No todos los días se sale a la arena de un anfiteatro romano codo a codo con Santiago Posteguillo, el popular autor de Africanus o Yo, Julia enfrascado actualmente en su monumental serie de seis novelas sobre Julio César, de la que ahora publica la tercera, Los tres mundos (Ediciones B y en catalán Rosa dels Vents). Posteguillo y sus acompañantes accedemos al centro del anfiteatro por una escalera desde las oscuras entrañas de la instalación bajo la pista, como lo hacían en sus sangrientos días fieras y gladiadores. No vamos ataviados de tracios, mirmilones o reciarios pero la experiencia de salir al exterior te hace entornar los ojos y tragar saliva como, seguramente, les ocurría a ellos. “No os separéis”, dice el gracioso del grupo citando a Máximo Décimo Meridio en Gladiator y frotándose las manos con un puñado de tierra que ha recogido del suelo. “No sabemos a qué nos enfrentamos, pero es más fácil que sobrevivamos si peleamos juntos”. Posteguillo sonríe. Menos animosa, una chica musita con sentimiento, abrumada por el escenario: “Jo, qué palo ser gladiador”.
Lo que espera en la arena, afortunadamente, no es una sangrienta recreación de la batalla de Zama, ni el fornido campeón galo Tigris, ni un par de tigres (que sumados hacen tres tigres), sino una lección de historia de Posteguillo, una de las muchas durante un viaje a Alemania para presentar Los tres mundos en algunos de los escenarios de la novela y que incluirá atravesar el Rin como César, pero por todo lo alto: en teleférico. El libro, de más de mil páginas llenas de emocionantes batallas, intrigas políticas y sentimientos, sigue la vida y los tiempos de Julio César cinco años, desde el 58 antes de Cristo hasta el 53 a. C., e incluye cosas tan sorprendentes como la insólita reaparición de Espartaco en la Galia tras la destrucción de su ejército por Craso en Apulia (y la consiguiente crucifixión del esclavo gladiador según el cine), la propuesta de incesto y una perturbadora aproximación erótica de Ptolomeo XII a su hija Cleopatra de 12 años, o ¡un cameo de Astérix y Óbelix! (e Idefix), sin nombrarlos (páginas 394 y 395). Posteguillo se declara “muy fan” de los personajes de Goscinny y Uderzo.
El escritor valenciano de 58 años explica sobre el terreno en el anfiteatro la diferencia entre los juegos gladiatorios y las venationes (espectáculos con animales que incluían la damnatio ad bestias, la ejecución de condenados a muerte mediante fieras), y señala que los combates con gladiadores y todos los ludi, juegos, eran “en abierto”, que eran gratis, vamos. Recuerda también que los anfiteatros nacieron de la idea de juntar dos teatros y de ahí su forma y su nombre —del griego amphi, ambos lados—.
Estamos en el extraordinariamente bien preservado anfiteatro de la ciudad alemana de Tréveris (en alemán Trier), la antigua Augusta Treverorum, célebre por sus restos arqueológicos romanos. Esta zona junto al Mosela, cerca de la frontera con Luxemburgo, juega un papel en Los tres mundos como territorio de los duros y revoltosos tréveros (treveri) —de los que tomó nombre la ciudad—, una de las grandes tribus galas sometidas a Julio César durante la guerra de las Galias y que en sus Comentarios el caudillo romano cita 16 veces, una de ellas para explicar la revuelta de su jefe, Induciomaro, episodio que también relata la novela. “La gente tiende a identificar la Galia con Francia, pero iba mucho más allá y abarcaba territorios de lo que hoy es Alemania, Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo”, subraya Posteguillo; “y también Britania era de cultura celta”. El autor quiere dejar claro asimismo en su novela que la guerra de las Galias fue una serie de campañas y no una sola.

El anfiteatro, que tenía una capacidad para 18.000 espectadores, es posterior a lo que se narra en la novela (la ciudad romana fue fundada en el 16 antes de Cristo por Augusto sobre un asentamiento de los tréveros, excelentes jinetes como todos los galos y reputados por su valor), pero en ella también aparecen gladiadores: los reclutados como ejército personal en plan Gangs of New York durante los disturbios en Roma por el brutal tribuno de la plebe Publio Clodio Pulcro. “No puedes hacer una novela de romanos sin gladiadores”, asegura Posteguillo mientras apunta que aquí gustaban mucho las fieras y “tenían mucha salida” los combates entre mirmilón y hoplomacus y reciario y secutor.
En Tréveris, donde llegaron a residir 8 emperadores (y nació Marx, por cierto), entre ellos Constantino el Grande, hemos visitado antes la Porta Nigra (la monumental puerta fortificada romana, donde Posteguillo se da de bruces con todo un centurión romano), la basílica de Constantino y las termas imperiales, en cuyas ruinas ha anidado, y ya es casualidad, una pareja de gansos del Nilo (Alopochen aegyptiaca). La cuestión es ponerse hasta arriba de romanos, sangre y hierro, y pisar las tierras por las que se movió Julio César en su conquista de la Galia nororiental y su idea de llevar la frontera de Roma hasta el Rin. En la novela, que cuenta, para que ningún lector se pierda, con un dramatis personae, mapas, glosario y hasta bibliografía, se van alternando capítulo tras capítulo, con acontecimientos simultáneos, tres escenarios (los tres mundos del título), la Galia, Roma y Egipto, esenciales en la vida de César y cada vez más conectados.
