La película tiene unos colores muy determinados con una clara vocación pictórica. Un detalle que tampoco es casual. “Samuel van Hoogstraten, Jan van Eyk, Pieter Jansz Saenredam, Artemisa Gentileschi, Zurbarán y Diego Velázquez. Es magnífico el trato que hacían estos artistas de los claroscuros, el color, y los tejidos, proporcionando un dramatismo alucinante. A partir de ahí, intenté conceptualizar lo que nos gustaba de las pinturas y trasladarlo a la historia que Carlos quería contar. Y sacamos la paleta principal. Colores dramáticos como el burdeos, ocres, azules, amarillos muy cerca del dorado, y mucho marrón nos ayudaban a crear complejidad, profundidad y a definir los personajes de Ángela Molina y Alfredo Castro y su historia, quienes interpretan a una pareja de artistas que vive en su casa de Barcelona», argumenta Aulí.
El proceso que siguió el creativo para seleccionar y elegir las marcas que intervendrían en el vestuario es igual de minucioso. No solo bastaba con que transmitieran la estética buscada para Polvo serán, sino que tenían que encajar con la historia desde el punto de vista social y económico. “Para que esta realidad no pareciera impostada hice un trabajo de investigación para acercarme a su pasado de un modo realista. Calculé cuándo habían sido sus años de más éxito y poder adquisitivo para investigar qué diseñadoras y tiendas eran las más interesantes, aproximándome al armario que habrían tenido. Di con nombres del diseño catalán de los 80 y 90 que nos dibujaron el camino a seguir. Roser Mercé (quien hizo el vestuario de Maragall en las olimpiadas del 92), Josep Abril o Sybilla fueron algunas de las firmas que nos cedieron piezas originales para crear este armario. Tales piezas de museo necesitaban oxígeno y ligereza y por eso lo complementamos con otros diseñadores contemporáneos como Gabriela Coll, Paloma Wool o Cortana”, desvela. “Por si no hubiera sido suficiente, nos interesaba darle potencia visual y añadirle una capa de teatralidad, ya que interpretaban a actores retirados. Por eso, también añadimos piezas aleatorias de posibles obras de teatro en las que hubieran trabajado. Y gracias a esta idea colé batas de seda de los 50 para Ángela y kimonos y babuchas del zoco de Marrakech para Alfredo. En esto me ayudó mucho la obra de Cinzia Ruggeri, quien me influyó en cómo adaptar una paleta de colores vivos y con personalidad en un entorno bohemio, retro y con destellos surrealistas”.
Uno de los momentos más especiales de todo el metraje de Polvo serán es la escena que arranca cuando la familia se dispone a representar una obra de teatro doméstica. Ese es el desencadenante de un número musical, absolutamente delicado y estético, en el que los bailarines de La Veronal llevan unos diseños preciosistas que son estilizadísimos trampantojos de esqueletos. Unas creaciones que, como el propio Aulí desvela, fueron complicadas de aterrizar. “Queríamos hacer una idealización de la muerte vista por Claudia. Estilizada, sublime y seductora. Tenían que haber esqueletos, con todo el horror que a mí me genera un disfraz literal o poco sutil. Con tal objetivo, investigué durante semanas: probamos con huesos impresos en 3D cosidos en monos invisibles, pinté con diferentes pinturas la anatomía sobre neopreno o licra… Todo quedaba fatal. Incluso le llegué a enseñar a Carlos un vestido brillante que se inspiraba en la bolsa donde depositan los huesos cuando nadie los recoge. Y no funcionaba nada, hasta que dimos con la idea que se ve en la película. El prototipo lo hice en 15 minutos a las 11 de la noche, fruto de la desesperación, y funcionó a la primera”, reconoce.