A estas alturas ya habréis visto todos Sin medida, la serie de Netflix escrita y dirigida por Lena Dunham, icónica creadora de Girls. Si no es el caso, desde luego debéis, y no porque no tenga defectos (los tiene) sino porque, pese a sus defectos, nos da aquello que le pedimos a las comedias románticas: altas dosis de comedia y un maravilloso romance, y lo hace con carácter y estilo. La mitad del planeta ha alabado los capítulos, pero su visionado ha traído consigo una consecuencia inesperada (o quizá no tan inesperada, quizá incluso deseada): un renovado odio hacia Jack Antonoff, hombre en el que se intuye que está basado el villano que arruina la autoestima de Jess, la protagonista.
Recap para despistados: hace más de una década, en esa época en la que los sombreros fedora aún tenían un pase, Lena —por entonces con una incipiente carrera en lo audiovisual— comenzó a salir con Jack, un músico gafotas nacido en Nueva Jersey. Estuvieron juntos casi seis años; seis años en los que pasaron un montón de cosas. Para empezar, Girls se convirtió en el show más popular y polémico de la televisión, el más comentado, y, en consecuencia, Lena en una figura bajo los focos, a la que se celebró primero y castigó después. En sintonía con el auge del wokismo, se la ensalzó como encarnación del feminismo emancipador y, luego, en un movimiento pendular clásico, se la vilipendió por representar al tipo de mujer blanca y privilegiada que carece de sensibilidad cuando se trata de minorías a las que no pertenece. Tamaña montaña rusa acabó con ella poco menos que desterrada de internet y de la vida pública.
No sería justo sentenciar que Jack creció a nivel laboral gracias en exclusiva a la fama de Lena, pero está claro que no le perjudicó. Tampoco sería justo decir que la abandonó a la vez que el resto del mundo, pues se mantuvo a su lado bastante tiempo después de que las tornas cambiaran, pero lo cierto es que, en el momento de la ruptura, el equilibrio de la pareja se hallaba en estado de profunda descompensación, siendo Lena la más vulnerable y necesitada de los dos. La etapa siguiente fue devastadora para los observadores: ella se desintegraba de mil maneras distintas, reptando sobre un charco de humillación; él —antaño un nerd— ligaba con cantantes y modelos, chicas atractivas de una forma que Lena —cuyo aspecto ha sido atacado hasta el absurdo— nunca podría ser. Tragedia, drama, dolor.
Bien. Saltemos ahora a la ficción. En Sin medida, una treintañera no normativa sufre por el final de su larguísimo noviazgo, obsesionada con el modo letal en el que Zev, su ex, ha pasado página con el pibón por el que la dejó. En un intento desesperado de salir adelante, viaja a Londres, donde le han ofrecido un proyecto como productora. Allí conocerá a un músico indie de ascendencia británico-asiática. Tras superar numerosos obstáculos derivados de las inseguridades que ambos arrastran, los dos obtendrán su final feliz: en el último tramo, se casan. Volvamos de nuevo a la realidad: aunque nunca quedó confirmado, infinidad de indicios apuntan a que Jack Antonoff se vinculó a Lorde cuando todavía no había cerrado su historia con Dunham. Después se emparejó con Carlotta Kohl, cañón oficial, y después con la perfecta Margaret Qualley. Dunham viajó a Inglaterra por trabajo, y fue allí donde se topó con Luis Attawalpa Felber, músico indie de ascendencia británico-peruana que hoy es su marido. En efecto: muchas coordenadas coinciden. Entonces, ¿es Zev verdaderamente Jack Antonoff?