pesimismo de víscera). La organización de las sociedades modernas está destinada a reducir la capacidad de impacto de las inteligencias libres, creativas, disruptivas y disonantes porque si prosperasen, si triunfasen o incluso si lograsen algún tipo de cargo de dirección arruinarían el tinglado entero y acabarían con la más mínima posibilidad de perpetuación de la estructura pensada para perpetuarse, sea la empresa, sea la Administración burocrática, sea un gigante editorial (el autor trabajó en uno, y la anécdota que cuenta es tremenda porque la ha vivido cualquiera a su propia escala) o un gigante mediático. Da igual: la humanidad desarrolló durante millones de años la inteligencia capaz de hacerla sobrevivir y ahora es ya innecesaria porque todo funciona solo y una inteligencia extraña a la perpetuación del sistema solo serviría para neutralizar su bovina y pacífica continuidad.
Pino Aprile visitó a Konrad Lorenz, padre de la etología, en su refugio para contarle la idea y ese es el arranque de la reflexión sobre las leyes de la triunfal imbecilidad humana
La ligereza del texto, el uso del cinismo irónico y virtuoso, la naturalidad de las dudas (falsas) sobre la certeza de su propia hipótesis discurren al hilo de una conversación (falsa) con un profesor alemán, pero arranca de un fenomenal encuentro (que debe de ser lo único veraz del libro) con el inventor de la etología, Konrad Lorenz. Para ser exactos, el periodista Pino Aprile lo fue a buscar a su refugio para contarle la idea y ese es el arranque de la reflexión sobre las leyes de la triunfal imbecilidad humana para exponer detenidamente sus tesis sobre el fin de la inteligencia (también a través de infalibles leyes, por supuesto).
No hace falta que este librito sustituya al de Cipolla: simplemente es otra conquista risueña de la inteligencia humana sobre la estupidez general. Y eso que a las redes sociales les dedica solo el último folio y medio: le bastaba con haber vivido y escrito el ensayo bajo el imperio de la televisión de Berlusconi. Se preguntaba entonces si estábamos en punto muerto solo o ya en pleno declive. Según sus leyes inconcusas, el vértigo de la aceleración digital tiene la respuesta (juas: eso no lo dice él, lo digo yo).