Todo comenzó en Londres. Carla Rodamilans (Lleida, 1981) y Buster Turner (Londres, 1984) se conocieron en la capital británica cuando la catalana trabajaba en la industria de la moda. Su historia de amor pronto los llevó a mudarse a Barcelona, donde él inició sus estudios de cocina. En aquella primera vivienda compartida tenían una joya que, sin demasiada premeditación, se convirtió en el germen de todo lo que vendría después: una azotea donde orquestaban cenas para sus amigos, recreando el ambiente de los gastropubs londinenses –donde comer, beber y charlar a cualquier hora del día– que tanto echaban de menos en su nueva vida en España. “Cuando organizábamos aquellas veladas teníamos el deseo de hacer nosotros todo lo que servíamos. Realmente, lo único que escapaba de nuestra capacidad eran los ahumados. Así que decidimos construir nuestra propia barrica –estudiando a través de los libros y la información que encontrábamos en internet– para tener así nuestro propio ahumador. Lo instalamos en nuestra terraza. Y de ahí el nombre de Rooftop Smokehouse”, explica la cofundadora, remontándose a los inicios de un proyecto al que, a día de hoy, la pareja se entrega en cuerpo y alma.
La línea de negocio es tan sencilla como novedosa: Buster y Carla se dedican a ahumar, fermentar, curar y encurtir productos gourmet poniendo la artesanía y la excelencia de la materia prima en primer plano. Actualmente, Rooftop Smokehouse es una marca consolidada cuyas creaciones se venden en espacios comerciales de carácter prémium –del colmado Petramora a El Corte Inglés– y forman parte de la carta de restaurantes de altura. Pero para llegar hasta este punto tuvieron que inventar de cero un formato en el que fueron pioneros y que implicó un gran trabajo de pedagogía hacia el consumidor. Y, por supuesto, mucha prueba y error. “Al principio tuvimos que nadar a contracorriente. Nadie conocía el pastrami, la gente no concebía otros ahumados más allá del pescado”, confiesa Rodamilans, explicando lo complicado que resultó posicionar ciertos alimentos –ahora considerados de gama alta– como la trucha, en un momento en el que era un pescado denostado y que todo el mundo comparaba con el salmón.
Silvia Retana