Por qué soy más feliz los jueves que los domingos
Recuerdo la teoría de una amiga que decía que para ella el día más difícil de la semana era los martes. “Los lunes empiezas con energía y los miércoles y jueves comienzas a ver el fin de semana cerca, pero los martes están en tierra de nadie y son muy tristes”, me decía explicando con lógica un sentimiento que secundo. Sin embargo, en mi caso, al martes como ‘día crítico’ de la semana tengo que sumarle los domingos. Es curioso que siendo uno de los dos únicos día libres que no tengo que trabajar –el fin de semana se reduce a eso–, no es mi segundo favorito. Al contrario: mi día favorito de la semana, ese en el que si hubiera un medidor doméstico de niveles de emoción y felicidad saldría ganando, es el jueves. Un día en el que tengo que trabajar igual que el lunes (a veces incluso más) pero que vivo con especial ilusión porque anticipa el fin de semana. Sé que esta sensación –basta con ver Instagram para confirmarlo– suele tenerla mucha más gente. Además, experimento la versión ampliada justo antes de las vacaciones. Disfruto como nadie de los días previos a cogerlas, aunque eso implique una carga de trabajo extra para dejar ‘todo cerrado’. Y empiezo a poner el contador de mi imaginaria cuenta atrás casi al empezar las vacaciones. Mentalmente, es como si comenzar a sentir que todo eso por lo que llevo tiempo esperando, empezara a acabarse (justo cuando empieza). Es una contradicción y probablemente un signo evidente de que no soy precisamente eso que se autodenominan muchas personas (‘disfrutona’), pero más allá de cuestiones personales, hay razones psicológicas que explican que es algo bastante generalizado.
El fenómeno del placer anticipatorio
Este relato en primera persona no tendría sentido si fuese un caso muy puntual y aislado, más propio de una preferencia personal que de una tendencia sociológica con explicación psicológica. Pero es generalizado. “La idea de que somos más felices los días laborales que los fines de semana puede parecer contraintuitiva, pero tiene una explicación psicológica. Hay estudios psicológicos que muestran que las personas tienden a sentir más felicidad anticipando un evento agradable (como el fin de semana) que durante el propio evento. Esto se debe a un fenómeno llamado placer anticipatorio, donde nuestro cerebro libera dopamina al imaginar algo positivo que está por venir. Por el contrario, los domingos suelen estar marcados por lo que llamamos ansiedad anticipatoria: ese nerviosismo por la proximidad de responsabilidades, como el trabajo o la rutina”, explica la psicóloga Pilar Guerra.
Para la psicóloga Ana Morales, autora del libro ¡Qué Buena Estoy! Tira las dietas a la basura y vive con salud emocional (Ed. La Esfera de los Libros), “los jueves y viernes tienen un encanto especial porque representan la antesala del descanso y el tiempo libre, un espacio que muchas veces se asocia con recompensa y libertad. Este fenómeno, conocido como el ‘efecto fin de semana’, no solo genera entusiasmo, sino que activa la dopamina, el neurotransmisor que está detrás de esa sensación de satisfacción. En esos días, además de anticipar momentos de desconexión, hay una percepción de haber ‘cumplido’ con nuestras responsabilidades, lo que añade un componente de alivio. Curiosamente, esta promesa de descanso puede ser incluso más placentera que el propio fin de semana, porque vivimos en el terreno de lo imaginado, donde todo es posible. El domingo, por otro lado, nos enfrenta a otra realidad. Aunque técnicamente sigue siendo parte del descanso, a menudo se vive como un recordatorio de que la rutina está a la vuelta de la esquina. Esto es lo que llamamos la ‘resaca de domingo’ y aparece porque nuestra mente ya está adelantándose al lunes, anticipando tareas, rutinas y compromisos. Pero, en realidad, no es culpa del domingo, sino de nuestra percepción: lo convertimos en un símbolo del fin de la libertad”, explica la experta. Y es que, si somos objetivos, es probable que un domingo pueda ser mejor que un jueves porque no hay obligaciones laborales de por medio, pero los vivimos con cierta angustia, precisamente señala la experta, “porque están teñidos por la anticipación, que tiene un impacto emocional muy poderoso”.
El cerebro siempre se adelanta
Lo dicen todos los expertos que hablan de este hecho. “La mente constantemente anticipa el futuro” explica el mediático Víctor Küppers al hablar de ello. Y lo confirma Pilar Guerra. “Todo está relacionado con cómo nuestro cerebro procesa la anticipación. Está programado para buscar la recompensa y evitar el dolor. Por eso, la expectativa de algo positivo, como un fin de semana libre o un evento social, activa nuestro sistema de recompensa y nos genera emociones positivas. Por el contrario, la anticipación de algo negativo, como volver al trabajo, activa nuestro sistema de alerta y nos genera ansiedad”.
