La primera de las dos presentaciones de Love of Lesbian en Cruïlla por el 15º aniversario del festival -la segunda hoy incluirá la participación de amigos de la industria como Viva Suecia, Alizzz o Valeria Castro- fue el ritual de comunión esperado. Acaso se hizo más corto de lo habitual. Santi Balmes, como frontman tan cercano y carismático, llevó al público de la mano a través de los épicos viajes de sus canciones, que, desde la inicial ‘Ejército de salvación‘, pasando por ‘1999’, ‘Allí donde solíamos gritar’ o la odisea de ‘Bajo el volcán’, cumplieron su cometido de poner el espíritu bien arriba. Más o menos por las nubes y más allá: todo el concierto fue un ejercicio de euforia sostenida.
Rigoberta Bandini «apareció» en pantalla para interpretar junto a Balmes ‘Contradicción’. En principio no será una de las estrellas invitadas de esta noche, pero quién sabe: la gira de ‘Jesucrista Superstar‘ tiene varios huecos libres entre hoy y el próximo concierto, el 16 de julio en Madrid. Me imagino que Rigoberta los pasará de merecidas vacaciones.

Balmes recordó a Toni Cruz, miembro de La Trinca, fallecido el viernes, pero, sobre todo, aprovechó su plataforma para protestar el auge del fascismo y llamar algún que otro improperio a Netanyahu. Recordó una frase supuestamente firmada por el escritor Antonio Tabucchi en algún momento del siglo pasado: «Hay tres cosas que son incompatibles entre sí: la inteligencia, la decencia y el fascismo». Después, bromeó con la participación en Cruïlla de de Thirty Seconds to Mars. «¿Qué tiene Jared Leto que no tenga yo?», expresó Balmes, antes de cerrar, como ha empezado y seguido, por todo lo alto, con ‘Club de fans de John Boy’. Lo averiguaremos más adelante.

Ver a Leon Bridges en acción se parece a asistir durante los 70 a un concierto de Donny Hathaway. Él y su banda -que incluye dos pianos, además de guitarra acústica, teclado, bongos o coristas- proponen un concierto retro que atraviesa distintas épocas del siglo pasado: los 50, los 60 y sobre todo los 70 que evocan los efluvios country de ‘Leon‘, el disco que presenta durante esta jornada.
Birdges, escondido bajo su ajustado beanie, y vestido de tejano, como pide su actual etapa musical, no duda en marcarse algún bailecito tímido que otro si la canción lo requiere, pero encandila por su formalidad, por la manera en que deja que baladas como ‘When a Man Cries’ o esa brisa en la ola de calor que es ‘Panther City’ hablen por sí mismas.
Lamentablemente me tengo que ir al concierto de Thirty Seconds to Mars (lamentablemente, me refiero, por tener que abandonar a Bridges, ejem), pero volveré al set de Bridges para escuchar la pedazo de jam con ‘Smooth Sailin’ y, sobre todo, su mayor éxito, ‘Beyond’, que el público corea ilusionado (y alguna pareja la baila entusiasmada). No tengo pruebas pero tampoco dudas de que esta canción está casando a medio mundo. Curiosamente, será Jared Leto el que case a una pareja durante su show.

Volviendo a la pregunta de Santi Balmes, ¿qué tiene Jared Leto que no tenga él? De pronto: una pistola lanzallamas. Una antorcha. Chorros de fuego. Fuego. Y explosiones de confetti (en la segunda canción; si Love of Lesbian se vienen arriba desde el principio, Thirty Seconds to Mars revientan el termómetro). Globos negros. En definitiva, Thirty Seconds to Mars van con todo. El problema es que la abundancia de recursos no garantiza un show tan entretenido y divertido como esperas.
Puede que la energía mesiánica de la música de hirty Seconds to Mars no sea para todo el mundo, pero desde luego Leto y sus compañeros de banda, incluido el batería, su hermano Shannen, que lo peta- se entregan al papel. Sobre todo Leto, que horas antes había jugado al anonimato durante su estancia en Barcelona. Disfruto de la épica de ‘Walk on Water’, de lo bien que suenan en vivo los beats electrónicos de ‘Hurricane’ y de la titánica ‘Closer to the Edge’, que me hace volver a la adolescencia.
Sin embargo, algunas decisiones lastran el ritmo del show. Es lícito que Leto saque a fans al escenario -entre los afortunados, el barcelonés Joan-, pero el grupo recurre al mismo truco al final del set, esta vez invitando a un ejército de seguidores entre las primeras filas. Entre ellos, una pareja que se pide la mano. Felicidades a los enamorados, pero la escena luce demasiado preparada. Antes, como para tomarse un respiro del océano de «ooh ooh oohs» que inunda el show de Thirty Seconds to Mars (en eso sí que se parecen a Love of Lesbian), a Leto se le ocurre pedir silencio para «llamar» a un amigo por teléfono. Se graba en vídeo con el móvil, pero no se escucha absolutamente nada. Durante al menos un par de minutos, el público queda completamente fuera del ritmo del concierto.
Entonces, ¿qué tiene Leto que no tenga Balmes? Pues muchas cosas (sobre todo cosas con fuego), pero me quedo con la capacidad de Balmes para conectar con el público desde la complicidad y la emoción, sin recurrir a un despliegue de artificios que ni siquiera se traducen en ideas originales. Me quedo, también, con la iniciativa de Balmes de pronunciarse políticamente. No es que nadie esté obligado a hablar sobre nada, pero es agradecido cuando un artista demuestra públicamente que no vive de espaldas a la realidad.
Otra artista que no necesita absolutamente nada más que su gracia, humor y talante para interactuar con el público, para construir un show entretenido, agradecido y memorable, es Sharleen Spiteri, líder de Texas. El grupo escocés, además, juega con la desventaja de salir tarde, casi a la una de la noche. Spiteri recurre a los trucos habituales -nos pregunta si estamos bien, si nos gusta bailar, nos hace cantar o gritar lo que ella quiere- pero funciona porque sabe cómo meterse al público en el bolsillo. Cuando expresa que «si queréis solo escuchar música, escuchad los discos; esto tiene que ver con nosotros y vosotros», sabes que lo dice muy en serio.
Spiteri está tan en su salsa que un momento de complicidad con el guitarrista Tony McGovern pilla al músico desprevenido. Él le mira sonriente, de reojo, y pregunta «What?». La comunión colectiva está asegurada desde el primer instante con ‘I Don’t Want a Lover’, alcanza un pico en ‘Summer Son’ -que llega, por sorpresa, en el ecuador- y desarma en los varios lucimientos vocales de Spiteri, sobre todo cuando se sienta al piano para cantar ‘Tired of Being Alone’ de Al Green. La voz robusta y poderosa de Spiteri sigue en plena forma.
El concierto siguió arriba con las vibras sesenteras de ‘When We Are Together’ -que a Spiteri siempre han sentado tan bien, ¿soy el único que recuerda su disco en solitario de 2008?-, pero en ‘In Demand’ la lluvia, por fin, alcanzó el Parc del Fòrum. Cayó de forma ligera pero constante -y cada vez con mayor intensidad- y, en ese momento, decidí emprender un viaje épico hacia mi casa.