¿Qué he hecho yo para ser una chica Almodóvar?

Empezaré por confesar que escribir sobre Pedro Almodóvar sin acudir a los clichés habituales va a ser una misión prácticamente imposible… pero allá vamos. ¿Cuál es la noticia? Que La habitación de al lado ya tiene fecha de estreno, el 18 de octubre, y que pasará por la Sección Oficial de la Mostra de Venecia y por el Festival de Nueva York como la obra central de la cita. Esta película, la vigesimotercera de su carrera, lo consagra definitivamente como nuestro director más internacional —ahí va el primer tópico—: tras dos cortos escritos y dirigidos en lengua inglesa, se lanza al largometraje en un idioma extranjero. Un reto que a menudo ha rechazado y veremos si consigue convertir en gran película. Sus aliadas serán Tilda Swinton y Julianne Moore en un duelo al más puro estilo Davis-Crawford, y con el gran John Turturro en la retaguardia.

Desde hace décadas, su cine desborda el simple paso por las salas y se convierte en un acontecimiento mediático, por lo que parece difícil decir algo nuevo sobre su obra. Ahora bien, tal vez sí podamos lanzar al aire algunas preguntas sobre su pervivencia tras más de cuatro décadas. Y es que desde sus tiempos de director-showman en plena Transición —doblando en directo sus cortos en Súper 8— hasta su indiscutible éxito mundial, el cine de Almodóvar vive en la paradoja continua. Veamos: con mayor o menor acierto, ha tratado de escuchar siempre las problemáticas sociales sin jamás hacer aquello que entendemos por «cine social». También ha sabido contar historias profundamente locales, con coordenadas muy específicas y un humor aparentemente intraducible, que por alguna alquimia mágica resultan comprensibles en cualquier rincón del mundo —por qué Almodóvar sí y Berlanga no, por poner un caso—. Y la paradoja más curiosa de todas: a pesar de sus detractores, es un director consagradísimo, podríamos decir que incluso canónico, y sin embargo, no ha renunciado del todo a esa apariencia de periférico, de incómodo, de desobediente. Un tono transgresor que Almodóvar atrapa del cine camp —de Waters, de Jarman y de Zulueta, entre otros— pero que en su caso resultó siempre una provocación mucho más calculada, donde se mezclaba lo rompedor con nuestras salsas cómicas habituales, sobre todo el sainete. Es decir, que está McNamara, pero para compensar también está Chus Lampreave. Y es que ganar el favor del público y resultar digerible por una mayoría popular era importante para él, hacer en cierto modo una suerte de nuevo cine popular —que mezcle sin rubor a Hitchcock con la copla, y el melodrama con el punk— ha sido su gran baza.

Y en esa particular barra de equilibrios —perdonen la metáfora olímpica— la presencia del planeta mujer en todas sus dimensiones es especialmente jugosa. No fue ni muchísimo menos el primero en darse cuenta de que, si se las dibujaba con mayor profundidad, los personajes femeninos arrastrarían al cine a un territorio fascinante. Antes que él ya lo comprendieron bien Douglas Sirk o Rossellini, Bergman, Agnès Varda o Cassavetes, por citar a algunos incuestionables. Pero sí supo, de manera inteligentísima, asociar esas muy distintas mujeres a las transformaciones de la realidad española, haciendo que chocasen con el pasado —ancestral, salvaje, a menudo violento— y con un presente caótico, a menudo frívolo, pero siempre más abierto a las oportunidades.

Ese ya tal vez demasiado manoseado concepto de «chica Almodóvar» se asocia frecuentemente al reparto de sus películas y no tanto a la perseverancia femenina como eje de sus tramas. Son casi siempre las protagonistas de sus cintas, pero sobre todo hacen que la historia avance porque son quienes manejan su propio destino, a pesar de los pesares, a contracorriente de nuestra sociedad patriarcal —inevitable cliché, pero real como la vida misma—. Chicas Almodóvar dispuestas a lo que haga falta, desprejuiciadas, supervivientes, y sí, irresistiblemente modernas, pero sobre todo porque están abiertas al cambio. Aun sin tener nada que ver, la Gloria (Carmen Maura) de ¿Qué he hecho yo para merecer esto? se funde con la Sexilia (Cecilia Roth) de Laberinto de Pasiones tanto como con las monjas punkis de Entre tinieblas. Y de igual modo lo hacen esas madres coraje que pueblan su cine —la Manuela de Todo sobre mi madre, la Julieta del título, la Raimunda de Volver o, por supuesto, la Tina en La ley del deseo—: las verdaderas «chicas Almodóvar» buscan remedio a sus soledades sin planes, sin mapa y sin reloj.

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