El relato se abre con Clodio preparando un buen lío en Roma, la invasión de la Galia por los germanos de Ariovisto, y Ptolomeo XII marchando al exilio con su hija Cleopatra. El lector pronto se encuentra metido hasta las cejas en los acontecimientos a tres bandas que se suceden sin darle respiro (a menudo, tal es el ritmo, uno se siente inclinado a lanzar el mismo grito “¡Agggh!” que Posteguillo usa profusamente en las escenas de acción). A lo largo de las páginas veremos la victoria de las legiones contra Ariovisto —lo de que César aprovechó la profecía de las adivinas de los germanos (fatidicas) de que estos solo vencerían si luchaban el día de luna nueva sale en los Comentarios—, la amistad de Cleopatra con Julia, la hija de César y “su ser más querido en el mundo”; una noche de bodas ptolemaica con un repulsivo novio seleúcida que huele a pescado, la guerra con los belgas (los más valientes de los galos, César dixit), la llegada de los arqueros auxiliares romanos a reforzar la guarnición de Bibrax como la de los elfos a Cuernavilla, en el Abismo de Helm (Posteguillo reconoce los ecos tolkinianos en su relato); el discurso de Catón en el Senado contra las supuestas (o no tan supuestas) atrocidades de César en la Galia y en el que propone entregarlo a los germanos; el desembarco de Julio César en Britania (con el imprescindible pundonoroso aquilifero de la Legión X a la cabeza), y a Craso ante el arca de la Alianza en el templo de Jerusalén (antes de ser derrotado y muerto el triunviro por los partos en Carrhae, episodio que se cuenta indirectamente pues Posteguillo ya lo describió en La legión perdida).

Entre los momentos señeros el primer encuentro de una Cleopatra de 14 años con Marco Antonio (“se preguntó cuántas más destrezas confesables o, quizá, inconfesables, poseía aquella princesa”), el del propio Antonio con César, que le recluta, o una escena en Taposiris Magna, un guiño a la actualidad del lugar donde algunos creen que puede estar enterrada Cleopatra. La (futura) reina, por cierto, se pasea por la novela con dos leopardos, Circe y Ulises, un eco de los guepardos de Hatshepsut traídos de Punt. También describe Posteguillo el momento en que César comienza a dictar: “Gallia est omnis divisa in partes tres…”.
Entre los personajes, Dúmnorix, líder de los eduos, jefe de la caballería gala de César y siempre conspirando para sublevar la Galia (lo mata en combate singular Marco Antonio: una licencia histórica de Posteguillo); su hermano el druida Diviciaco, un Vercingétorix que empieza a despuntar, el britano Casivelauno y sus carros de guerra, Calpurnia, Pompeyo, Cicerón, Catón, Catulo…
Volviendo al viaje, seguir a Posteguillo es como enrolarte en las legiones (“verás mundo”, como dicen en Asterix legionario). Al día siguiente, tras circular entre bosques enormes “ideales para emboscadas” y conversar sobre temas tan apasionantes como el sexo de las antiguas egipcias (“hacían cosas que las romanas no, como la felación, que en Roma solo practicaban las prostitutas”), ya estamos en otra ciudad, Coblenza (del latín ad confluentes), en la mismísima frontera del Rin, de la que se habla tanto en Los tres mundos. Aquí, en la confluencia del gran río con el Mosela, venimos a ver un lugar señero de la novela, el emplazamiento (aproximado) en el que César hizo construir en el 55 a. C. el famoso puente sobre el Rin con el que respondió a la invasión de los germanos usípetes y téncteros, dos años después de la de los harudes y suevos de Ariovisto, cruzando a su propio territorio (“un procónsul de Roma no cruza el Rin en un bote”), el primer pie romano en Germania.

El puente de César, que las legiones construyeron en solo diez días, no está, claro: es un puente que ya no existe, como el de Remagen, a unos 30 kilómetros al Norte, río abajo, o el del río Kwai. El propio César lo hizo destruir tras su incursión en Germania de 18 días (y lo volvió a levantar un año después, cuando volvió a pasarlo, para desmontarlo a continuación de nuevo, definitivamente: así era César). En la novela, César se lo hace construir a Vitruvio, el célebre arquitecto de la antigüedad que realmente trabajó para él. Posteguillo, que borda la escena, nos lleva a ver en la fortaleza-museo Ehrenbreitstein de Coblenza una maqueta del puente (y un scorpio y un estandarte en forma de cabeza de dragón, y el cañón Griffin del siglo XVI que ya hubiera querido tener César). Luego, desde lo alto de la muralla, evoca la construcción y los martinetes gigantes empleados por los romanos. “El espectáculo era majestuoso”, se puede leer en la novela (y dónde mejor que aquí). “Sobre el Rin, un imponente puente de madera se extendía de un extremo a otro, alzado sobre una larga hilera de pilotes inclinados, con otros pilotes adelantados al puente para protegerlo de de los embates de la corriente. Recto, firme, sereno, ingrávido, imposible pero real”, Casi lo ves sobre el impetuoso Rin.
