Sally Rooney se pregunta en Intermezzo si es posible ignorar lo que opinan los demás.
Durante mi etapa universitaria, me encontré con una de las historias cortas de Samuel Langhorne Clemens, el nombre real de Mark Twain. El relato, que data de 1899, se llamaba El hombre que corrompió a Hadleyburg y lo recuerdo porque abordaba una cuestión universal que se ha repetido en la ficción a lo largo de los siglos, aunque con distintos matices. La historia, asfixiante, como lo son todos los pueblos, funciona como una alegoría: un extraño trata de poner en tela de juicio la supuesta incorruptibilidad de sus habitantes y lo consigue. Lo mismo ocurre de alguna manera en Dogville (2003), película de Lars von Trier y pueblo estadounidense ficcional en el que Nicole Kidman se esconde de una banda de gánsteres. Todo va bien hasta que la presión de la policía aumenta y sus habitantes, que hasta hace no tanto estaban dispuestos a cobijarla a cambio de trabajos físicos, se cuestionan su apoyo desinteresado.
Estas dos historias, no precisamente optimistas con el género humano, plantean una eterna disyuntiva existencialista de difícil resolución y que se podría resumir en esa expresión —ni contigo ni sin ti— que casi siempre se vincula a las relaciones afectivo-sexuales, pero que afecta a todas las que establecemos con otras personas. Algo así ocurre en Intermezzo, la nueva y esperadísima novela de Sally Rooney. Hoy se pone a la venta en su versión original —la edición en español tendrá que esperar hasta el próximo 26 de septiembre—, pero las privilegiadas primeras críticas ya la han catalogado como la mejor obra hasta el momento de la autora irlandesa, que prefiere alejarse de la muchedumbre que la jalea y no está dispuesta a entrar en el juego editorial. Lo ha dejado claro en la segunda y probablemente última entrevista de esta tournée literaria que ha concedido a The New York Times, en donde declara que “existe una gran obsesión en el ámbito de la cultura con lo nuevo y el crecimiento [profesional]”. Una obsesión que Rooney ha conseguido mitigar llevando una vida de recogimiento y pura intelectualidad junto a su marido en Castlebar, el pueblo de 12.000 habitantes en el que nació.
Ese deseo por alejarse de la popularidad y el éxito, que se ha materializado en un estilo de vida que para muchas resulta idílico y por supuesto inalcanzable, se aleja de las habituales historias que se cuentan en sus novelas, más focalizadas en las neurosis de jóvenes o no tan jóvenes que cumplen años a destajo y siguen con las mismas angustias de siempre; preocupaciones del primer mundo que no parecen afectar a sus nuevos personajes. O al menos, no a todos, o no de la misma manera. Lo que sí les preocupa (y mucho) es el qué dirán, eso tan mundano y elevado a un tiempo. Qué pensarán los demás de sus acciones y si estas serán éticas. En la otra entrevista —la primera, concedida por Rooney a The Irish Times—, la autora reconoce que “hay algo cristiano en su trabajo” y que las obras de Dostoyevski y Joyce han sido influencias fundamentales durante la creación de Intermezzo. Concretamente Los hermanos Karamazov (1880) y Ulises (1922): dos novelas que amplifican los debates éticos y filosóficos sobre los que ha teorizado la filosofía desde el comienzo de los tiempos, así como la complejidad humana.
Es esto lo que obsesiona a la Rooney, como a todas y todos aquellos que se proponen escribir literatura: el sentido de comunidad y la complejidad que entrañan de manera ineludible las relaciones que mantenemos con los demás. No siempre es fácil entender las decisiones que uno toma o sus actos; a veces necesitamos que pasen semanas o meses, incluso años, para explicarnos el por qué de aquello que nos atormenta. Y resulta aún más complicado entender a los otros. ¿Pero es posible vivir sin hacerlo? Ni Peter ni Ivan ni Margaret —los personajes principales de Intermezzo— lo consiguen. Su angustia solo será mitigada cuando el otro los reconozca, los vea, los acepte. En algún momento de la narración, la angustia de Margaret podría incluso resultar cargante, preocupada durante capítulos por cómo los demás catalogarán sus decisiones vitales. Porque a Margaret le preocupa mucho lo que opine su madre, pero también toda esa gente a la que no conoce de nada.