En los albores de internet, una célebre frase de John Waters comenzó a circular como la pólvora: “Si vas a casa de alguien y no tiene libros, no te lo folles”. En aquel momento, ni Rosalía ni Bad Gyal habían despuntado y lo choni era un concepto degradado social y culturalmente. Mientras tanto, Owen Jones teorizaba sobre la demonización de la clase obrera en Chavs, un ensayo de culto que convertía en protagonistas a los jóvenes del extrarradio que llevaban chándales rosas y aros dorados. Nadie quería ser como aquellos que, supuestamente, se beneficiaban del dinero que les concedía el Estado para salir adelante. Las firmas de moda aún no habían fagocitado toda esta cultura —y su estética— para convertirla en lo más chic del panorama global.
Pero en cuestión de años todo se dio la vuelta. O eso nos pareció. De repente, aquello que era considerado de poco valor, como el reggaeton, los logos, el bling bling, las uñas extra largas o los conjuntos de Juicy Couture, se había convertido sin esperarlo en lo más deseado por las nuevas generaciones. Y aunque siempre ha habido sectores de la juventud que se han mantenido firmes en sus estéticas más cercanas al minimalismo o a lo preppy, en esta nueva etapa lo eminentemente cool era todo aquello que durante décadas habíamos denostado.
Más allá de las inclinaciones personales de cada cual, la lectura que se hacía de esta vuelta de tuerca que se había decidido desde el mercado era halagüeña. De alguna manera, se ponía en valor todo aquello que antes por puro clasismo había estado denostado. ¿Pero fue realmente así? ¿En algún momento se puso realmente en cuestión la cultura hegemónica? Y es aquí donde entran los libros porque en todo este proceso de democratización de los productos culturales de masas, estos objetos con un gran alto valor social y cultural han permanecido siempre a la vanguardia, protegidos de los juicios ajenos. Más que los discos o que las películas o las obras de teatro o las exposiciones.
En el ámbito de las redes sociales y el mundo de la moda, los coffee table books siempre han mantenido su estatus, pero sin haberlo imaginado títulos concretos y especialmente curados —Joan Didion fue la primera en despuntar— aparecerían salpicados en las cuentas de Instagram de las chicas más interesantes del momento. Y entre ellas, celebrities como las Hadid, Kendall Jenner o Kaia Gerber que presumían de sus lecturas, siempre a la última. Porque no es lo mismo leer a Sabina Urraca que agarrar un libro de Corín Tellado y acabárselo de una sentada. “Ni es lo mismo leer novela romántica o un premio Planeta que el Ulises«, apunta Marta Portela, experta en literatura inglesa y coleccionista de antiguas ediciones de la editorial Penguin. «Aunque los libros siempre hayan sido marcadores de alta cultura, siguen estableciéndose diferencias dependiendo de nuestro apetito”, apostilla.
Con todo, Portela considera que es una “estupidez” demonizar a alguien por no tener libros en casa y tampoco cree que tenerlos suponga absolutamente nada. “Aunque yo soy una lectora voraz y disfruto mucho de la lectura, eso no quiere decir que alguien que no lo haga no merezca mi tiempo o que me lo tire. Pues dependerá de si me cae bien y de muchas otras cosas”, sopesa.