Veo fotos de esos años y me encuentro vieja, sin chispa ni alegría. ¿Cómo va a ser vibrante la vida de alguien que no se divierte a través de su armario? Con los años me di cuenta de que dentro de mí no había una mujer, había infinitas, compartiendo espacio con la chica y la niña. Algo que también fue bastante revelador fue el hecho de perdonarme por querer ser guapa y sexy. Hubo un momento que me negué permitirme sentirme deseada por los hombres. Privándoles a ellos de mí, lo que estaba haciendo era privarme a mí misma de mi propio deseo.
Cuando cumplí los treinta fue como si me despojara de todo juicio, como si hubiera subido a un piso superior al que había temido mucho llegar, pero que me fascinó una vez crucé la frontera. Lo que no vemos siempre nos da miedo, pero también es lo que nos mantiene despiertos.
La primera compra que hice en este camino a la transformación fue una minifalda que decidí, sabiamente, combinar con botas altas que ya tenía, y una camiseta con una estrella en el pecho, que dejaba ver mi ombligo según a qué altura estuviesen mis brazos. Paradójicamente, mi yo adolescente era la que me guiaba. Era como si mi imagen se estuviera convirtiendo en todo lo que con quince años no pude llevar porque no tenía el permiso de mis padres.
