La última vez que Rihanna causó tanto revuelo fue cuando llegó tarde, y con una copa de champán en la mano, a una cena de prensa en el Hotel Peninsula de Shanghái. Su entrada precipitó una pequeña estampida de periodistas armados con iPhones que se habían desplazado a China para informar sobre la espectacular experiencia inmersiva The City os Genius de Moncler, para la que A$AP Rocky había diseñado una instalación «expresionista del gueto» junto con un puñado de grandes nombres de la moda, entre ellos el asesor creativo y cultural global de Vogue, Edward Enninful, y Lucie y Luke Meir, de Jil Sander. Los British Fashion Awards de anoche fueron una oportunidad perfecta para los amigos de Moncler se reencontrasen en un ambiente festivo y a ojos de la prensa de la moda.
Después de todo, había motivos para celebrar: Remo Ruffini, CEO de Moncler, recibía el premio Trailblazer Award y A$AP Rocky obtuvo el merecido reconocimiento de Innovador Cultural, razón suficiente para que un multimillonario con mentalidad empresarial asistiera a un evento de alfombra roja que (tal vez) podría dar lugar a nuevos acuerdos. Y así, Rihanna fue la última en llegar al Royal Albert Hall, vestida con un escultural minivestido de otoño-invierno 2002 de Christian Lacroix, cortado en grueso peluche de color verde azulado con sombrero a juego (azul Sulley de Monstruos S.A.) y guantes de Paula Rowan. A$AP posó a su lado con un traje sastre oversize de Bottega Veneta, rematado con una corbata de cuero. Era obvio que la imagen de anoche salpicaría las portadas de hoy.