Quizás ante la previsión de una gala cargada de alusiones al alarmante panorama político de Estados Unidos, la mejor estrategia para Ye (como se hace llamar West), coronado como un agitador contra lo que los conservadores denominan cultura woke, era esa: simplemente llamar la atención y restársela a lo verdaderamente importante. No parece casual que el exmarido de Kim Kardashian siguiera un plan que ya ha realizado en el pasado, actuar a través de sus parejas. En concreto, de su imagen. Y que lo haya hecho llevando la cuestión al extremo: mediante un desnudo integral. El día de ayer, la conversación feminista oscilaba entre llevarse las manos a la cabeza por la imagen de un hombre vestido y una mujer desnuda a su lado, y lamentarse por pensar que ella no tiene agencia en esto. En un momento de retroceso de derechos de las mujeres, qué mejor que enfrentarnos en un debate semiótico y dialéctico para agrietar la lucha.
La cuestión del desnudo es cuanto menos relevante. En los últimos años, naked dresses aparte, se han dado grandes reivindicaciones feministas en alfombras rojas y escenarios mediante este. Desde Mon Laferte en los Grammy de 2019 (en su pecho pintó el mensaje “en Chile torturan, violan y matan” acompañado de un pañuelo verde, símbolo contra los feminicidios) hasta en el ámbito local con Rigoberta Bandini, Rocío Saiz, Eva Amaral en apoyo a la anterior y, precisamente, este mismo fin de semana, Inés Hernand en la fiesta de celebración del Benidorm Fest, donde en plena catarsis del tema Ay, mamá (“No sé por qué dan tanto miedo nuestras tetas”) se destapó en un gesto de celebración y activismo. Por esto, ha sido duramente criticada en redes sociales, llegando a atajar los ataques en varios comunicados. “La perversión y la perturbación es del ojo que ve, no de la persona que elige bailar y performar”, alegaba.
Por eso el aparente no-mensaje de Bianca Censori, supuestamente urdido junto a su marido, Kanye West, molesta. Esa banalización (y apolitización) del desnudo femenino potencialmente justificada como arte performativo en las alfombras rojas (recuerden que Shia LaBeouf y su I am
not famous anymore, primeramente controvertido, acabó siendo analizado, y en ocasiones ensalzado, por pensadores de arte) tiene ecos de una época anterior a los cambios sociales que se han vivido en el mundo en los últimos años. Una que si tuviera que resumirse en unos cuantos marcadores culturales en el ámbito del entretenimiento incluiría a la Mansión Playboy y Hugh Hefner (como aquel vídeo de Pamela Anderson desnuda llevándole una tarta de cumpleaños), la impunidad de la que tanto tiempo gozó Terry Richardson antes del #MeToo y el vilipendio mediático a toda una generación de actrices, cantantes y estrellas de realities.