No hace mucho en París, en la cena de cumpleaños de un amigo –llegué tarde a una larga mesa rústica en un pequeño restaurante de barrio–, mis compañeros de ágape me preguntaron nada más sentarme qué me había traído a la ciudad. Con esa ambigua indiferencia del periodista que aún está trabajando en ello, contesté que estaba escribiendo un artículo sobre un diseñador de moda. “Ojalá sea Jacquemus”, espetó alguien al otro lado de la mesa. “Eso, Jacquemus”, secundó alguien más. Pese a que la mayoría de invitados, gente del cine, empresarios, padres y madres, abogados… nada tenían que ver con la moda, tenían una opinión bien formada sobre la marca: “Da la sensación de que están haciendo algo nuevo”.
En sentido estricto, no hay mucha novedad en Jacquemus, marca con 15 años de vida –para la industria, una eternidad– que fundó un joven de 19 años llamado Simon Porte y que tomó el nombre del apellido de soltera de su madre, fallecida ese mismo año en un accidente de tráfico. Sin embargo, tanto ha deslumbrado la casa últimamente con sus hazañas de crecimiento y notoriedad que ha adquirido un prestigio muy poco frecuente entre las marcas de lujo con solera. Hace tan solo una década, Jacquemus contaba con una pequeña pero devota comunidad de seguidores y vendía sus artículos –colecciones exuberantes y exquisitamente seleccionadas en alegres colores llamativos– prácticamente online. Cinco años después, tras expandirse al mercado de la moda masculina y superar los nueve millones y medio de euros de beneficios, contemplaba abrir su primera tienda en Francia. Ahora, parecerían éxitos menores.
Las ventas de retail de Jacquemus se han duplicado con respecto al año pasado y la firma afronta su plan de expansión más ambicioso. En primavera, se inauguraron nuevas boutiques en Dubái, Capri y Saint-Tropez. Este otoño llega el turno de Nueva York y Londres y, pronto, Los Ángeles, en 2025. Entre las recién llegadas a la moda de lujo, no hay marca que esté más cerca de consagrar su nombre.
A día de hoy, el diseñador natural del sur de Francia se presenta a sí mismo como Simon Porte Jacquemus: un híbrido hombre-marca y, en francés, un conveniente juego de palabras (“Simon lleva Jacquemus”). Y, efectivamente, viste sus piezas, en las pasarelas y las alfombras rojas, pero también al compás de su vida diaria. Quien sigue su cuenta personal de Instagram (o la de su marca, tan íntima o más) siente como si lo conociera, una ventana abierta al “mundo Jacquemus”. En persona, Simon es un hombre de estatura media y cuerpo de gimnasta, con una barba castaña cuidadosamente recortada, sonrisa amplia y radiante y un talante relajado, incluso en el trabajo, que transporta a un lugar más ocioso. Lo conozco en las nuevas oficinas centrales de Jacquemus en el distrito ocho parisino (él mismo rediseñó los interiores) y allí me conduce a una terraza privada, bordeada de limoneros. “A veces estoy aquí fuera y pienso: ‘Mira, Simon, disfruta de este momento, porque nunca sabes lo que va a pasar después’”, reflexiona.
Ateniéndonos el estereotipo, la marca Jacquemus evoca imágenes hedonistas de playa, clavadistas de acantilados, gente ociosa y fiestas en el yate, con su fundador a la cabeza. “Simon siempre se apunta a pasarlo bien; es un espíritu libre”, dice Dua Lipa, una de las musas del diseñador y amiga íntima desde que se conocieron en un programa de la televisión francesa en 2018. “Sé que siempre puedo contar con él en el día a día, pero también en la pista de baile”. Y aun así, si alguna vez desconecta (de las redes, de la fiesta), jamás pierde de vista lo importante: “Necesito hacer ruido. No cada seis meses, sino cada 15 días, cada semana, atraer la atención de la gente: una buena campaña, una nueva pop-up, vestir a una celebrity”, me confía en su despacho, reclinado en un sillón drapeado en tela amarilla. “Muchas marcas emergentes desaparecen a los dos años porque es muy difícil mantener esa presencia constante”.
En los últimos meses, Jacquemus ha ampliado sus colecciones e incrementado los precios. Le pregunto si le preocupa que a raíz de esta operación corporativa, un crecimiento que hoy da empleo a 300 personas en cinco países, la firma corra el riesgo de perder la esencia que la distingue. “Trabajo en eso sin parar”, dice con fatiga. Por él pasa cada aspecto de la marca, desde elegir las obras de arte que cuelgan en las paredes (de Miró a Aristide Maillol, ambos pintores que colecciona) a los balances y las ventas diarias. Hace poco, asumió también provisionalmente el cargo de CEO. “Entendí desde el principio que no basta con diseñar; también había que ser empresario”. En cierto momento surgió la duda en la industria de si querría ocupar el más alto puesto en alguna gran casa francesa. “Ya estoy en una gran casa francesa”, responde con petulancia. “Estoy en Jacquemus”.
En 2022, los ingresos rozaron los 130 millones de euros y, esa primavera, se convirtió en el diseñador más joven en ser nombrado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia. Su vida privada le dio más alegrías: se casó con Marco Maestri –codiciado experto en marketing y asesor en Jacquemus– ese mismo año; celebró el pasado abril el nacimiento de sus gemelas, Mia y Sun; y emprendió la renovación de una fabulosa residencia en la Costa Azul, no muy lejos de Marsella.
“Muchas de las casas del litoral estaban destruidas, con el mármol tirado por allí, el aire acondicionado por allá, y muy mal reformadas”, desarrolla. “Esta casa se la ve muy sencilla, te puedes imaginar por aquí a Peggy Guggenheim de veraneo en los años 30, no ha cambiado nada. Mantiene ese aroma. Incluso al renovarla, quisimos mantener eso tal cual”. La propiedad, además de evidenciar prosperidad, queda en medio de los pueblos donde Maestri y él se criaron. “No ha cambiado nada y, a la vez, han cambiado muchas cosas”, musita Simon. “Lo que estoy viviendo ahora mismo es lo que siempre soñé. Este trabajo puede ser duro, porque siempre queremos más, pero a veces hay que decirse a uno mismo: ‘Oye, eres feliz’”.
Para el diseñador, el largo verano de 2024 fue especialmente luminoso. En la Met Gala del año pasado, en honor al legado de Karl Lagerfeld (su mentor tras recibir el premio LVMH de 2015), Porte Jacquemus rindió un sentido homenaje al maestro bordando en su chaqueta una fotografía que este tomó en 1997 de la azotea de la Casa Malaparte en Capri. El icono arquitectónico, una excéntrica construcción rojiza en forma de cuña, encaramada a un acantilado sobre el Mediterráneo, saltó a la fama tras servir de escenario a la película dentro de la película que dirigía Fritz Lang en El desprecio, obra maestra de Jean-Luc Godard. Diseñada por el solitario novelista de mediados de siglo XX Curzio Malaparte, siempre estuvo cerrada al público hasta que, al ver el tributo explícito de Simon, los descendientes del intelectual lo invitaron a visitar la casa. “Tenía 15 años cuando vi la película”, recuerda.