Irme a un retiro de yoga y meditación no entraba en mis planes para un fin de semana largo. Salir a cenar, tomar unos cócteles o ver la última romcom de Netflix suelen estar entre mis rutinas habituales, pero no dedicar cuatro días al descanso, al ejercicio y lo que podríamos resumir como cultivar cuerpo y mente. Sin embargo, eso es precisamente lo único que necesité –cuatro días– para convencerme de que el estilo de vida clean girl que predican tantas chicas de TikTok (ese que incluye deporte suave todas las mañanas, comer saludable, no beber alcohol y tirantes coletas sin baby hairs a la vista) es, de hecho, perfecto para mí. ¿El lugar en el que practicar esa desconexión (y reconexión) total? El retiro organizado en el hotel Mas de Torrent (l’Empordà) con Mercedes de la Rosa.
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Un intensivo de yoga al que te acabas aficionando
No negaré que, cuando me llegó el programa del retiro, me preocupó un poco no ser capaz de seguir el ritmo. Habiendo practicado yoga solo esporádicamente (aunque sí acostumbrada a hacer deporte semanalmente), descubrir que realizaríamos dos horas de yoga diarias durante cuatro jornadas me pareció todo un reto. Y, sin duda, realizar una (buena) práctica de yoga no es tan fácil como la gente se imagina, si no que es un ejercicio tan completo como exigente. Si se hace bien, claro. Y para eso es clave tener una buena guía. Aquí es donde entra Mercedes de la Rosa, que ejerció como la mejor conductora para adentrar a todo el grupo en el mundo del yoga más allá de los clichés. Con ella aprendimos que no se trata de hacerlo todo perfecto a la primera, que no pasa nada si no tienes la flexibilidad suficiente para hacer una u otra postura (ya llegará) y que no pasa nada por no ser la mejor de la clase. Lo importante, y uno de los grandes focos de sus clases, era reconectar con nosotras mismas, aprender a identificar cómo nos sentimos, qué es lo que pide nuestro cuerpo. En otras palabras, olvidarnos del mundanal ruido para llegar a nuevos rincones dentro de una misma.
Yo era, probablemente, la menos versada en yoga de todo el grupo. Sin embargo, aquí es donde noté la importancia de tener una buena maestra. Si en otras ocasiones no había alcanzado cierta postura o no me veía capaz, simplemente no las había hecho. Pero cuando tienes a una persona pendiente de ti y de ayudarte en cada paso, la cosa cambia. Aprendí a hacer bien el perro bocabajo (si nunca te han corregido la postura, es probable que tú también lo estés haciendo mal) y llegado el tercer día, incluso conseguí hacer algunas posturas invertidas, que previo a esto me parecían totalmente inalcanzables para mí.
Aprender a respirar
Más allá de las posturas en sí y lo bueno que es el yoga para todo el cuerpo, un gran aprendizaje que me llevé de estos cuatro días fue el control de la respiración. Una de las partes en las que más incidió Mercedes fue la importancia de centrarnos en nuestras inhalaciones y exhalaciones, y de saber volver a ellas cuando dejan de ser el foco de atención. Si un ejercicio era demasiado difícil, si creía que ya no podía más en una figura, volvía a concentrarme en respirar y eso me daba la resistencia que necesitaba. Algo que, más allá de la propia práctica deportiva, he extrapolado a mi día a día: cuando algo me estresa o siento que se sale de mi control, vuelvo el foco a mi respiración antes de reaccionar.
Enamorarme de la meditación
Siendo completamente sincera, estaba convencida de que la meditación no era para mí. Error. Si por las mañanas practicábamos esas dos horas de yoga, por las tardes teníamos una hora adicional de meditación que, para mi sorpresa, resultó ser una de mis partes favoritas de todo el retiro. Mentiría si no dijese que es bastante más complicado de lo que parece, y sin duda la mente tiende a divagar en cuanto le das rienda suelta. Un gran ejemplo para entender cómo funciona es el que nos dio Mercedes: la mente es como el algoritmo de Instagram; te da constantemente nuevos contenidos, nuevos pensamientos, para mantenerte distraída y alejada de ti misma. Pero con su guía, y realizando prácticas cada vez más largas, descubrí lo relajada y en paz que te puedes sentir. En nuestra última sesión, todas las participantes nos sorprendimos al terminar la meditación y descubrir que habíamos estado en ese ‘trance’ más de media hora.
Además de la meditación, también realizamos un baño de sonido. Un tipo de terapia que, la verdad, no tenía muy claro en qué consistía, pero después de probarla, le recomendaría a todo el mundo. Mientras tú te relajas y respiras, se emplean diferentes vibraciones con cuencos tibetanos y sonidos realizados con distintos elementos para crear un estado de relajación profunda. En mi caso, los estímulos me iban recordando a diferentes lugares y recuerdos, alejándome de mi mente y mi pensamiento más lógico. En otras palabras, una desconexión real y total con el mundo.