El recorrido hasta llegar aquí no ha sido fácil, como nunca lo es para las personas no normativas. Para acometer este proyecto, Loveless y Solís han pedido dos créditos y cuentan con la ayuda de cientos de mecenas, conscientes de que en la ciudad en la que viven hay muchos bares gays, pero ningún espacio en donde la gente lesbiana y trans se sienta cómoda. “Existe la percepción de que los negocios dirigidos a este público no tienen salida, que son demasiado exclusivos. Y es cierto que esta comunidad tiene menos recursos financieros, pero el increíble apoyo que hemos recibido demuestra que Londres necesitaba un espacio así”, insiste la fundadora de La Camionera.
Dentro de nuestras fronteras, nos encontramos —de nuevo— con este déficit de locales dirigidos a un sector de la población que busca su sitio. Una realidad en la que ya se fijó un artículo de The New York Times, publicado en 2020, en el que se reflejaba el número cada vez más reducido de este tipo de locales debido a la gentrificación. La cantante y compositora Rocío Saiz asegura que a día de hoy solo se organizan fiestas en espacios autogestionados o habitados.
Hablamos de nuevas propuestas de ocio alternativo como la de Me siento extraña, que se celebra cada lunes en el Candy Darling Bar, de Barcelona. “Queríamos crear un espacio donde todas las identidades fueran bienvenidas y en el que se celebrará la interseccionalidad”, comparten Maia Jenkinson y Verushka Sirit, que desde septiembre del 2021 tratan de dar voz a proyectos artísticos o culturales de personas que pertenecen a la comunidad FLINTA*. «Pero sobre todo queríamos contar con un espacio físico de encuentro en un formato más diurno«. Un deseo que resume a la perfección Saiz: “La gente quiere otro ocio, otros festivales, otras formas de divertirse…”.
Y aunque es cierto que se celebran fiestas que pretenden ser inclusivas con todo el colectivo LGTBIAQ+, estas no siempre satisfacen a todes por igual. Ana Magab, organizadore de eventos drags como Les Roses Drag Show y militante en Orgullo Vallekano, cree que estos eventos están casi siempre están habitados por hombres cis gays, que dejan poco espacio a otras identidades. “No digo que haya una intencionalidad de dejarnos fuera a quienes no ocupamos en exclusividad la G, pero se juntan varias realidades. Por un lado, que todavía hay quien llama a cualquier espacio LGTB “fiesta gay” y, por otro, que no podemos olvidar que vivimos en un sistema en el que ser un hombre cis te otorga una presencia que no te da ninguna otra identidad disidente. Es una manera de ocupar el espacio distinta”, asegura.