Nada me satisface, pero… ¿por qué?
Si echo la vista atrás, reconozco a una chica frustrada que pensaba que tanto su inteligencia como sus dones, eran los que eran y que poco podía hacer por cambiarlos. Como si la ruleta de la genética fuera la que decidiera tanto el color de mis ojos como mis habilidades matemáticas. Afortunadamente, crecí. Me enfrenté a distintos obstáculos y comprobé que, con un poco de dedicación, trabajo y observación, podía aprender, cambiar y adaptarme a cualquier situación. Más que un súperpoder, se trata de una capacidad que tiene el cerebro llamada neuroplasticidad, gracias a la cual podemos crear nuevas conexiones y vías neuronales cuando realizamos actividades que nos ponen a prueba.
Resulta reconfortante saber que el cerebro se reconfigura una y otra vez en función de nuestros pensamientos y emociones, lo que deja de manifiesto la importancia de cultivar una mentalidad de crecimiento, es decir, aquella que encuentra en los retos oportunidades, fomentando la motivación y la resiliencia.
Entonces, ¿por qué siempre siento que no es suficiente?
Sin poner en duda lo que la neurociencia lleva años estudiando, lo cierto es que pese a mis pequeños éxitos, sigo sintiendo la sombra del fracaso y suele durarme poco la satisfacción por mis logros. No tengo dudas en afirmar que no soy la única en experimentar esta ambigüedad, por lo que me dirijo a una de las principales expertas en estimulación cognitiva, Catalina Hoffmann, creadora de su propio método y miembro de la comunidad de expertos de Womanhood, quien me da la clave para comprenderlo: la dopamina.
“El cerebro tiene una especie de botón interno de motivación que se activa cuando encontramos algo que nos da ilusión o sentido. Cuando nos marcamos un objetivo y luchamos por él, el cerebro produce dopamina, que es como una chispa de energía, y eso nos ayuda a mantenernos activos y con ganas de avanzar”. Me explica que es este neurotransmisor el que hace que nos sintamos contentas cuando conseguimos lo que queremos. Es la forma en la que el cerebro premia nuestro esfuerzo y nos invita a seguir buscando nuevas metas y experiencias. Esa sensación de alegría, seguridad y calma, también sucede por la liberación de otras sustancias asociadas a la felicidad y a la tranquilidad. “Nos sentimos más fuertes, como si todo hubiera valido la pena, y esa sensación se convierte en una señal para que sigamos creciendo y confiando en nosotras mismas”.
Entonces, ¿por qué dura tan poco este chute dopamínico? Para Hoffmann tiene que ver con un cerebro que no está entrenado y se acostumbra rápido a lo que ha conseguido, lo que le hace volver pronto a su estado inicial buscando nuevos estímulos. “Esto es bueno porque evita que nos estanquemos, pero también puede dar la impresión de que la felicidad dura poco”. Contra esto, la experta ha creado el Método Neurofitness, a través del cual le da al cerebro las herramientas adecuadas para que aprenda nuevos patrones de conducta dirigidos a cumplir metas y objetivos. “Es más que posible con ello, no solamente fortalecemos nuestro motor interno, sino que aprendemos a disfrutar más del proceso, a mantenernos motivados y a generar bienestar de forma más constante, ayudando a nuestro cerebro a estar más flexible, joven y resiliente cada día”, afirma Hoffmann.
¿Qué papel tiene nuestro discurso interno en este sentido?
Lo que nos decimos a nosotras mismas marca la diferencia. Según la experta en neurociencia, si somos muy críticas y nos fijamos solo en los fallos, el cerebro lo toma como cierto y la motivación baja. En cambio, si trabajamos para hablarnos con más cariño y realismo, felicitándonos y aceptando los errores como parte del camino, el cerebro aprende y refuerza esa actitud positiva. “No somos conscientes de lo mal que nos hablamos y lo que nos autoexigimos a nosotras mismas hasta que pensamos en ‘hablarnos bonito’, ahí empieza a cambiar todo y, si lo haces mirándote a los ojos frente a un espejo, el efecto es aún mayor”, asegura.