Sensatez institucional en la Diada | Opinión

El discurso pronunciado por el presidente de la Generalitat, el socialista Salvador Illa, con motivo de la Diada tradujo en palabras el simbolismo de su investidura hace un mes y el cambio de ciclo político que vive Cataluña. El destinatario de sus palabras fue la sociedad diversa que la integra —incluidos los independentistas y los inmigrantes de hoy y de ayer— al defender el fortalecimiento de los servicios públicos como instrumento clave para afrontar la multitud de cambios estructurales —tecnológicos, medioambientales, geopolíticos— que convergen en nuestros días. La apelación a la comunidad estuvo en el eje de una intervención que aludió a las raíces de su confeso humanismo cristiano —con mención explícita a los monasterios de Poblet y Montserrat— pero se proyectó también a las escuelas, institutos públicos y centros de investigación como matriz del futuro de una sociedad plural.

La evocación de otros aniversarios luctuosos —el 11-S de 2001 en Estados Unidos y la muerte de Salvador Allende en 1973— ratificó la escala de un discurso que buscó tejer complicidades dentro y fuera de casa en lugar de subrayar las diferencias. La iconografía también ayudó a apelar a una cohesión social porque el busto del primer presidente de la Generalitat de la democracia, Josep Tarradellas, fue bien visible durante los apenas cinco minutos de la intervención.

El contraste con los discursos de sus inmediatos predecesores no pudo ser más evidente. Frente al acaloramiento y la emotividad enfática de otros septiembres y a lo tormentoso del debate nacional en torno a la amnistía o al modelo de financiación autonómica, Salvador Illa parece dispuesto a instalar en la sociedad catalana y por ende española la previsibilidad de un gobernante que ostenta el cargo más alto del Estado en Cataluña: el respeto a la institucionalidad y el rechazo a la política como arma divisiva.

Horas después del discurso institucional de Illa se escenificó en las calles tanto la pérdida de la hegemonía parlamentaria del independentismo —que mantiene una indudable implantación social pero pierde el masivo entusiasmo de la última década—como la división de los partidos que lo representan. Una división que afecta tanto al bloque que formaron durante el procés como a sus procesos internos de reestructuración, que culminarán este otoño cuando Junts, ERC y la CUP celebren sus respectivos congresos.

La pacificación política de Cataluña y el agotamiento de la vía unilateral son una realidad palpable para todos excepto para algunos círculos mediáticos y políticos. También lo es la gravedad de los problemas pendientes. El president Illa mencionó en su discurso algunos de ellos —vivienda, seguridad, educación— sin caer en la instrumentalización ideológica y partidista que los mandatarios de los últimos 14 años —Artur Mas, Quim Torra, Carles Puigdemont, Pere Aragonès— practicaron en el peor de los días para hacerlo: la Diada de todos los catalanes.

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