Gestión emocional: para lo bueno y para lo malo
Después de una mala racha que duró más de lo que debiera, me di cuenta de que me había convertido en una adicta a la queja, la autocompasión y el victimismo; y es que entre girarle la cara a las emociones negativas y quedarse estancadas en ellas, hay tan sólo un paso. Cuando por fin la vida empezó a sonreírme y puso ante mí una buena oportunidad laboral, la posibilidad de mudarme a la casa con la que llevaba años soñando y una nada desdeñable vida social, de pronto me sentí atrapada en esa sensación de querer mantener un perfil bajo, no fuera a ser que el universo se enterase de que todo me iba bien y quisiera castigarme.
¿Absurdo? Para nada, por lo visto es más común de lo que imaginamos, me explica la psicóloga María Esclapez: “Si lo piensas antes era al revés, decir que estabas mal te hacía parecer loco y había que decir que estabas bien. Ahora hay cierto miedo a resultar presuntuoso o arrogante diciendo que estás bien, aunque también es una manera de demostrar empatía con quienes lo están pasando mal”.
Reconoce que existe una especie de superstición al pensar que si nos alegramos demasiado, algo malo puede pasar, aunque el peligro está en la propia habituación al malestar constante. “Cuando nos pasa algo bueno, no nos lo creemos. No disfrutamos porque estamos en alerta constante. Al final es la manera en que el cerebro se protege: esperar siempre lo peor para no decepcionarse”. La experta explica que no ser capaces de celebrar los logros es frecuente en personas que tienen ansiedad o están en una mala situación emocional.
Fijarnos en lo malo garantiza nuestra supervivencia, pero ojo con pasarnos
Pero que pongamos más foco en lo que nos genera incomodidad tiene sentido, puesto que es la forma en la que el cerebro garantiza nuestra supervivencia. “Lo bueno es la normalidad, y lo malo son esas dificultades que van surgiendo, que nos generan malestar, preocupaciones, y que hay que prestar atención con el objetivo de solucionarlos. No es raro que pase, el problema es cuando se convierte en una costumbre e ignoramos lo positivo, centrándonos demasiado en lo negativo, hasta el punto de magnificarlo”, señala Esclapez, quien observa que catastrofizar puede llegar a condicionarnos tanto, que no seamos capaces de solucionar ciertas situaciones al convertirlas en parte de un bucle repetitivo.
“Es como cuando hablamos de ansiedad, que decimos: ‘No quiero tener ansiedad’. Bueno, es que es normal tener ansiedad porque cumple una función en el cuerpo, y de hecho es sana. Sin ansiedad, sin un sistema nervioso que se activa en ciertas situaciones y nos genera ese pico de estrés, no podríamos sobrevivir. Pero cuando se apodera de nosotros, surge el problema”, arguye la experta.
¿Qué nos sucede cuando no valoramos lo positivo?
La autora del libro ‘Me quiero, te quiero’, advierte que cuando no somos capaces de ver lo bueno que nos pasa y resaltamos únicamente los aspectos negativos que rodean nuestra vida, terminamos por automatizar esta manera de pensar y ver las cosas, afectando, no sólo nuestra percepción, sino también las relaciones, bien sean afectivas o laborales.
Por otro lado, resalta que este comportamiento altera nuestra química cerebral. “Por ejemplo, niveles bajos de serotonina, asociados con la depresión, nos hacen sentir que la vida no tiene sentido. No es una elección, sino que nuestros mecanismos cerebrales nos llevan de manera automática a este punto. Situaciones fuertes como el fallecimiento de un familiar, un accidente, perder el trabajo, o suspender un examen pueden hacernos caer en este bucle sin salida”.