Vivimos en modo espera
Es interesante e importante la reflexión que hace Morales sobre cómo hemos afrontado nuestra percepción de vida. “Sí, vivimos proyectados hacia el futuro constantemente: planificamos, soñamos y esperamos lo que viene, dejando de lado lo que ya tenemos. Esto no es necesariamente malo, pero se vuelve un problema cuando nos desconecta del presente. Estamos atrapadas en un ‘modo espera’ continuo: esperando el viernes, las vacaciones, el siguiente gran logro. Esto nos lleva a infravalorar los momentos cotidianos que son los que realmente forman nuestra vida diaria. Un ejemplo común es cuando trabajamos duro por alcanzar algo que deseamos mucho: un ascenso, unas vacaciones soñadas, un proyecto importante. Cuando finalmente lo logramos, en lugar de disfrutarlo plenamente, ya estamos pensando en el próximo reto o en lo ‘aún falta’. Esa insatisfacción constante es una señal de que estamos demasiado enfocados en el futuro y no en el presente».
Controlar las expectativas y crear ilusiones
Todo este relato no pretende demonizar esa ilusión de vivir de la ilusión de la expectativa. Al contrario, como dice Küppers en el vídeo del que hablábamos antes, “es maravilloso tener ilusiones y proyectar el futuro con ilusión”, y precisamente por eso anima a buscar esas emociones y planes y a disfrutar organizándolos. Pero es importante también manejar las expectativas. “Esto no significa que las expectativas sean malas en sí mismas. Soñar, planear y proyectarnos es importante, pero necesitamos equilibrio. Si no aprendemos a valorar el presente, incluso las experiencias más esperadas pueden sentirse vacías porque siempre estaremos pensando en lo siguiente”, señala Ana Morales.
La importancia de vivir en el momento presente
Todo esto también entronca con un problema generalizado en la sociedad: vivimos desconectados del momento presente y eso nos impide disfrutar de lo que se tiene justo ahora cuando estás leyendo estas líneas. Y aunque es maravilloso disfrutar de las ilusiones y buscarlas, también es importante intentar volver al momento presente. “Es una tendencia muy extendida y algo que nos conviene trabajar a todos: estar conectados con el presente. Ese ejercicio de conexión nos aporta felicidad y nos aleja de la ansiedad”, señala la psicóloga clínica Brígida H.Madsen.
“La tendencia a planificar constantemente el futuro o recordar el pasado nos desconecta del momento presente, algo que es clave para experimentar bienestar. Además, las expectativas exageradas o idealizadas pueden llevar a la desilusión, ya que la realidad rara vez coincide exactamente con lo que imaginamos. Esto se agrava porque muchas veces vivimos en un entorno que refuerza la comparación constante con los demás, alimentando expectativas poco realistas. Las redes sociales, la publicidad y los estándares culturales nos bombardean constantemente con imágenes de felicidad y éxito, creando expectativas poco realistas. Esta búsqueda constante de la felicidad perfecta puede llevar a la frustración y a la insatisfacción”, señala Guerra. “La clave está en encontrar un balance: planificar y soñar con lo que viene, sí, pero sin olvidar que el momento que realmente tenemos es el presente. Y es ahí donde ocurre la vida”, añade Morales. La experta anima a intentar hacer frente a esa anticipación que experimentamos los domingos (y que hace que entre en juego el cortisol que nos prepara para enfrentar desafíos) y aprender a disfrutar de ellos. “El síndrome del domingo es un claro ejemplo de cómo la anticipación, ya sea positiva o negativa, puede transformar nuestra experiencia emocional. Y aquí es donde radica el aprendizaje: entender que, aunque no podemos controlar lo que está por venir, sí podemos elegir cómo vivir el momento presente”.
Aprender a encontrar un equilibrio
De la misma manera que hablábamos de crear ilusiones y disfrutarlas tanto como el momento del plan final, para encontrar ese balance que nos lleve a disfrutar de cada día sin anticipar lo negativo (algo que ocurre precisamente los domingos), Brígida H.Madsen aconseja trabajar la conexión con el presente a través de la meditación, así “como cuidar el descanso, desconectando a última hora del día de todo aquello que te ‘acelere’ y comenzando el día con calma, entre otros”. Guerra aconseja practicar la gratitud, aceptar la incertidumbre e incorporar momentos de disfrute todos los días de la semana. “Puede ser una caminata, leer un libro o tomar un café con alguien querido”. Y concluye: “También es importante limitar las expectativas. Es recomendable enfocarlas hacia objetivos realistas y flexibles recordando que, en muchas ocasiones, las cosas no suceden como se planean. Y eso está bien”. Soñar con la promesa de todo lo que está por venir está bien, pero disfrutar del presente, sea el día de la semana que sea, debería ser todavía mejor.