Resetear la habitación: la regla de 60 segundos que practico cada noche
Antes de adentrarme en el maravilloso (y archiviral) mundo de los hábitos atómicos que ha popularizado (y convertido en superventas) James Clear, ya practicaba sin saberlo la estrategia conocida como ‘resetear la habitación’. En mi afán por mantener cierto orden en una casa un tanto caótica –tres hijas y un perro tienen un poco ‘la culpa’ de ello– soy incapaz de irme a la cama sin cumplir con un ritual muy particular. Es cuestión de 60 segundos (120 a lo sumo si ha sido una noche movida) y me da mucha paz mental. Se trata de cerrar las puertas de los armarios, poner el mando de la tele en su sitio, doblar la manta que hemos usado para taparnos mientras veíamos la serie de turno y guardar en el armario ese bolso que ha estado todo el día rondando por la casa pero que me molesta especialmente a la vista si lo dejo en cualquier sitio del dormitorio antes de dormir. Es mi particular manera de poner el broche al día, de hacer ‘corto y cambio’. Si las francesas se perfuman antes de meterse entre las sábanas para separar el día de la noche, yo necesito hacer este protocolo que en mi casa no siempre se acaba de entender (y que solo practico yo, claro). Pero la ciencia de los hábitos y las buenas praxis para sentirse mejor y conseguir objetivos me han dado la razón. Lo explica Clear en su libro Hábitos atómicos (Ed. Diana) haciendo referencia a cómo un desarrollador de tecnologías de la información, Oswald Nuckols, popularizó esta estrategia y el poder de preparar el ambiente y consiguió mejorar sus hábitos de limpieza, tener más tiempo libre y conseguir sus objetivos con menos esfuerzo. Vamos, el hacerse la vida más fácil que casi todos queremos.
Resetear otros espacios
Este reseteo es aplicable a otros espacios, y tal como contaba el propio Nuckols, se basa en gestos tan sencillos como asegurarse que no deja desperdicios al bajarse del coche, colocar los cojines del sillón antes de irse a dormir o limpiar el inodoro mientras se calienta el agua en la ducha. “El propósito de resetear cada habitación no es simplemente limpiarla después de haberla usado, también trata de prepararla para la próxima vez que vaya a ser usada”, explica Clear. Sí, el “a guardar, a guardar cada cosa en su lugar” que cantaba el Cantajuego. Hacer estos gestos rápidos ayudan a mantener el orden sin esfuerzos. “La gente cree que me esfuerzo demasiado pero en realidad soy muy perezoso. Pero soy perezoso proactivo. Ser así te genera mucho tiempo libre”, afirma Nuckols. De hecho, esta técnica me recuerda a otra parecida que escuché en boca de Gwyneth Paltrow y que también intento replicar cada noche: dejar preparada la ropa, el tupper de la comida y la mochila del trabajo para que no haya caos (y dramas) al día siguiente. “Cuando organizas un espacio para el propósito para el que está destinado, lo estás preparando para la siguiente acción”, añade James Clear en su libro.
Preparar el ambiente para cumplir hábitos
Aunque las personas que no le dan importancia al orden pueden entender estos gestos como manías sin sentido, la realidad es que ayudan a poner orden también a nivel mental. “Para el cerebro, el desorden representa un asunto inacabado y esta falta de integridad a veces resulta muy estresante para ciertas personas”, afirma la psicóloga Pilar Guerra Escudero. En el caso concreto de cumplir hábitos y objetivos es un aliado. “Un pequeño cambio en lo que ves puede conducir a un enorme cambio en lo que haces”, explica Clear, que aborda el tema del diseño de ambientes y explica cómo muchas empresas han conseguido mejorar su productividad y el bienestar de sus empleados haciendo cambios efectivos en los espacios de trabajo ya que de alguna manera así se manda una señal al cerebro para que se ejecute el cambio que buscamos. Se trata de reducir la carga visual, los estímulos que generan tensión y los pasos intermedios. De esta manera, poco a poco, se consigue mantener el orden y deshacerse del ruido mental que martilla el cerebro cuando se empiezan a acumular cosas por hacer y se entra en un bucle de procrastinación muy estresante. Porque los granos de arena también mueven montañas (sobre todo si se tiene paciencia, claro).