Richi Arambarri (Vintae): “El sector del vino sigue siendo serio y demasiado pedante” | Fortuna

Richi Arambarri (Logroño, 1984) disfruta de su trabajo y se le nota. Habla con una pasión contagiosa del vino en general y de los que hace su bodega, Vintae, en particular. Se puso al frente del negocio familiar cuando apenas tenía 24 años, debido a la enfermedad de su padre, y esa juventud, confiesa, influyó en su forma de gestionar el crecimiento de la bodega. Vintae ha pasado de facturar 1,9 millones en 2008 a 44,5 millones en 2024. Su proyecto más reciente es el acuerdo firmado la semana pasada para gestionar la bodega Terramoll, en Formentera, una isla con la que Arambarri dice tener una conexión especial.

Pregunta. ¿Cómo fue ponerse al frente de una bodega con 24 años?

Repuesta. Lo recuerdo con cariño, pero también fue un año muy duro. De 30 personas que había en el equipo, salieron 17, entre los que se fueron y los que tuve que despedir porque no creían en mí. Cuando hay un cambio generacional, hay gente que cree en esta nueva generación y otra se pone en contra, con problemas y quejas. Lo que fue muy importante es que desde el principio tenía apoyos muy fuertes. Por ejemplo, Raúl Hacha, que empezó con mi padre, sigue siendo el director técnico. Ha sido un pilar fundamental.

P. ¿Cómo ve que ha cambiado su modelo de gestión con los años?

R. A la hora de tomar decisiones, todos los proyectos que lanzamos ahora tienen que ser proyectos que sean cosas muy especiales, con un nivel de exigencia mucho mayor, el nivel de profesionalidad no tiene nada que ver. Bromeo diciendo que éramos la banda de Pancho Villa. Era todo mucho más caótico, analizábamos las cosas de una forma mucho más superficial, tanto a nivel financiero como desde otras perspectivas. Ese es el gran cambio, pero lo que se ha mantenido es que para nosotros lo más importante es el equipo.

P. ¿Cree que su edad influyó en apostar por una mayor expansión del negocio en los primeros años?

R. Sin duda. Yo entendía que más tiene que ser más. Es decir, crecer y volumen. Recién salido de una escuela de negocios, sales como enchufado, con mucha ambición. Suma eso a la parte de necesidad, porque en aquel momento necesitábamos ganar escala. Ahora mismo tengo una visión más a largo plazo, de la trascendencia de las cosas. Por ejemplo, hacer un proyecto como Pandemonium, de espumosos, de una zona remota, de Rioja, que hasta ahora no había tenido viñedo, que eso cale y que genere una zona de riqueza en el entorno. Para mí es más importante que el volumen.

P. Están en una fase de consolidación con lanzamientos más enfocados a la alta gama. ¿Por qué ese cambio?

R. Es una suma de factores. Primero, que ahora no tenemos necesidad de meternos en más líos que los que queramos. Nos apetece hacer cosas que realmente generan un impacto de verdad. Segundo, que la realidad es que el consumo está cambiando, pasando de uno mucho más de diario, que ya venía años cayendo, a uno mucho más ocasional, pero de mejor calidad y más exigente. Y luego es una cuestión de convicción personal, de que creo que España se merece hacer grandes vinos. Un consumidor en Nueva York paga 40 dólares por una botella de Burdeos, eso es lo normal. Es también un reto en ese sentido, decir por qué no lo va a hacer por uno de nuestros vinos. En resumen, convicción, momento vital nuestro y que creemos que el mercado va por ahí.

P. De los tropiezos que ha tenido, ¿qué es lo que más ha aprendido?

R. Que hay que pensar mucho. Medir siempre dónde te metes, es decir, calcular el riesgo. Porque si alguno de esos tropiezos que hemos tenido, que los hemos tenido, hubiesen sido después de una inversión multimillonaria, igual nos hubiesen puesto en unas dificultades que no hemos tenido. En el vino es muy fácil que una decisión implique una inversión que ponga en riesgo a la empresa entera. Porque compras no sé cuántas hectáreas en no sé dónde, construyes una bodega, que además coges un arquitecto reconocido, y de repente has invertido no sé cuántos millones de euros. Nosotros hemos sido siempre muy cautelosos en eso. Creo que es firma de la casa. Y también hay que medir mucho lo que eres capaz de abarcar. Por esa ansia de crecer llegamos a hacer vino en Chile. Ahí te das cuenta de que, cuando hagamos un disparo, tenemos que afinar mucho más, estudiarlo mucho más, tenerlo más claro, no tratar de hacer cosas demasiado difíciles. Yo creo que ha sido el mayor aprendizaje.

P. ¿Piensa que el vino sigue siendo un sector muy serio?

R. Creo que cada vez menos, pero lo sigue siendo. No tiene nada que ver con hace 20 años, ahora hay bodegueros con camisetas de los Ramones. Es mucho más fácil entender que el vino puede estar en una fiesta y en eso hemos mejorado muchísimo. Pero sigue siendo todavía demasiado ceremonioso. Es como una bebida casi intelectual. Y lo es en la parte positiva. Tenemos que tener discursos muy diferentes. No tiene nada que ver que yo me junte la semana que viene con cinco amantes del vino como yo y nos pongamos a hablar, o sumilleres que hablamos del suelo o de no sé qué. Pero claro, en lo que es mi discurso del día a día, yo tengo que hablar del paisaje, de antropología, de la parte mucho más humana. Creo que todavía sigue siendo serio y demasiado pedante en general, pero está cambiando.

