Irving Azoff, ejecutivo de la industria musical, ha declarado recientemente que Taylor Swift es «nuestros Beatles» actuales. Sus palabras han generado burlas en algunos sectores: a sus 77 años, dicen algunos, Azoff puede decir que sus Beatles son, de hecho, los Beatles (una afirmación edadista que asume que Azoff, por ser mayor, vive en otra realidad distinta a la de los jóvenes). Y han suscitado los enfados esperados. Aunque Azoff no va desencaminado en su comparación.
Por supuesto, las palabras de Azoff están pensadas para provocar, están dichas con brocha gorda, y no deben ser tomadas completamente en serio. Pero Azoff sí lleva parte de razón en cuanto a que la saturación cultural de Swift se parece a la de los Beatles. Y ahí está el quid de la cuestión: Azoff está hablando de popularidad e impacto cultural, no de otra cosa.
Se pueden hacer matices infinitos: los Beatles publicaron menos discos (y duraron menos, se nota que eran un grupo), pero innovaron más. Fueron pioneros en experimentar con sonidos globales y con técnicas de estudio, y en conceptualizar discos. Swift, por su lado, no es una revolucionaria musical, ni una creativa en ese sentido… pero sí representa un modelo de carrera distinto, con mayor control sobre el repertorio y una relación profunda con el fandom.
El problema es que el legado de los Beatles perdura desde hace décadas, mientras que Swift sigue construyendo el suyo. Un dato: los Beatles suman 20 singles número 1 en Estados Unidos. Taylor Swift, de momento, 13. En otras palabras: los Beatles siempre serán el estándar. Los fenómenos de Michael Jackson, Britney Spears o Lady Gaga también se parecieron al de los Beatles. También hubieron una Madonna-mania y una Spice Girls-mania, como hubo una Beatlemania. En ese sentido, la idea de Azoff se le podría haber ocurrido a cualquiera.
El matiz es la relevancia, la medida de éxito: Swift es la única artista actual que puede ser comparada con los Beatles, Elvis Presley o Madonna. En el futuro, otra megaestrella será la nueva “nuestra Beatle”.
El valor de Swift reside en la manera en que su impacto comercial y cultural desafía un mercado digital y fragmentado. Su éxito no es exactamente el mismo que el de los Beatles: en los 60, los medios eran más centralizados en radio, televisión y prensa, y era más fácil que un fenómeno impactara de forma homogénea. El éxito de Swift se parece más al de los artistas de k-pop, en cuanto a que genera un nivel de devoción extraordinario dentro de su base de fans, pero esa movilización no equivale a una hegemonía cultural universal, como sí ocurrió con los Beatles en los 60 o con Michael en los 90. Simplemente, en una era de medios fragmentados, es imposible.
Entonces, el bueno de Irving Azoff tiene razón, pero solo en parte. Él tiene edad para recordar que la fama de los Beatles era total: sonaban en todas las casas, estaban en todas partes, representaban la corriente principal absoluta en su tiempo. Los Beatles eran el pop. El fenómeno Swift es masivo y global, pero no hegemónico ni total, porque hoy en día eso es imposible.
En realidad, lo interesante de la frase de Azoff no es si tiene razón o no, sino por qué seguimos buscando “nuestros Beatles” en cada generación. Parece que cada época necesita una figura masiva, representativa de su tiempo, inescapable, que equilibre fama masiva, innovación y conexión con los fans. La gran pregunta es quién será la próxima Taylor Swift dentro de 10, 20 o 30 años.