Tomad y bebed todos de él. Del mismo modo que un sacerdote católico convierte el vino en la sangre de Cristo, un banco central crea el dinero a partir de un papel sin valor. Es real porque todos creemos en él, voluntariamente o no. El capital es un producto de la imaginación humana. El dinero es poder y dominación, pero también puede ser liberación e independencia. Es una tecnología social, como el lenguaje, la ley o la religión, con capacidad para organizar la energía humana en torno a objetivos comunes con normas claras y compartidas. Estamos hechos de espacio y tiempo y ambos conceptos están vinculados al capital. Todo lo que vemos pertenece a alguien y cada minuto tiene un precio. Una vez que comenzamos a creer en el dinero, no sabemos vivir sin él.
El primer ser humano del que conocemos su nombre es Kushim y nos dejó la contabilidad de un almacén de cebada para la elaboración de cerveza en Mesopotamia. No es una historia épica porque la mayoría del tiempo no estamos viviendo pasiones fervorosas o haciendo la guerra, sino produciendo o consumiendo, comprando o vendiendo, ahorrando o gastando. Es decir, usando dinero. David McWilliams es economista y ha trabajado en el sector público y privado, además de impartir clases. También es podcaster y fundador de un festival de monólogos sobre economía, algo que se nota en su faceta de escritor. Es un libro disfrutón y bien escrito que, más que leerse, se escucha.
El autor realiza un recorrido histórico que parte de personajes clave: Jenofonte, el primer economista, Vespasiano o Leonardo de Pisa, llamado Fibonacci, introductor de la matemática árabe en las ciudades renacentistas, algo fundamental para su despegue económico. Con el carácter optimista del liberalismo, McWilliams insiste en la capacidad del capital para crear relaciones pacíficas y alentar el progreso. Un mercado es un espacio en el que gente que no se conoce establece relaciones de confianza. Su único lenguaje es el dinero: monedas, tipos de interés, balances contables. Un mercado, sostiene, es un lugar donde un príncipe con dos florines es igual que un alfarero con dos florines y una sociedad por acciones iguala a todos sus partícipes por encima de linaje, raza, religión o género. No suele ser exactamente así, pero su optimismo está defendido de forma elegante, entretenida y con varios ejemplos, como Florencia, Ámsterdam, Trieste o Viena, ciudades cuyo secreto fue tanto su heterogeneidad como una jerarquía laxa. El autor vincula el desarrollo económico a otros avances como la escritura, la aritmética, las leyes, la democracia, la filosofía o el arte.
El recorrido histórico no evita las crisis especulativas, como la de los tulipanes neerlandeses o la de la compañía inglesa de los Mares del Sur o la francesa del Mississippi, que está en el origen de la Revolución de 1789, cuyo triunfo atribuye a la política de Talleyrand de desamortización de los bienes de la Iglesia para crear una nueva clase terrateniente no aristocrática. Sin embargo, no entra de lleno en la parte oscura y muestra una de las virtudes del liberalismo: la capacidad de escurrir el bulto. Los aciertos son del modelo general; los problemas, como la acumulación, la explotación, el colonialismo o la depredación, son comportamientos personales. Es curioso que, en un libro dedicado al capital, salga tan poco Karl Marx. Llama más atención que los llamados 30 gloriosos, 1945-1975, no existan y sostenga que los 70 fueron el inicio de la mayor época de prosperidad conocida. Las zonas industriales tienen otra opinión. La clave es la aversión que el autor tiene al patrón oro.
En el capítulo final, la parte más reflexiva —quizá, porque es la que ha vivido—, explica bien cómo la desigualdad está relacionada con las políticas de rescate. Todas las inyecciones generosas se quedaron en la parte alta de la sociedad que, además, recibieron cuantiosos regalos fiscales mientras que, por abajo, se imponían políticas de austeridad. Para él, esto es lo que provoca una desconfianza en cualquier cosa que suene institucional. Los años que vienen, advierte, serán una batalla entre el dinero privado y el dinero público emitido en nombre del ciudadano por organismos del Estado. Como otros liberales, ha sido desbordado por el neoliberalismo.

