Paul McCartney incendia -con y sin fuegos artificiales- el WiZink

El próximo verano se cumplirán 60 años del primer y único concierto que los Beatles dieron en Madrid. Cuenta la leyenda que era tan caro para los bolsillos de 1965, respecto al salario mínimo, que aquello estaba más lleno de policías y de pijos de la época, que de verdaderos fans -los que se las apañaban para importar música durante el Franquismo-, quienes tuvieron que conformarse con escuchar el concierto desde fuera. Ver a Paul McCartney en el WiZink también tiene algo de exclusivo. La última vez que visitó la ciudad fue en un recinto el doble de grande, el ya derribado Vicente Calderón, en 2016.

No voy a vender que el WiZink Center es un recinto de corte íntimo, pero no es un gran estadio, y las múltiples pantallas en los fondos y en los laterales nos dieron la engañosa sensación de que estábamos viendo a Paul muy de cerca.

También porque el artista no teme a los enfoques en primer plano como otras celebridades. O será la bonita interpretación de ‘Blackbird’ que ofreció en solitario, sobre una plataforma elevadora; o el principio de ‘Something’ al ukelele, dedicada a George Harrison. En cualquier caso, dejemos de mitificar el pasado y disfrutemos del presente. Pensad que “Sgt Pepper’s” no existía en 1965. Nadie había escrito ’Hey Jude’ aún. Cuando 10.000 personas fueron a Las Ventas aquel 2 de julio, lo mejor de los Beatles estaba por llegar.

El repertorio de Paul McCartney es más sólido en 2024 que entonces. El ‘Got Back Tour’ incluye canciones de distintas etapas de los Beatles: por ejemplo, el concierto se abre rompiendo el hielo a lo grande con ‘Can’t Buy Me Love’, y se cierra, antes de los bises, con un ‘Hey Jude’ que corea todo Dios con las luces del WiZink medio encendidas. Con las linternas al aire.

Entre los “highlights” del show, sin duda hay que hablar de ‘Drive My Car’, ‘Lady Madonna’ con proyecciones de mujeres poderosas, como la Selección Femenina de Fútbol Española o Greta Thunberg; ‘Ob-La-Di, Ob-La-Da’, aquella canción que nunca fue de tus favoritas, pero no se puede dejar de celebrar en directo; la inevitable y sabia ‘Let It Be’ al piano, o ‘Get Back’, resignificada después del documental de Peter Jackson.

Pero es que las canciones de Wings son un gran complemento, muchas de ellas envueltas en la parafernalia más vistosilla. En ‘Letting Go’, el trío de músicos a la sección de vientos, aparece por sorpresa entre el público, en el graderío, no en el foso. ‘Let’Em In’ incluye proyecciones de marchas y manifestaciones, algunas LGTBIQ+ (la bandera del arcoíris se paseará por el escenario después junto a la española y la británica). En la diabólica ‘Live and Let Die’ unos cañonazos de fuego asustarán al personal hasta el punto de provocar la propia queja de McCartney, en clave de humor, de lo sordo que se había quedado.

Luce el bueno de Paul de un humor estupendo, a sus 82 años no para de subir y bajar escaleras sin ayuda, para acercarse a su piano o agarrar su bajo, una guitarra acústica, un ukelele o un “mandolino”, indistintamente, además de leer las habituales frases en español. Anoche cayó una broma sobre la diferencia entre “gracias” y “grasias” en España y América Latina. Pero cuando vuelve a resultar más entrañable es cuando interpreta sobre un fondo más íntimo y menos espectacular, la primera grabación que registraron los Beatles (su versión de ‘In Spite of All the Danger’) o la primera que realizaron en Abbey Road (‘Love Me Do’).

McCartney se pregunta qué pensaría del mundo de hoy John Lennon en ‘Here Today’, divierte con los montajes de ‘Now and Then’, la canción que los Beatles culminaron el año pasado ayudados por la inteligencia artificial, y celebra poder cantar con John una vez más en ‘I’ve Got a Feeling’, en la que las proyecciones de Lennon con la melena al viento, y los ojos enanos detrás de las gafas tipo culo de vaso, embelesan. Yoko Ono ha debido de aprobar esto, qué maravilla.

Es este un concierto ameno de 2 horas y media justas y cabales, en el que hasta el retraso de 15 minutos, entretiene. Entonces se lanzan unas simpáticas proyecciones de Paul, en situaciones absurdas, con su humor tan característico, con su imagen teñida de colores vivos. Desde ‘Can’t Buy Me Love’ hasta ‘Hey Jude’, más luego los bises con ‘Helter Skelter’ y demás, asistimos a una buena ametralladora de mensajes positivos, con un sonido muy bien ecualizado, canciones en general cortas (hasta 35) y dedicatorias entrañables a su actual esposa (‘My Valentine’) y viejos amigos o ídolos (‘Let Me Roll It’ con guiño a Jimi Hendrix).

No sé si por su recuperación en ‘Cowboy Carter’, el último disco de Beyoncé, o porque la historia tiene la indecencia de repetirse, pero anoche fue ‘Blackbird’, en acústico, el momento mágico imborrable de esta cita. Mitifiquemos lo de anoche, o el segundo show de hoy, hasta dentro de 60 años, y más allá.

Manu Pasik

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