En un acto que hubiera impresionado al propio Julio César (hombre por lo demás difícil de impresionar), Posteguillo nos arrastra tras él a un cruce del gran río ¡por el aire!, ¡en teleférico! El trayecto, descendiendo de la fortaleza, es muy emocionante y nos traslada de los Comentarios a la guerra de las Galias a El desafío de las águilas, convertidos inesperadamente los legionarios romanos en Gebirgsjäger, las tropas de montaña de la novela de Alistair MacLean y la famosa película sobre esta. “Una ligera niebla agudizaba la sensación de irrealidad, de ensueño, de magia”.
“Tengo las seis novelas en la cabeza”, dice Posteguillo, que recuerda que César no se levantó una mañana y dijo “voy a conquistar la Galia” sino que se encontró con tener que defenderla de una invasión de los helvecios primero y de los germanos después. “A él le interesaba más Iliria, el Danubio y las minas de oro”. El novelista se ha basado mucho en el propio César, que, sostiene, “no solía mentir y es una fuente razonablemente fiable, aunque es cierto que a veces se venía arriba en sus relatos para darse más brillo”. Lo que ha hecho el autor es seguir a César “de manera matizada” y contrastando con las demás fuentes y con la historiografía y la arqueología modernas”. Posteguillo, que señala como modelos de su novela de César y su época Middlemarch, de George Eliot, e Historia de dos ciudades, de Dickens, se ha permitido hacer ficción en los espacios en blanco de la historia y en los aspectos íntimos. “La personalidad de un personaje no depende solo de los acontecimientos históricos, sino de los sucesos privados, que no trascienden pero tienen una importancia enorme, basta con verlo en nuestras propias vidas, y yo ahí puedo suponer o inventar”.
Posteguillo intenta que los lectores no pierdan de vista que la serie sobre César es ficción. “Creo que saben que están en una novela, aunque algunos puedan perder el foco y creer que se trata de una biografía. En realidad hay muchas cosas que no sabemos de esa historia y en la novela no vale ignorarlas, tienes que decidirte por algo”. Uno de los secretos de una buena novela histórica, continúa, estriba en la cómo contarla. “Yo aquí juego con el espacio y el tiempo, uso estrategias que una biografía no permite; en todo caso, aunque puedes optar por lo literariamente más llamativo, todo ha de encajar”.
En Los tres mundos, en la que se ve a Posteguillo ya muy suelto con César (“he visto que la fórmula funciona, aunque sigo sintiendo cierto vértigo”), hay elementos de melodrama y casi de folletín. “Soy consciente, mi literatura es una amalgama de muchos elementos, hay melodrama y didáctica cultural, y trato de tener mucho rigor histórico y un ritmo narrativo fluido. Son novelas para un amplio espectro de lectores y has de satisfacerlos a todos, con guiños a los que saben de historia y episodios mundanos para los otros”.
No son novelas especialmente sangrientas y mira que podrían serlo… “No me recreo, es deliberado, no quiero aturdir al lector con la parte gore de las batallas, está medido. No me parece necesario. ¿Escamoteo sangre y vísceras? Puede ser, en todo caso el sufrimiento está, y en la próxima novela, con la rebelión de Vercingétorix habrá más violencia explícita”. La parte estratégica de las campañas de César está muy bien explicada. “La he estudiado mucho y soy muy fiel, no diré que podría ser asesor militar de César, pero casi”. ¿Tuvo suerte, César? “Jugaba a veces al límite, pero le salía bien, probablemente era la suerte de los audaces, y la de alguien que además era muy capaz. Tenía la genialidad de los grandes líderes, Alejandro, Aníbal, esa intuición”.
El ejército de César no era el del cine de romanos… “No, y esa es una lucha muy complicada y de alguna manera perdida. La gente imagina las tropas de César como las de las legiones tardoimperiales, con la coraza segmentada, el escudo rectangular, los centuriones con cascos crestados. Es difícil combatir el estereotipo, creado en buena parte por el peplum y Astérix. En realidad los soldados de César vestían corazas de cuero y alguna de malla, cascos más sencillos con alguna pluma, escudos ovalados. De hecho bastante como los galos”.
El escritor ve más elementos positivos que negativos en César, aunque a partir de esta tercera novela (dice que tiene un tercio del borrador de la cuarta ya escrito y la quinta y la sexta en la cabeza) su carácter se ensombrece con las pérdidas familiares, sin que falten sus destellos de grandeza y magnanimidad. “No me pasaría 12 años y 6 novelas con alguien que no me cayera bien”, reflexiona. “Para mí, Julio César representa lo mejor de Roma”. ¿Y lo peor? “Calígula, Nerón, Domiciano…”. De Cleopatra, que aparece por primera vez en la serie, dice que intenta controlarla, “pero no es fácil: te pide páginas y has de meterla en vereda, ¡esta es la novela de César!”.