P. ¿Hay cierto miedo a hablar de vinos para no quedar como un ignorante?

R. En eso también los bodegueros hemos hecho un cambio. Siempre he dicho que el mejor vino es el que te gusta. De hecho, la calidad del vino no es una línea recta. Es como la moda. ¿Cuál es la mejor prenda? No sé, hay gente que le gusta un estilo, otra gente le gusta otro. O como el arte. Al final lo más importante es que a uno le guste eso y punto. No hay que juzgar. Luego, hay un consumidor que le gusta esa parte que podrías considerar la pedante. Disfruta ese análisis más organoléptico, que tiene su punto interesante. Pero lo que no puede hacer es que eso asuste al que se quiere tomar un vino tranquilo y dejarse de historias.

P. ¿El vino sin alcohol es una forma de llegar a un público más joven y también a nuevos mercados internacionales?

R. Sí, sin duda. Aunque no sé si es necesariamente una cuestión de edad. Lo que nosotros estamos percibiendo de nuestros vinos es que hemos conseguido ser una alternativa para gente que le gusta el vino más o menos y que quiere tener una opción buena sin alcohol. Ese es, al menos, nuestro segmento principal. Nos pasa con gente de nuestra propia empresa, que entre semana toma sin alcohol.

P. ¿Siente que se está demonizando el vino?

R. No el vino. El tema es que no se está diferenciando por tipos de alcohol. Se demoniza el alcohol, que tampoco es una cosa que entienda, porque ahora mismo se consume menos que nunca. El vino siempre ha tributado en España y sabemos que el consumo ha ido a menos. No entiendo que la OMS esté constantemente diciendo que hay que subir los tipos impositivos al alcohol, siendo que el vino forma parte de nuestra dieta mediterránea y que es un producto cultural. Cada vez que exportamos una botella, estamos exportando nuestra cultura. Me parece una locura.

P. ¿El vino entra primero por los ojos, por las etiquetas? Las de su marca Matsu se hicieron conocidas por las caras que aparecen en ellas.

R. Sí, sin duda. Eso es fundamental, y además es una cosa que también yo creo que el sector ha cambiado mucho para bien. Antes se cuidaba lo que estaba adentro, pero no la vestimenta. Hay que cuidar todos los detalle. En el vino es la etiqueta. Y también la caja cuando recibes un pedido online. Cómo te llega, lo que te viene, todo forma parte de la experiencia.

P. ¿Hoy en día hace falta una historia detrás de un producto para poder venderlo y destacar?

R. Pero no del vino, de todo. La gente es más exigente, quiere cosas genuinas. Cuando defiendo ­nuestros vinos, yo hablo también de lo que representa la calle Laurel, el estilo de vida de La Rioja, que nosotros somos riojanos de verdad.

P. ¿Por qué decidieron lanzar restaurantes?

R. Wine Fandango, el primero, lo montamos en 2011 con un socio y amigo porque teníamos inquietud por hacer un lugar que sirviera de embajada de nuestra forma de entender la gastronomía y el vino. En la pandemia, dejé de viajar y tenía tiempo. Formentera siempre ha sido para mí un lugar especial y fue la excusa de cumplir un sueño que tenía latente de montar un restaurante. Abrimos en 2021. Al poco, nuestros socios de Wine Fandango querían montar su propio restaurante y les compramos su participación. De repente nos plantamos de no gestionar ninguno a tener dos. Le coges gusto. Aprendo mucho de cómo percibe el cliente los vinos. Lo ves desde un prisma distinto. También aprendo como comprador de otras bodegas. Luego surgió Baqueira y acabamos de abrir el cuarto, también en Formentera. Estamos creando una familia, hay un equipo muy competente, que disfrutamos trabajando juntos, son jóvenes y tienen ganas de crecer. Lo que nos ha animado a este nuevo es que teníamos un chico de cocina que estaba de segundo y tenía ganas asumir el reto de liderar un equipo.

P. ¿Cómo se hace para tener un equipo implicado, un sentido de pertenencia?

R. Hay una parte muy importante que es del ejemplo. Luego, nosotros intentamos tratar a la gente como una familia, porque también tenemos esas raíces de empresa familiar. Somos muy exigentes, trabajamos mucho, porque yo trabajo mucho, pero también tratamos de que la gente pueda conciliar. Aunque seamos exigentes, intentamos facilitar las cosas. Y que todo el mundo lo disfrute. Por ejemplo, este año, en enero, como habíamos abierto el restaurante en Baqueira, fuimos casi 90 personas a conocer el restaurante. Desde el director general hasta el que viene del campo. Esas pequeñas cositas, que pueden parecer tonterías y es una inversión también, hacen mogollón.

P. ¿Cree que para ser buen jefe o buen líder hay que disfrutar del trabajo?

R. Yo me imagino que habrá otros estilos, pero ese es el mío. Bromeo siempre con el equipo y les digo que el día que esto deje de ser como es ahora, que es una familia, yo me piro. Dedico tanto tiempo a esto, porque es mi vida y porque lo saboreo y lo disfruto. Que sí, que hay que remar, pero saboréalo, que lo bonito es el camino y que tenemos un trabajo maravilloso, que no nos dedicamos a vender tornillos, que vendemos vino.

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